San Lucas nos ofrece hoy la parábola de la higuera. Quería Jesús abrir la mente cerrada de aquellos que le escuchaban, pero no llegaban a ninguna consecuencia rompiendo actitudes de pensamiento y acción en consonancia con el Reino de los cielos.
El texto hace alusión a los galileos, cuya sangre Pilato la había mezclado con la de los sacrificios y se la ofrecían a los muertos aplastados por la Torre de Siloé. A Jesús le contaron la creencia de que lo que les sucedió fue castigo de Dios. Él quiere que se descubra el amor misericordioso de Dios cuando hay un espíritu de conversión; los “sufrientes” no son mejores que los que le cuestionaban. Es entonces cuando les ofrece la parábola, con una advertencia: si no se arrepienten perecerán de manera semejante.
Alguien tenía una higuera en el campo; llevaba varios años sin producir. Piensa que lo mejor era hacerla desaparecer para evitar estorbos, siendo una planta estéril. Sin embargo el viñador tiene cariño a la planta y ofrece todo para salvarla: “Cavaré alrededor, le echaré estiércol...”. Es aquí donde cabe pensar la estima del viñador por la planta, que queda invitada a dar fruto. Si no, queda a su suerte.
Jesús quiere que aquellos que le escuchan reaccionen ante el proyecto misericordioso de Dios, los invita a clarificar su fidelidad a la iniciativa divina. ¿Para qué la acción misericordiosa proyectándose sobre los valores de lo humano? ¿Para qué una Iglesia sin vida cristiana, sin valor y con miedo a que nos caigan “las torres encima”, con tantos temores pero sin sacudir las causas? Higueras secas, sin frutos...
Arrepintamonos a tiempo, demos gracias a Dios por su misericordia, decidamos cambios oportunos que den a nuestras vidas el sentido propio de hijos de Dios. El ser humano está creado a imagen y semejanza de Dios, que es amor.