Crónicas del viejo Tucumán: desconocida historia de Ildefonso de las Muñecas

Crónicas del viejo Tucumán: desconocida historia de Ildefonso de las Muñecas

Una calle del microcentro de la capital lleva el nombre de un patriota que cambió los hábitos religiosos por las armas para lograr la independencia. Su agitada vida y su muerte a traición en el Alto Perú.

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RETRATO DE ÉPOCA. Ildefonso de las Muñecas nació en agosto de 1776. RETRATO DE ÉPOCA. Ildefonso de las Muñecas nació en agosto de 1776.
23 Marzo 2025

Por José María Posse

Abogado, escritor, historiador.

La nomenclatura del casco histórico de San Miguel de Tucumán honra los nombres de personajes ya olvidados por las nuevas generaciones y que a veces causan intrigas, cuando no equívocos; tal el caso de la céntrica calle Muñecas.

Hoy no son muchos los tucumanos jóvenes que conocen el por qué esa calle, característica de la ciudad, lleva ese nombre tan particular. Pero en sus tiempos, el homenajeado era una leyenda en el Alto Perú y el NOA; fue un modelo de coraje y patriotismo, al que el propio general José de San Martín llegó a poner como ejemplo.

Ildefonso Escolástico de las Muñecas (tal era su nombre completo según probada documentación) nació en San Miguel de Tucumán el 15 de agosto de 1776 en su casa paterna; la que según tradición levantada por el historiador y genealogista Ventura Murga, se encontraba en la ochava noroeste de la actual esquina Muñecas y Mendoza.

Fue su padre el comerciante español Juan José de las Muñecas, un hombre importante de origen vasco, al que la fortuna le sonrió tempranamente. Ello posibilitó su matrimonio con la dama patricia tucumana doña Elena María de Alurralde Villagrán, hija de don Miguel de Alurralde y Vera de Aragón y de María Josefa Villagrán y López de Vera; por tanto descendía de familias fundadoras de Esteco y primeros pobladores. Gracias al buen pasar de su familia, el joven Ildefonso pudo ser enviado a estudiar a la prestigiosa universidad de Córdoba, donde se doctoró en Teología y Derecho Canónigo.

Espiritu inquieto

Luego de su graduación pudo recorrer las provincias del virreinato, e incluso viajar a Europa durante una larga temporada, en la que -se especula- pudo empaparse de las ideas revolucionarias que encendían la imaginación de los jóvenes de aquellos tiempos. De regreso a Tucumán comenzó su tarea evangelizadora; sus vínculos familiares le permitieron recolectar una fuerte suma de dinero para la construcción del templo del “Señor de la Paciencia”, antigua devoción con la que él comulgaba.

Al tiempo y en ocasión de la estadía del presidente de la Audiencia de Charcas por la ciudad, éste al advertir en Muñecas un espíritu elevado, lo invitó a convertirse en su capellán. No dudó y comenzó su viaje hacia Lima, en una aventura que lo alejaría para siempre de la provincia que lo vio nacer y a la que nunca regresaría.

En el Alto Perú

El cura Muñecas no tuvo una prolongada estancia en Lima, ya que dolencias físicas reiteradas lo obligaron a mudarse a un clima más seco. Fue enviado entonces al Cuzco, donde lo asignaron a la Catedral. Su espíritu noble, harto de ver las enormes desigualdades entre la clase española, que en el Perú hacía sentir sus diferencias con los criollos y qué decir con los indígenas, fue encendido por el espíritu de la revolución.

Fueron justamente “los naturales” (como se conocía entonces a los nativos americanos) el objetivo de sus desvelos ya que los malos tratos e injusticias a las que eran sometidos, se tornaban ya insoportables. Fue por ello que se adhirió de inmediato a los primigenios movimientos revolucionarios en el Alto Perú, acontecidos en Chuquisaca y La Paz en 1809. Desde allí comenzó a cartearse con revolucionarios de toda la región, entre ellos con José Ignacio Gorriti, donde directamente “instaba a rebelarse” contra la oprobiosa situación de vasallaje en la que se encontraban los criollos y “naturales del país”, como se les decía por entonces a los pueblos indígenas. Participó activamente del levantamiento popular de La Paz en 1809, el que fue sofocado. Muñecas salvó su vida por su investidura eclesiástica. La mayoría de los otros cabecillas fueron pasados por las armas. Pero ello no amilanó al cura tucumano, quien esperó su momento.

Al enterarse de la Revolución de Mayo en el Río de la Plata, fue de los primeros que encendieron la chispa de la insurrección en la actual Bolivia. Cuando la Primera Junta envió la que luego se conocería como “Primera expedición auxiliadora al Alto Perú”, rápidamente Muñecas encabezó un grupo de insurrectos que extendieron el movimiento, compuesto principalmente por criollos e indígenas, quienes veían en el tucumano a su líder indiscutido. Comandó las guerrillas en la región de Larecaja, que abarcaba los extensos territorios de Yungas y Apolobamba (zona occidental de la actual Bolivia); se conoció este movimiento como “Guerra de las republiquetas”, porque cada poblado se convirtió en una pequeña república rebelde.

Las tropas realistas eran hostigadas permanentemente por los milicianos, armados con precarias lanzas, hondas y pequeñas armas blancas; la mayoría sin ropa y calzado acorde a los requerimientos de un ejército regular. Sin embargo, el ímpetu que el cura Muñecas, que para entonces ya había abandonado sus tareas eclesiásticas, fue tal que combatieron a los ejércitos del Rey con fuerza inaudita.

ESTATUA DEL PRÓCER. De cuerpo entero, su figura esta en la avenida de los Próceres Tucumanos del parque 9 de Julio.

La lucha era claramente desigual, pero la determinación de los patriotas rebeldes no tenía parangón. Fue así que el nombre de Muñecas pronto se haría famoso, y se convertiría en una verdadera pesadilla para los opresores. Su fama llegaría a su máxima expresión cuando en agosto de 1814 el Cuzco se alzó en armas contra los realistas. De inmediato se envió al brigadier Joaquín de la Pezuela, quien era ni más ni menos que el comandante en jefe del Rey en Lima, para aplastar el movimiento. En coordinación con el famoso cacique Cinqueros, muy amigo de Muñecas, se armaron tres expediciones para cortar la línea de aprovisionamientos y comunicaciones del jefe realista con el Perú. Una de ellas fue comandada por el propio Muñecas y el coronel José Pinelo, quienes ocuparon varias poblaciones y tomaron en el Desaguadero la guarnición militar con su valioso armamento. A esa altura, era todo un personaje de la insurrección altoperuana. En 1814, siendo ya San Martín jefe del Ejército del Norte, en una conocida proclama, incitaba a los revolucionarios a “seguir el ejemplo de Muñecas”.

La paz

En una serie de acciones plagadas de actos de coraje, los sublevados comandados por Muñecas y otros revolucionarios decididos, llegaron a las puertas de la ciudad de La Paz. El gobernador, marqués de Valde Hoyos, enterado del avance del tucumano, intentó disuadirlo de su ataque con una estratagema condenable.

Uno de los hermanos del cura, llamado Juan Manuel, residía desde hacía unos años en la zona, donde ejercía el comercio. Enterado de esto, decidió arrestarlo y le puso como única condición para ser liberado de que defendiera un punto de las trincheras que iba a atacar su hermano. Claro que hizo conocer al cura Ildefonso de la situación, poniendo a prueba su determinación. Ante la mirada atónita de sus hombres ordenó el ataque que terminó con la capitulación de La Paz.

Su hermano salvó la vida y pudieron abrazarse luego de años de separación. El fin del Marqués ocurrió días más tardes al explotar un polvorín de la ciudad, lo que provocó la muerte de varias personas. El pueblo llano atribuyó el hecho a los realistas vencidos, lo que desencadenó una incontrolable furia.

Una turba enardecida ingresó en la casa del gobernador Valde Hoyos y luego de golpearlo con ferocidad lo arrojaron por el balcón. Cuenta el Dr. Carlos Páez de la Torre que “su cadáver fue arrastrado por las calles, en un marco de tremendas matanzas. Muñecas y su hermano se presentaron en la plaza. La enérgica prédica del cura logró que se calmaran algo los manifestantes, y pudo salvar así la vida de medio centenar de aterrorizados realistas”.

BUSTO DESAPARECIDO. En octubre de 1963, el intendente Juan Padrós y el ministro Roberto Vásquez Mansilla inauguraron su estatua en la plaza Urquiza, la que fue retirada del paseo durante su remodelación.

Persecución

Pero la ciudad de La Paz no estuvo mucho tiempo en poder de los patriotas, quienes la evacuaron por precaución. Ya llegaba a las puertas un poderoso ejército real, que los atacó con violencia, derrotando a Muñecas en Puno, en Achocalla y en Arequipa. Pero la aplastante derrota en Huachiri fue determinante.

Con su ejército miliciano completamente derrotado, más no vencido moralmente, el tucumano logró refugiarse, con algunos oficiales y emigrados, en la provincia de Puno. Allí instaló su “republiqueta”. Apoyado principalmente por los pueblos indígenas, pronto extendió su influencia de caudillo sobre una amplia comarca. Logró que se sublevaran los habitantes de las márgenes del Desaguadero (límite con Perú) y del lago Titicaca.

El tenaz tucumano inició, en 1815, nuevos ataques contra La Paz, en alianza con los caudillos altoperuanos Monroy, Carrera y Carrión. Nuevamente fueron derrotados; Monroy se suicidó para no caer prisionero de los realistas, y los demás terminaron ejecutados. Pero Muñecas nuevamente se las arregló para escapar, guiado por baqueanos indígenas que conocían cada palmo de la región. Rodeó el lago Titicaca, sublevando a los pueblos indígenas a su paso, y amenazó por el extremo opuesto los departamentos de Puno y La Paz. Además, Muñecas repartía por los pueblos los bandos de propaganda revolucionaria que le había hecho llegar el general Juan Antonio Álvarez de Arenales.

Sipe Sipe

Cuando el ejército revolucionario al mando del general José Rondeau inició su campaña sobre el Alto Perú; Muñecas no dejó de atacar permanentemente la retaguardia enemiga. Luego de la derrota del ejército patrio en Sipe Sipe, mantuvo sus líneas y prestó colaboración en la retirada de los jefes argentinos. Ello fue publicado en “La Gaceta de Buenos Aires” a fines de 1815 y comienzos de 1816.

Para los realistas, el tucumano era ya una figura de pesadilla, por lo que la comandancia armó una fuerte expedición a efectos de neutralizarlo. Pero la tenacidad de Muñecas y la valentía de sus guerrilleros, hicieron retroceder a los ejércitos del Rey, por lo que el tucumano quedó como único comandante en jefe rebelde del oriente del Titicaca.

El ocaso

El brigadier realista Joaquín de la Pezuela (el vencedor de Manuel Belgrano en las batallas de Vilcapugio y Ayohuma), ya por entonces designado Virrey del Perú, urdió un plan para aniquilar al hasta entonces indómito Muñecas.

Armó dos columnas que cercaron en forma de pinzas al cura en la cordillera de Sorata. A fines de febrero de 1816, lo alcanzaron en la cordillera de Cololó, donde las fuerzas de Muñecas fueron batidas completamente. La represalia fue terrible para con los vencidos; más de un centenar de ellos fueron degollados. Nuevamente Muñecas logró escaparse a último momento, y fue a cobijarse en una población indígena en las quebradas de Larecaja.

Pero uno de ellos, Manuel González cual Judas, delató el escondite de Muñecas a cambio de dinero. Los realistas cayeron sobre el patriota y su menguada tropa; a los rendidos se los fusiló allí mismo. Las órdenes del brigadier Pezuela fue llevar encadenado al tucumano a la ciudad de Cuzco, donde lo juzgarían públicamente. Pero antes de llegar al Desaguadero, el doctor Muñecas fue asesinado a tiros por uno de los soldados.

El crimen ocurrió el 7 de julio de 1816, es decir dos días antes de que se declarara la Independencia en San Miguel de Tucumán. Nunca se supo los motivos, aunque se especula que pudo ser por venganza. Su muerte fue notificada al Congreso de Tucumán por el patriota Juan José Feliciano Fernández Campero. Sus fieles amigos indígenas recuperaron su cadáver y le dieron cristiana sepultura en la capilla de Huaqui, donde sus restos descansan allí hasta la actualidad.

Héroe nacional

El mariscal Antonio José de Sucre resolvió, en 1826, denominar “Muñecas” una provincia del departamento La Paz, siendo su capital la ciudad de Chuma. Para los bolivianos es un verdadero héroe nacional y resulta imposible sólo pensar en solicitar su repatriación a Tucumán.

Pero su provincia no lo olvidó; cuando en 1855, se decretó la primera nomenclatura de calles de San Miguel de Tucumán, se bautizó “Muñecas” a la arteria céntrica que hasta hoy así se denomina. Existe un retrato suyo al óleo, y una copia se conserva en el Museo Histórico Nacional.

El “Diccionario Biográfico Americano” de Cortés, describe al famoso tucumano. “Su instrucción nada vulgar, su tacto y maneras sagaces, su porte desenvuelto, su palabra fácil y ardiente, que así inflamaba la grey cristiana en el templo como la muchedumbre armada en el campamento; el valor y el mismo carácter sacerdotal que investía, le dieron el rango de un jefe prestigioso y temible”.

La casa donde vivió en los años que fue párroco de la Catedral del Cusco, se conserva en la actualidad, siendo parte de la Zona Monumental del Cuzco, declarada como Monumento Histórico del Perú.

Homenajes debidos

Anotaba el Dr. Páez de la Torre que “el 8 de octubre de 1963, se colocó un busto de cura Muñecas en la plaza Urquiza. Pero fue retirado sin explicaciones al practicarse la remodelación del paseo”.

Sería un acto de estricta justicia volver a colocar ese busto en esa plaza tan importante de nuestro ejido urbano. Existe un monumento suyo en la avenida de los Próceres Tucumanos, que fue recientemente restaurada.

Pero considero que los tucumanos debemos un homenaje a su memoria, cual sería conocer su historia desde la currícula de nuestras escuelas, colegios y universidades.

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