
Por Horacio Madkur - Abogado - Docente en la Universidad Nacional de Tucumán
Primero fue el miedo, el encierro; luego la crisis sanitaria, las perdidas irreparables. En ese contexto muchos analistas pensaban que luego de la pandemia sucedería un tiempo de sombra, de desasosiego, que entraríamos en una etapa de nuevo feudalismo.
En 2020 el mundo experimentó una disrupción global y una recesión sin precedentes desde la Segunda Guerra Mundial. Las medidas de confinamiento, las restricciones de viajes y el cierre de fronteras impusieron cambios drásticos en los patrones de trabajo, del consumo y de las relaciones internacionales. El mundo tal como lo conocíamos parecía no volver a ser igual. El miedo conllevó a un nuevo proteccionismo comercial, que tuvo más relevancia en lo legal que en los hechos.
Se pensaba que se iba a economías más cerradas, pero sin embargo se incrementó exponencialmente la conexión global entre las personas. Emergieron a través de la digitalización nuevas formas de comunicación, de comercialización y de trabajo. Por la crisis sanitaria el mundo era una amenaza, pero al mismo tiempo todos estábamos pendiente y necesitados de ese mundo. Para graficar ese tiempo, y de alguna manera ponderar, sirva citar como ejemplo el valor accionario de la compañía Zoom Video Communications: a fines del 2019 el precio de la acción era de 74 dólares estadunidenses, en noviembre de 2020 el valor de la acción alcanzó el récord de 399 dólares estadunidenses.
Como suelen citar ciertos analistas, la pandemia aceleró los procesos que ya se venían gestando. En las relaciones internacionales se observó una crisis de los sistemas de gobernanza globales y por ende la renuncia de muchos estados al multilateralismo. Frente al duelo de las mayores potencias económicas, EEUU y China, emergieron nuevos bloques económicos y asociaciones de países para la cooperación.
Esto también tuvo un correlato en el comercio internacional, que experimentó una transformación. Ante la afectación de las cadenas de suministro se produjo un desplazamiento hacia el “regionalismo”, con el objetivo de fomentar la relocalización de sus proveedores a zonas o países más cercanos, tanto en la geografía como en lo ideológico.
Pero al contrario de las predicciones apocalípticas a medida que el mundo salía de la pandemia, el comercio global continuó con su interdependencia entre naciones, el PBI global volvió a crecer. Incluso luego de la guerra en Ucrania (iniciada en 2022), que volvió a plantear un giro sobre las políticas energéticas en el centro europeo, el proceso de globalización continúa, aunque de forma fragmentada y con nuevos actores. Mientras el comercio de bienes y servicios presenta signos de estancamiento en 2025, según el Banco Mundial, como contrapartida el comercio de servicios y productos tecnológicos ha crecido, especialmente en sectores como la inteligencia artificial, las energías renovables y la biotecnología.
En su reconocido índice de globalización que elabora el KOF Swiss Economic Institute, sostiene a diciembre de 2024 que se ha alcanzado los niveles prepandemia, es decir que aquellas predicciones sombrías no se han cumplido.
Existen nuevos desafíos, hay nuevos retos sin duda, pero creo que hay que permitirse ser optimista. Después de tanto dolor hay que apostar por un mundo más cercano.