21 Marzo 2025
Por Lorena Sarverry, Licenciada en Ciencias Políticas, Magister en Relaciones Internacionales.
La geopolítica implica entender cómo el territorio, la ubicación, los recursos naturales y la población impactan en las decisiones políticas, los conflictos y la cooperación internacional, y sobre todo lo relacionado con las rivalidades por el poder y la influencia sobre determinados territorios y sus poblaciones.
Si analizamos el año 2020 podemos observar un mundo globalizado, interrelacionado y caracterizado por múltiples Estados que disputan el poder económico-financiero, el desarrollo tecnológico, la administración de los recursos naturales, la superioridad militar global y el manejo de las comunicaciones y el ciberespacio.
El sistema internacional se caracterizó por un modelo uni-multipolar liderado por Estados Unidos, que mantiene su hegemonía política y estratégica a nivel global respaldado en sus socios europeos, principalmente Gran Bretaña, Francia y Alemania, y asiáticos como India y Japón.
Del otro lado, China emerge como un actor global en plena competencia económica con EEUU y aprovecha la recuperación estratégica de Rusia a través de la Ruta de la Seda, la Franja, la geopolítica de los oleoductos y los créditos masivos adentrándose de lleno en regiones como América Latina, África y Medio Oriente.
A este escenario debemos sumarle la reformulación de grandes espacios económicos regionales, y una agenda internacional que incorpora conceptos de seguridad energética, seguridad alimentaria y seguridad humana.
Sin embargo, la pandemia cambió el eje de las relaciones internacionales para dar paso a la diplomacia de las mascarillas, de las vacunas, a una agenda de seguridad humana interna con presencia y asistencia dentro de cada territorio y con vinculaciones más regionales que globales. Pero esta dinámica, podríamos decir que sólo duró un año.
El calendario electoral norteamericano, la elección de Joe Biden, los sucesos del asalto al capitolio, las promesas de recuperación económica occidental y el retiro de las tropas de Afganistán en 2021 no hizo más que reavivar las disputas por el poderío norteamericano en el mundo entero. De hecho, la propia salida de Afganistán significó una derrota ya que los talibanes tomaron el control del país echando por tierra los intentos democratizantes y dejando una imagen internacional debilitada de EEUU y sus aliados.
A los pocos meses, en febrero de 2022 se inició la ocupación de Rusia a Ucrania, motivados por la expansión de la OTAN hacia el este, reclamo que desde el año 2008 venían haciendo y que los europeos y norteamericanos hicieron caso omiso. Guerra que persiste hasta la actualidad a pesar de las sanciones económicas, y al apoyo económico y militar brindado a Ucrania. A esto debemos sumarle el conflicto histórico árabe-israelí en la Franja de Gaza con la masacre de octubre de 2023.
Hoy nos encontramos con un mundo convulsionado, mucho más conflictivo y violento que desde que inició la pandemia, con dos grandes conflictos que aún no han finalizado, con organismos internacionales estancos como ONU, UE, y OEA, que no cumplen su rol fundacional de mantener la paz y cooperación, y que sólo emiten recomendaciones sin dar soluciones efectivas.
A esto debemos sumarle el surgimiento de los nacionalismos, las polarizaciones y antagonismos políticos extremos, los problemas transnacionales como el narcotráfico, el terrorismo, las crisis migratorias, y el avance tecnológico y la Inteligencia Artificial junto con problemas de ciberseguridad.
Sin duda, el tablero internacional se irá reacomodando. Si es bajo la lógica del realismo, el más fuerte impondrá sus reglas al resto. Si, en cambio, triunfa el multipolarismo podremos avanzar hacia un mundo más cooperativo, mas resolutivo, y, sobre todo, más pacífico.
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