Por Federico Türpe
20 Marzo 2025
Las personas tienen grabadas a fuego las imágenes postapocalípticas de 2020, con ciudades paralizadas, vacías, mudas, sobre todo durante la noche. Como en las películas, sólo faltaba que aparecieran los zombies en manadas para apropiarse de los espacios que los humanos habían abandonado.
Para los memoriosos, la única vez que se había vivido algo parecido, aunque no tan prolongado y por ello menos aterrador, fue en diciembre de 1978, cuando las Fuerzas Armadas realizaron ejercicios de “oscurecimiento” en las principales ciudades, que consistían en que la gente se atrincherara en su casa, no saliera a la calle, y apagara todas en las luces, en medio de una inminente guerra con Chile por el conflicto del Canal de Beagle.
Pero en 2020 ese “oscurecimiento” duró casi un año, sumado a que muchas de las restricciones se extendieron hasta 2023.
El confinamiento que por decreto ordenó el presidente Alberto Fernández obligó a millones de argentinos a permanecer encerrados, aunque otros millones decidieron no salir por miedo al contagio, por la incertidumbre de lo que podían encontrar afuera o por la angustia que generaba un contexto sanitario inédito.
Ya sea por obligación o por elección, mucha gente de pronto se quedó “quieta” y el mundo prácticamente se detuvo. Al punto que, según describen las crónicas de hace cinco años, los que empezaron a salir de sus madrigueras y de sus escondites fueron los animales ante el retroceso del hombre de los espacios públicos: rutas, calles y veredas, parques y plazas, cines y teatros, estadios, locales gastronómicos…
La ciencia lo definió como “el mayor experimento psicológico de la historia”.
Los esenciales
La libre circulación ya no era más un acto de voluntad propia y se necesitaban permisos para salir de casa y aquel que no pudiera justificar su salida se podía enfrentar a las sanciones del Código Penal, que lo configuraba como un delito a la salud pública. Miles de personas fueron detenidas en Argentina.
Sólo tenían permitido circular los “trabajadores esenciales”, que incluía a los empleados de los gobiernos nacionales, provinciales y municipales en niveles de conducción política; de sanidad, fuerzas armadas y de seguridad; la producción de alimentos, fármacos, petróleo, refinerías de naftas y la prensa, entre otros rubros.
Esto provocó una caída abrupta de pasajeros en el transporte público urbano, interurbano e internacional en todos sus niveles: ómnibus, taxis, viajes por aplicaciones, trenes, subterráneos, aviones y barcos, mientras y en paralelo fue creciendo el traslado individual, que garantizaba cierto aislamiento, en autos particulares, motos, bicicletas, monopatines y, por supuesto, el tránsito peatonal.
Una vez que se fue levantando el confinamiento, los medios de transporte tradicionales empezaron a recuperar su volumen de pasajes, aunque otros no lo hicieron y cambiaron para siempre. El servicio que recibió el peor castigo fue el de colectivos.
Una caída estrepitosa
En Tucumán las líneas de ómnibus se dividen en tres segmentos: urbanos (capital), interurbanos (área metropolitana) y rural (el resto de la provincia).
En 2019 se vendieron en San Miguel de Tucumán, donde operan 14 líneas, 55,6 millones de boletos y a causa del confinamiento en 2020 cayó a 18,4 millones. Si bien a partir de 2021 la situación empezó a normalizarse (28,2 millones de boletos), los números nunca volvieron a ser los mismos que hace seis años y la tendencia a la baja sigue hasta el día de hoy: 2022 (42,8 millones de boletos); 2023 (41,2 millones); 2024 (30,6 millones), y las proyecciones para 2025 indican que se repetirá la merma que hubo entre 2023 y 2024, que fue del 25,8%.
Este fenómeno comenzó con la cuarentena pero está claro que continuó debido a otras razones: mucha gente que se bajó de los colectivos en la pandemia optó por otros medios de transporte y no volvió a subirse a un ómnibus, debido al precio del boleto, al mal servicio, a las demoras y a la escasa cobertura en numerosas zonas de la provincia.
Estos millones de viajes perdidos se trasladaron principalmente a las motos, que no dejan de batir récords de venta en la provincia, a las aplicaciones de viajes (autos y motos) que son más cómodas y rápidas que los colectivos, con un servicio puerta a puerta, y además son más económicas. En menor medida también creció la venta de autos (nuevos y usados), los viajes en bicicleta, que pasaron del 3,5% en 2019 al 8% en 2020, y luego descendió un poco aunque se mantiene en casi el doble que hace seis años.
En el resto de la provincia
Esta tendencia negativa es similar en las 18 líneas metropolitanas: 2019 (47,9 millones de boletos); 2020 (17,8 millones); 2021 (28,3 m); 2022 (37,9 m); 2023 (36,8 m); y 2024 (27,8 m).
Y los números registrados en las 23 líneas que cubren el interior, cuyo corte de boletos es 1,8 veces superior a los de la capital, son muy parecidos.
Por más esfuerzos de mejoras en el servicio de ómnibus que hagan el gobierno, los municipios y las empresas, las ventajas que ofrece una moto para una ciudad como el Gran Tucumán y el resto de la provincia, que carece de colectivos fuera de las rutas principales, son muy superiores para el ciudadano: libertad de movimiento, rapidez, viaje puerta a puerta y mucho más económico.
Las motos llegaron para quedarse y su expansión es exponencial. Se estima que hoy circulan más de medio millón de motos en la provincia. La política planifica sobre un mundo deseado en vez de hacerlo sobre un mundo real. La movilidad se analiza desde el automóvil particular (el menos efectivo de los transportes) y desde los insuficientes colectivos, en lugar de ordenar la ciudad en torno de las motos, de las app, y de los peatones, que juntas involucran a más del 70% de la población.
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