La pandemia representó un desafío en la lucha contra la desinformación y marcó un camino hacia la IA

La pandemia representó un desafío en la lucha contra la desinformación y marcó un camino hacia la IA

El periodismo navega en los desafíos que generan las redes sociales y el manejo de Google y Meta en la transmisión de las informaciones.

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DESAFÍOS POSPANDÉMICOS. Saber qué quieren las audiencias y transmitir buenas historias, tareas periodísticas. DESAFÍOS POSPANDÉMICOS. Saber qué quieren las audiencias y transmitir buenas historias, tareas periodísticas.

La pandemia puso al mundo patas para arriba porque no había respuestas científicas, sociales ni religiosas que explicasen lo que pasaba. Cualquier cosa se ampliaba en las mentes asustadas y afiebradas: que la lluvia de aquel marzo de 2020 podía contagiar covid, que había que consumir lavandina, alcohol o dióxido de cloro (como hizo ante las cámaras Viviana Canosa), o comer ajo; que las vacunas tenían metales y el brazo quedaba con un efecto magnético tras la aplicación, y que incluían un chip para vigilar a la población; que el virus no afectaba a los niños; que había sido hecho en un laboratorio o que los chinos se comían los murciélagos y por eso se habían contagiado y contagiado al mundo. “Las noticias falsas se fueron sofisticando con el tiempo” decía en 2021 en “Página/12” Florencia Labombarda, investigadora del Conicet y una de las integrantes de la cuenta de Instagram “Tomátelo con ciencia”, que señalaba que aparecieron fake news “mucho más sofisticadas y difíciles de desarmar porque se construyen a partir de una verdad, que luego es manipulada o sacada de contexto”. Cuando aparecieron grupos que se oponían a las medidas sanitarias con semiverdades, la desinformación sobre salud se difundió descontrolada. Desde hechos pequeños como anunciar que en la Facultad de Bioquímica se repartía alcohol en gel gratis, hasta la circulación de testimonios falsos de los estragos que supuestamente causaban las vacunas; o mensajes anónimos como uno de febrero de 2023 que advertía que la bacteria de la Legionella estaba alojada en la red de agua de San Miguel de Tucumán.

Mientras la gente se aislaba físicamente se desarrollaron posibilidades de contacto virtual familiar de amigos, de negocios, de intercambio de proyectos y hasta citas amorosas. Aquello que parecía gracioso en las redes sociales -que se consideraban zonas de ocio, de poca importancia en el devenir de las sociedades- empezó a consolidarse como parte sustancial de la comunicación que ya había sido cedida a regañadientes por los medios tradicionales a los grandes monstruos de la tecnología, Google y Meta. Estos acapararon el negocio de la publicidad. Ya desde comienzos de siglo venían redefiniendo con los algoritmos el modo de circulación de las informaciones.

En 2016 se había elegido “posverdad” como palabra del año para describir el fenómeno creciente en el que era difícil distinguir lo verdadero de lo falso. Con la pandemia eso evolucionó hacia el proceso más complejo, de atención selectiva de las “burbujas de filtro” de las redes sociales: “es el proceso mediante el cual prestamos atención a los usuarios y contenidos que son consistentes con nuestra cosmovisión”, dicen Ernesto Calvo y Natalia Aruguete. “El cerebro destaca lo que nos da la razón e ignora lo que nos la quita. Por eso es más fácil que demos por ciertas las noticias que confirman nuestras ideas”, explica Amorós García. Ahí ya no importa distinguir lo verdadero de lo falso, sino que la verdad que está fuera de la burbuja personal deja de ser importante y hay un desprestigio del pensamiento racional y crítico. Hace pocos meses Meta eliminó el programa de verificación de contenidos en su plataforma en EEUU, con lo que se generó un fuerte retroceso en la lucha contra las fake news. “Es más fácil engañar a la gente que convencerla de que ha sido engañada”, decía Mark Twain. Y cuando en los altos niveles de la política se empieza a trabajar con el desprestigio del periodismo y la manipulación de la opinión pública en las redes sociales, la cuestión se agrava. En su mensaje a la asamblea de la SIP en 2024, el Papa Francisco pidió que “ayuden a combatir la desinformación” porque -dijo- con los avances tecnológicos se promovían también los discursos de odio. Martin Baron, el famoso ex editor de “The Washington Post”, decía el año pasado que un tercio de los norteamericanos cree en alguna teoría conspirativa, y concluía: “no hay manera de dialogar sensatamente con ese tercio”.

Hace dos años la inteligencia artificial comenzó a desplegarse en todas las actividades humanas. “Vivimos transformaciones que se producen a una velocidad superior a la de la capacidad humana para poder procesarlas. Eso genera atajos mentales, búsquedas de explicaciones reduccionistas para resolver el fantasma de la complejidad”, dijo Andrés Pallaro, director del Observatorio del Futuro de la Universidad Siglo XXI. La IA ha traído oportunidades  y desafíos para la comunicación. Se está produciendo un cambio en la industria de creación de contenidos y en los medios se vive esa revolución de la IA, por un lado, como un ayudante de alto nivel que puede procesar infinidad de datos en segundos - Google acaba de lanzar “Deep Research”, una nueva actualización que permite investigar sobre temas complejos de forma más rápida y eficiente y que puede acercar nuevos públicos-. Por otra parte, como señala el tecnólogo Álvaro Liuzzi, genera ciertos riesgos para el ejercicio de un periodismo de calidad, como una posible dependencia excesiva que comprometa la independencia de las empresas de noticias o el riesgo a un bloqueo tecnológico que impida que los medios puedan innovar, según señala Pablo Hamada, de LA GACETA.

Ahora es posible visualizar los intereses de las audiencias gracias a las tecnologías y en ese sentido se busca responder a sus demandas y perseguir sus requerimientos. En esa búsqueda el periodismo corre el riesgo de perder innovación y capacidad de sorpresa en la producción de información, sin dejar de lado que las buenas historias, grandes y pequeñas, siempre tienen cabida.

En estos tiempos, a las batallas contra la desinformación, que se sostienen en la búsqueda de la verdad, con investigación y presencia en los lugares de los hechos, se añaden los constantes cambios en las plataformas y las caídas del periodismo local que generan lo que se llama “zonas de silencio”, donde las comunidades no se ven reflejadas, excepto en las burbujas de las redes sociales. Fernán Saguier, de “La Nación”, dijo el año pasado en la SIP que medios y periodistas “somos portadores de certezas”. La sociedad las necesita, pero tiene que saberlo.

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