

Francisco Albarracín siente que está a la deriva. “La sociedad no está preparada para las personas como yo. El común denominador es que la gente reconozca a las personas que ven bien y a las personas ciegas. Los que tenemos baja visión, no tenemos un buen lugar porque no todas vemos lo mismo, sino que vemos distinto”, sintetizó. Diagnosticado con retinosis pigmentaria a los tres años, una enfermedad degenerativa de la retina, Albarracín encontró en el deporte la razón para sentirse más ubicado en la vida. El judo se ha convertido en un bastión de superación personal, el tatami es el faro de esperanza que ilumina su camino, que tiene menos luz que para otros. Albarracín anima: que los que tengan esta discapacidad no se limiten. “Cuando me diagnosticaron decían que iba a quedarme ciego”, contó el hombre de 43 años.
La enfermedad degenerativa avanzó y Albarracín también lo hizo a la par de ella. Tras abandonar el rugby debido a las dificultades visuales descubrió el judo hace siete años. Este deporte le permitió continuar su pasión por la actividad física, brindándole herramientas no sólo para fortalecer su cuerpo, sino también para forjar un espíritu inquebrantable; fortaleciendo su autoestima, mejorando su equilibrio y ganando una confianza en sí mismo que trasciende el tatami. “Nunca pensé que el judo me iba a dar estas herramientas para emplearlas en la vida diaria. Si es que me caigo, sé cuidarme el cuerpo, protegerlo. Eso es lo bueno del judo: es el único arte marcial que enseña primero a caer”, destacó.
El no tiene visión central, sólo periférica. Para poder observar algo, necesita girar un poco su cabeza; es decir mirar por los costados de sus ojos. “La forma típica de la retinosis pigmentaria es que se vaya cerrando el campo visual hacia el centro, como que vas cerrando un abanico. Yo tengo a la inversa, desde el centro hacia la periferia, el abanico se abre muchas veces”, ejemplificó.
A pesar de ser un deporte individual en su esencia, el judo requiere la colaboración constante de un compañero de entrenamiento, un símbolo de la interdependencia humana. Albarracín ha participado en numerosos torneos locales, regionales e internacionales, llevando consigo la bandera de Tucumán y de Argentina. “Lo más lindo es que desde 2022 formo parte de la Selección”, expuso eso como el logro que más lo llena de orgullo. Es el premio a años de esfuerzo y dedicación. “Me iba a entrenar a Santiago del Estero. Me tomaba un ómnibus a la una de la tarde para llegar a las tres; me entrenaba desde las 16 y después a las siete de la tarde volvía a Tucumán. Obviamente llegaba cansado pero aprendí algo nuevo, técnicas nuevas y coseché muchos amigos”, celebró el esfuerzo realizado.
Más allá de su carrera deportiva, Albarracín desempeña un papel fundamental en la difusión del judo y la concientización sobre la retinosis pigmentaria, convirtiéndose en un embajador de la inclusión y la superación. Como presidente de la Fundación Argentina de Retinosis Pigmentaria, brinda apoyo a personas con problemas de retina en todo el país, ofreciendo información, contención y esperanza. Además, desde este año, ejerce como manager deportivo de la selección de judo paralímpico, asumiendo la responsabilidad de guiar y motivar a sus compañeros de equipo.
El atleta tucumano enfrenta desafíos diarios debido a su visión periférica, lo que dificulta su movilidad y reconocimiento de rostros. Sin embargo, su pasión por el judo lo impulsa a superar obstáculos y a viajar largas distancias para entrenarse, desafiando las barreras físicas y geográficas. “Cada logro o cada paso que doy en este deporte es el combustible de mi vida”, afirmó Albarracín, reflejando su profunda conexión con el judo y su capacidad para encontrar motivación en cada pequeño avance.
Albarracín anhela que más personas con baja visión o ceguera se animen a practicar judo, descubriendo en este deporte un camino para fortalecer su cuerpo y su espíritu. También busca el apoyo de empresas locales para solventar los costos de la indumentaria, que representan una barrera económica para muchos atletas. “Me gustaría que en algún momento pueda tener más apoyo de empresas locales ya que la indumentaria es muy cara”, declaró destacando la importancia del respaldo económico para el desarrollo del deporte paralímpico.
Su historia es un testimonio de perseverancia; la discapacidad no es un impedimento para alcanzar metas deportivas y personales. “El judo me enseñó mucho a fortalecer mi autoestima, a manejar mi equilibrio, a tener más confianza en mí mismo y sobre todo a tener una disciplina”, aseguró Albarracín.
También, su rutina es un ejemplo de dedicación. Los días de entrenamiento se desplaza desde su hogar, utilizando el transporte público, hasta el dojo del Sensei, Marcos Cejas. “Hay veces que me tengo que tomar dos colectivos para ir”, relató.
Además de beneficios, a Albarracín el deporte le trajo algo inesperado. “Soy el único en Tucumán que practica judo paralímpico y eso genera una responsabilidad muy grande porque tengo que difundir esta disciplina”, concluyó.
Lo suyo es un testimonio de la fuerza del espíritu humano, un ejemplo de cómo el deporte puede transformar vidas y un recordatorio de que la discapacidad no define los límites de una persona.