En un reciente informe publicado en LA GACETA, se dio cuenta de que la educación sigue siendo valorada por la sociedad y de que la sensación de bochorno y vergüenza por no saber leer ni escribir o no haber completado los estudios es el común denominador entre quienes tienen esa desventaja en su formación.
Vergüenza es un sustantivo que está muy adherido al entorno del analfabetismo y que atraviesa a todos los niveles sociales, los modos de vida o las ideologías. La sienten profundamente aquellos que ni siquiera saben leer y escribir, los analfabetos funcionales o los analfabetos tecnológicos. Pero también la palabra alcanza a estratos más altos, profesionales o no, como por ejemplo un abogado o un médico que no domina el inglés, o un científico que comprende un solo idioma, lo cual se transforma en una verdadera limitación en ciertas áreas.
Analfabetos, semianalfabetos, analfabetos funcionales o analfabetos tecnológicos hay miles, no sólo en el Gran San Miguel de Tucumán sino también en el interior de la provincia. En lo referido a las personas que no saben leer ni escribir alcanza al 2,5% de la población mayor a 10 años (unos 42.500 tucumanos), y existe una gran diferencia entre departamentos. Burruyacu está en el extremo más alto del registro, con el 6% de personas analfabetas, mientras que Yerba Buena se ubica en la otra punta, con sólo el 1,43%.
Aquello de la valoración social a la educación no deja de ser un dato optimista. Como también lo es entender que, culturalmente, saber o no saber no es lo mismo. Se entiende que la escuela sigue siendo un factor de movilidad ascendente en el status social y para el bienestar.
También es optimista la visión con respecto a que Tucumán es la provincia argentina con el menor índice de sobreedad escolar. Esto significa que la edad biológica del alumno cursante de sus estudios coincide con la edad escolar.
Lo cierto es que el analfabetismo permanece inalterable como una barrera significativa para el progreso individual y colectivo. Repercute en la vida de los individuos, ya que no permite avanzar en la vida escolar, impide tener una vida profesional y pone obstáculos en la vida diaria, además de representar un impedimento para el crecimiento económico.
Visto desde una forma amplia, no se trata de un problema argentino en general ni tucumano en particular: el mundo enfrenta una crisis del aprendizaje. Si bien los países aumentaron considerablemente el acceso a la educación, estar en la escuela no es lo mismo que aprender.
En ese sentido, para abordar esta problemática de manera efectiva, es necesario adoptar una perspectiva integral, cuyo objetivo es reconocer la importancia del aprendizaje a lo largo de toda la vida. Esto es, que la educación no debe ser vista como un proceso limitado a la niñez y la adolescencia. En un mundo de cambios vertiginosos, la capacitación y la actualización constantes resultan indispensables. Para ello, se hace necesaria la implementación de programas educativos flexibles y accesibles, diseñados para atender las necesidades específicas de diferentes grupos de población. Promover la alfabetización digital como parte integral de estos programas resulta también fundamental, como lo es crear una cultura que valore y promueva el aprendizaje a lo largo de toda la vida como un derecho humano fundamental. En ese sentido, a la participación activa de los gobiernos y de las instituciones educativas hay que sumarles el compromiso de empresas, de organizaciones civiles y de la comunidad en general.