

El delantero Mauro Amato jugó poco más de un año en Tucumán. Las historias cuentan que fue un goleador temible en el fútbol argentino de los años 90 y principios de los 2000. Además de romper redes con Atlético Tucumán, también jugó en Estudiantes de La Plata, Aucas y otros clubes. Pero su nombre quedó grabado en la memoria de los hinchas por algo que va más allá de los goles y la competencia deportiva. A diferencia de muchos futbolistas, Amato nunca esquivó el compromiso político y social. Durante su carrera profesional, no dudó en alzar la voz en momentos clave. En un partido en Tucumán, durante el gobierno de Antonio Domingo Bussi, mostró una camiseta de las Abuelas de Plaza de Mayo. En otro encuentro, exhibió una imagen de José Luis Cabezas, el fotoperiodista asesinado durante el gobierno de Carlos Menem. Así jugaba Amato: al límite y desafiando a quien fuera.
Tras su retiro, Amato siguió vinculado al fútbol, pero desde una perspectiva diferente. Comenzó a trabajar en las divisiones inferiores de Estudiantes de La Plata, aunque no se sintió cómodo en ese rol. “Ver a niños de 12 años con representantes me hizo replantear muchas cosas”, dice sin pelos en la lengua. En la cabeza de Mauro el fútbol no es solo un negocio. Así, decidió darle al fútbol un sentido más humano y solidario. “A mí del fútbol me quedaron valores como la perseverancia y la tolerancia. Ahora intento transmitírselos a los chicos. ¿Por qué logro conectar con ellos? Porque conozco sus historias y me vinculo con la persona, no con su condena”, afirma el exgoleador a LA GACETA.
Desde hace poco más de un año, Amato dicta talleres de fútbol y valores en institutos para menores privados de su libertad. El taller se llama Fútbol y Valores y se realiza en el Centro Cerrado Francisco Legarra, un instituto que alberga a adolescentes y jóvenes privados de su libertad en La Plata. Para él, la experiencia ha sido reveladora. “Era una propuesta que me entusiasmaba mucho. Poder conectar con los chicos en un contexto de encierro era un desafío, pero también una oportunidad para conocer sus historias de vida y ayudarlos desde otro lugar”, cuenta con la alegría que lo caracteriza.

El exfutbolista destacó que su vínculo con los jóvenes se da a nivel personal, sin prejuicios sobre su pasado. “Para mí, la transformación empieza ahí. No me importa la condena, me importa la persona. En ese mano a mano se genera la confianza, el respeto y el aprendizaje mutuo”, explica. Aunque aún no ha tenido la oportunidad de reencontrarse con los chicos en libertad, mantiene contacto con algunos de ellos a través de mensajes. “La mayoría no es de La Plata, entonces se hace difícil, pero algunos me han escrito después de salir”, dice con alegría.
Su compromiso con la solidaridad no es algo nuevo. Amato recuerda que esa sensibilidad nació en su hogar. “Eso me lo inculcaron mis viejos. Desde chico aprendí a ponerme en el lugar del otro. Después, con el tiempo, fui desarrollando esa empatía. Me gusta conectar con las personas desde el corazón”, reflexiona. Para él, ayudar no es solo una acción ocasional, sino una forma de vivir. “El fútbol me ha llevado a lugares que nunca imaginé. Y si hoy puedo usarlo como herramienta para generar un impacto positivo, entonces siento que vale la pena”, sostiene.
Amato sueña con expandir el alcance de sus talleres a otros institutos y, en el futuro, formar un equipo de fútbol con los chicos. “Hay siete institutos y yo trabajo en uno solo. Pero en todos hay chicos que juegan bien. Me encantaría armar un equipo y que puedan probarse en algún club cuando recuperen su libertad. Sería un golazo”, asegura ilusionado.
Sobre la reinserción social de estos jóvenes, Amato tiene claro que hay muchos factores en juego. “Yo puedo aportar mi granito de arena, pero la clave está en el entorno al que vuelven. Si regresan a las mismas condiciones, al mismo barrio y a la misma falta de oportunidades, es difícil. Ahí es donde más ayuda necesitan”, analiza. Su objetivo es que, al menos, algo de lo que aprenden en el taller los acompañe en su nueva etapa. “A veces, un abrazo, una palabra de contención o simplemente jugar a la pelota con reglas claras puede hacer una diferencia”, añade.
En sus talleres, Amato no solo enseña técnica futbolística, sino que también impone reglas que fomentan el respeto y la sana competencia. “Cuando empecé, los partidos eran muy violentos. Uno de los chicos me dijo: ‘Profe, acá en cana se juega así’. Pero yo no quería que el fútbol dentro del instituto fuese igual que afuera”, recuerda. Con paciencia, fue cambiando las dinámicas: pintó líneas en la cancha, marcó límites territoriales y personales, empezó a cobrar las manos y a fomentar el juego limpio. “Ahora hay mucha menos violencia. Al principio se pegaban mucho, pero hoy los chicos entendieron que el sentido del juego es otro”, dice con orgullo.
Para motivarlos, instauró una competencia particular: no gana el equipo que hace más goles, sino el que convierte el mejor gol en equipo. “Eso los hace pensar, asociarse y jugar con otro sentido. Se ven jugadas dignas de Primera División”, destaca con sorpresa. “Ya regalé varios jugos, es una forma de motivarlos”, añade. Más allá de lo deportivo, lo que más le emociona es ver cómo los chicos encuentran un propósito en la cancha. “Ahí está la verdadera esencia del fútbol. Cuando entienden que se trata de compartir, respetar y jugar con pasión, sin violencia, se genera algo único”, concluye Amato.