Una ocupación que devora tiempo y no rinde utilidades*

Una ocupación que devora tiempo y no rinde utilidades*

Por César Aira para LA GACETA.

25 11
16 Marzo 2025

Cuando me preguntan, como suelen preguntarnos a los escritores, cuándo y por qué había nacido mi vocación literaria, después de responder con las consabidas memorias de lecturas adolescentes y la necesidad de expresión, me veía llevado a hacer una corrección: mi vocación no fue tanto la literatura, aunque la literatura terminó siendo el centro de mi vida, como los libros en general. Mi vocación fueron los libros. Y la habría realizado igual de satisfactoriamente como librero, bibliotecario, editor, investigador, cualquier trabajo en el que hubiera libros. No diré encuadernador, porque siempre he sentido que el cuidado que los encuadernadores le aportan al exterior de los libros se lo están restando a su interior. Y a mí los libros me gustan para leerlos, no para mirarlos. En cambio no me disgustaría ser corrector de pruebas. Aunque no he ejercido nunca ese oficio, imagino una suerte de voluptuosidad en limpiar una página de todos sus errores y erratas. Así como el encuadernador se queda en la cáscara del libro, el corrector de pruebas pule la cara interna de su interior.

Como sea. Terminé como lector, y accesoriamente como escritor. Esto de ser escritor alguna vez lo expliqué, medio en broma y medio en serio, diciendo que al ser la lectura una ocupación que devora tiempo y no rinde utilidades o ganancias visibles, ¿cómo justificar ante la familia y vecinos que uno se pase tantas horas leyendo? Había que buscar una profesión que explicase una conducta tan poco productiva. Podía ser la de editor, o profesor, o crítico... Pero para todas ellas se necesitaba preparación, algún talento especial, estudio, y eran a cual más trabajosa. En cambio para ser escritor no se necesitaba nada de eso y era la coartada perfecta para que me dejaran seguir leyendo en paz.

La pasión por la lectura me atrapó pronto, no sé bien si al salir o al entrar a la infancia. Y debo hacer una corrección a algo ligeramente difamatorio que dije antes. El pueblo donde crecí no tenía librerías, es cierto, no las tenía porque no las necesitaba. Había dos, no una, excelentes bibliotecas públicas, a las que me asocié y de las que fui asiduo. Si las califico de excelentes es porque lo eran, puedo decirlo ahora respaldado por la frecuentación de las grandes bibliotecas del mundo. Salvo que aquella excelencia era en buena medida mérito de la época. En efecto, en aquel entonces no existía la industria del best-seller, por lo que los quince o veinte mil volúmenes de cada una de esas dos bibliotecas eran de literatura, buena o no tan buena pero genuina, y así fue como pude leer, en toda mi inocencia adolescente, a Proust, Joyce, Kafka, Thomas Mann, Gogol, Balzac.

A un escritor que conocí y admiré le preguntaron en su vejez por qué había escrito tan poco. Respondió con una breve frase que lo explica todo: “Preferí leer”. Si bien suena como un retiro o una renuncia, y el verbo en infinitivo parece sugerir un infinito de lecturas que se agota en el tedio de lo que no tiene principio ni fin, lo redime esa preferencia conjugada en una rotunda primera persona. Es una elección libre y soberana, que se repetirá con cada libro. Yo también preferí leer.

*Discurso de agradecimiento del Premio Finestres de narrativa en español.

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