La ludopatía se está llevando puesta a una generación de chicos

La ludopatía se está llevando puesta a una generación de chicos

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La ludopatía se está llevando puesta a una generación de chicos

Uno de cada cuatro adolescentes juega regularmente on line o, al menos, realizó alguna apuesta en su incipiente vida. Son chicos de entre 12 y 16 años, preferentemente varones, aunque hay casos que involucran a niños de 9 o 10 años. Los datos surgieron de un relevamiento realizado el año pasado en la Ciudad de Buenos Aires y fueron actualizándose en informes encarados en distintas provincias. Desde entonces vienen trazándose estrategias para combatir esta plaga de ludopatía infantil -Tucumán incluido-, sin grandes éxitos. Al contrario.

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Todo comienza con un regalo, una invitación a “probar”. Es el ABC de las adicciones. En este caso, se trata de bonos con que las plataformas tientan a los internautas. Si lo que genera el juego es una producción extra de adrenalina corriendo por el cuerpo, la posibilidad de hacerlo gratis es el anzuelo perfecto. Doble satisfacción garantizada. Ya sean casinos virtuales o sitios de apuestas deportivas, siempre sacarán la mejor tajada los que ofrezcan el bono más apetitoso. En la psicología infantil, el hecho de recibir un “regalo” genera una empatía inmediata, una identificación con el “benefactor”. Todo está bien planificado.

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En muchos establecimientos educativos -no en todos- apretaron las clavijas, pero resulta imposible controlar a los estudiantes en todo momento y en todo lugar. Si no juegan en el aula, juegan en el recreo, o en el baño, o a la salida. La escuela puede emplearse a fondo, concientizando y educando, pero la entera responsabilidad es de los padres. Esto no suele quedar del todo claro, en especial cuando repican noticias del estilo “epidemia de ludopatía infantil en los colegios”. Como si los chicos sólo apostaran allí y en casa o en la calle fueran pequeños ciudadanos modelo. Para muchos padres, en todo caso, es más fácil echarle la culpa a terceros (en este caso la escuela) que mirar para adentro.

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La web que navega la amplísima mayoría de la población es apenas la cima del iceberg. Las estadísticas varían en este sentido, pero se sabe que los contenidos de internet a los que se accede por medio de buscadores, con Google a la cabeza, no va más allá del 15% del total. Hay quienes afirman que es mucho menos. El 85% restante, la descomunal masa de hielo que se mueve por debajo de la línea de flotación, corresponde a la llamada deep web. No quiere decir que todo lo que hay en la deep web sea nocivo o ilegal, sino que para encontrarlo hay que conocer las direcciones de dominio de los sitios o apelar a buscadores no convencionales -que también son propios de la deep web-. Lo que sí es nocivo e ilegal es la dark web, esa parte de la deep web que acumula todo el material que nos lleva a preguntarnos dónde quedó nuestra humanidad. En fin. La cuestión es que los chicos, nativos digitales como son, velocísimos y precisos en el intercambio y el acceso a la información, recorren lugares de la deep web que sus padres ni imaginan que existen. Esa brecha, descomunal, plantea desafíos de fondo al hablar de crianza en el siglo XXI. La ludopatía infantil también puede leerse como un spin-off de este estado de cosas.

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Los relevamientos destacan que entre el 70% y el 90% de los chicos apuesta usando billeteras virtuales, herramientas ideales para el juego on line. Aquí se plantea otra arista interesante de este universo y pasa por el cambio de paradigma en los hábitos de consumo. La economía argentina -y más aún la tucumana- mantiene altísimos niveles de informalidad, lo que potencia la circulación del efectivo, pero la tendencia no deja de ir en el sentido opuesto. En numerosos países es rarísimo el uso de billetes; prácticamente todo el sistema está informatizado. Para eso llegaron las billeteras virtuales. En el caso de los niños, esto convierte al dinero en una abstracción, apenas números que van y vienen en una pantalla. Si nadie les explica qué es el dinero, para qué sirve realmente, cómo se lo obtiene -y lo que cuesta conseguirlo-, no será más que una carga en una aplicación, como si se tratara de la SUBE. Pero para eso los padres deben interesarse por lo que sus hijos están haciendo, por ejemplo con las billeteras virtuales. Después es tarde y vienen los dramas familiares.

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La ludopatía es una enfermedad, y como tal, muestra síntomas. Si un chico luce deprimido, estresado, ansioso o volátil en sus estados de ánimo; no duerme; le va mal en la escuela; o perdió el contacto con su círculo de amigos, es muy posible que esté apostando. Y si está apostando seguro que le va mal, acumuló deudas y presiente que la única salida que le queda es seguir jugando. Si en casa no son capaces de advertir semejante cuadro, no tendrán razones para sorprenderse cuando descubran que ese mismo hijo se apropió de las claves y ya pasó al siguiente nivel: usa las tarjetas de débito o de crédito de papá o mamá. Nada de esto se resuelve con retos o prohibiciones; al tratarse de una patología lo que se impone es la intervención de profesionales de la salud. Muchos padres se niegan a aceptar esta realidad y en su ceguera confunden a un ludópata con un nene travieso.

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Del otro lado hay una industria poderosa que sabe hacer pie en cada zona gris de la legislación que va encontrando. Y en materia de regulaciones sobre apuestas on line hay vacíos insólitos, sobre todo cuando se trata de firmas multinacionales. La inversión en publicidad que realiza la industria del juego es descomunal y los ejemplos están a la vista: si la AFA -o sea la Selección nacional-, River y Boca están auspiciados por casas de apuestas, ¿qué le queda al resto? Para los chicos esos mensajes conllevan una certeza de legitimidad, también de seguridad, de cercanía. Es tanto el dinero que el juego vuelca en el deporte en forma de patrocinio que las iniciativas para impedir esas publicidades no superan la primera barrera de los lobbies.

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Y hay otra cuestión, también de fondo. A partir del polémico caso $Libra amplias audiencias que vivían desconectadas del tema descubrieron cómo funcionan las estafas virtuales propias del comercio de criptomonedas. Y comprobaron a la vez el perfil de muchos involucrados, esa creciente masa de jóvenes sumergida a pleno en este mundo, cuya premisa es de lo más sencilla: hay que hacerse rico rápido y con el mínimo esfuerzo. Será de otra naturaleza, pero sigue siendo una timba. ¿Para qué apelar al estudio, al trabajo y al esfuerzo como un camino para colmar de sentido los vacíos existenciales, si las ganancias millonarias (en dólares) están a un clic de distancia?

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La ludopatía se está llevando puesta a una generación de chicos. Apuestan por distintas razones, algunos hasta para no perder el sentido de pertenencia a un grupo, pese a que no terminan de disfrutarlo. Ese es otro clásico de las adicciones. Dos diques de contención son los que deberían funcionar -el hogar con la educación y la contención; el Estado con las regulaciones-. Los dos hacen agua y así se explica esta epidemia.

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