

“La primera cachetada me la dio mi esposo a los tres meses de casados. La última me lo dio la persona que puso en duda la violencia que viví, por haberla soportado por años. ¿Por qué no denuncié antes? Porque no supe cómo hacerlo. ¿Por qué debí ser cuestionada por ello? Aún no lo comprendo. Pero no soy la única”. Lourdes. 44 años. Madre y víctima de violencia intrafamiliar.
Se escucha en los pasillos de los edificios más céntricos. Se lee en las redes sociales. Se oye en las calles de los barrios más populares. El “¿por qué se calló?” parece ser el nuevo “tenía la pollera muy corta”. Siembra una duda; planta una semilla que corre del lugar de víctima a la mujer que fue violentada sin analizar la profundidad de una realidad compleja y un trauma, que muchas veces, paraliza.
Walkiria Soledad Gracete es licenciada en psicología en la Fundación María de los Ángeles. Frente a ella han pasado miles de mujeres que atravesaron la violencia en todas sus formas. Las ha visto romper ese silencio y luchar por volver a ganar una independencia que habían perdido. Ella remarca que los procesos de cada una son muy particulares y que el tiempo que tardan en hablar y denunciar, está atravesado por un componente subjetivo.
“Esto quiere decir que los tiempos de unas y otras no son los mismos. Son factores particulares que se encuentran marcados por la historia de esa persona, el contexto en el que vivió, y los mandatos y valores sociales que fueron transmitidos por sus familias”, explica.
No obstante, para Gracete lo fundamental es escuchar cuando una víctima quiere hablar. “Hay que poner en pausa los juicios de valor y contener”, subraya.
Culpa y vergüenza
La culpa y la vergüenza son dos componentes que aparecen muy vinculados al contexto de violencia y al silencio de quienes la padecen, según señala la psicóloga.
“La vergüenza opera mucho, porque usualmente se enseñó que lo que sucede dentro de la casa se esconde”, argumenta. Así, pueden aparecer frases como ‘de eso no se habla’, ‘esto es familia’. “Y cuando alguien decide hablar, la mirada sobre esa persona es muy pesada. Esto impide que muchas veces se pueda denunciar”, cuenta Gracete.
La culpa, en tanto, responde muchas veces a otros mandatos difíciles de desaprender. “He conocido a mujeres que han vivido 20 o 30 años con su agresor por estar convencidas de que el matrimonio debía ser para siempre, incluso a pesar de las agresiones que recibían”, agrega la licenciada.
La dependencia económica que algunas víctimas tienen con sus victimarios es otro factor común entre ellas. ¿A dónde irían con sus hijos? ¿Con qué los alimentarían? En este punto es importante destacar que aunque en el mundo actual son cada vez más los hogares en los que ambas partes de una pareja trabajan, aún existen concepciones en el que el hombre es el proveedor y la mujer la que se ocupa de las tareas del hogar y la crianza de los hijos.
Naturalización
“Muchas veces las víctimas de violencia no conocen con qué opciones cuentan, o no tienen las herramientas simbólicas, materiales y económicas necesarias para salir de esa situación”, reflexiona Brisa Martínez, trabajadora social.
“La violencia no es una cuestión de clase”, también aclara la joven que agrega que si bien es cierto que muchas mujeres de barrios populares o más vulnerables económicamente tienen más dificultades para salir de ella, nadie queda exento de vivirla.
No obstante, una vez que se puede poner en palabras y denunciar, empieza un camino muy liberador para quienes la sufrieron, aunque no por ello menos difícil. “El proceso de empoderamiento de las mujeres no es rápido. Hay recaídas, avances y retrocesos, un proceso largo con una montaña rusa de emociones”, describe Martínez.
Por eso, para la trabajadora social uno de los aspectos clave es que al empoderarse, esa persona pueda ver que tienen los instrumentos que necesita para superar lo que vivió y, con el tiempo, logre depender únicamente de sí misma.
El rol de la justicia
A medida que las mujeres avanzan en la conquista de sus derechos, las estadísticas muestran un aumento en las denuncias por abuso y violencia sexual, aunque aún existen múltiples obstáculos para que muchas puedan llegar a esta decisión. La desconfianza en las instituciones es una constante en los relatos de las denunciantes, quienes no solo enfrentan el miedo a las represalias de su agresor, sino también la sensación de que su acusación no tendrá un impacto real.
“Es muy habitual que, al acercarse a la comisaría, las mujeres se encuentren con obstáculos. Muchas veces no les toman la denuncia aduciendo falta de personal o recursos. Esta falta de contención en el ámbito policial es uno de los primeros frenos para que las víctimas se sientan seguras al denunciar. Y a pesar de que la digitalización ha facilitado el proceso, y las denuncias pueden remitirse directamente a fiscalía, la desconfianza persiste”, explica Melanie Ríos Segli, abogada especializada en violencia de género.
Desde una perspectiva más amplia, la letrada también destaca que las víctimas suelen enfrentar la falta de un acompañamiento adecuado en el proceso judicial. “Las mujeres, al intentar dar el paso hacia la denuncia, muchas veces sienten que tienen que ‘demostrar’ que son una ‘buena víctima’. Este juicio constante sobre su palabra y su experiencia, junto con la escasa capacitación de los operadores judiciales, agrava el proceso y dificulta el avance de la causa”, afirma.
Ante ello, la abogada Andrea Liquin considera que es fundamental que los operadores que intervienen en este tipo de casos tengan una verdadera perspectiva de género. “Muchos de los lugares creados para contener a las víctimas cuentan con un número reducido de profesionales o con capacitación de baja calidad”, expresa en referencia a la escasa formación y preparación de los profesionales que deberían brindar asistencia efectiva. Este dato se corrobora en un informe del Foro de Periodismo Argentino (Fopea), que reveló que a casi seis años de su sanción de la Ley Micaela, sólo el 54.6% de la magistratura hizo la formación.
“La justicia no cumple con la rapidez y eficacia que la víctima necesita para sentirse protegida. Si no existe un respaldo efectivo y continuo, es comprensible que las mujeres duden en denunciar”, refiere.
Es que el verdadero cambio solo se alcanzará cuando no haya más víctimas silenciadas ni mujeres cuestionadas por su decisión de hablar, sino cuando la justicia sea el refugio seguro que ellas necesiten para sanar y reconstruir sus vidas.