

Un rayo sacudió La Ciudadela. No fue solo la tormenta que obligó a detener el partido, sino también el chispazo que encendió a San Martín de Tucumán en el complemento. Después de un primer tiempo para el olvido, el equipo de Ariel Martos reaccionó y, como una descarga eléctrica de fútbol, encontró el empate a través de Juan Cuevas.
El mediocampista, que decidió quedarse un año más para pelearla en Bolívar y Pellegrini, transitó un sinfín de emociones. Con su emblemática camiseta número 10, intentó marcar la diferencia en el ataque del “Santo”, que salía a la cancha con la posibilidad de adueñarse de la cima de la Zona A. La tarde presentaba un desafío especial: un estadio colmado, una lluvia incesante y la obligación de ganar para confirmar el protagonismo en el torneo.
Sin embargo, a los 30 minutos del primer tiempo, lo impensado ocurrió. Tras recibir un pase de Guillermo Rodríguez, Cuevas no encontró opciones cercanas y perdió el balón ante la presión de Maximiliano Álvarez. En cuestión de segundos, el equipo de Marcelo Vázquez cargó el área de Darío Sand con una serie de toques y, finalmente, el ex Gimnasia de Jujuy, Mauro Albertengo convirtió el 1-0. No solo llovía en Tucumán, también caían insultos sobre el volante, quien se convirtió en el blanco de la bronca por haber perdido la pelota.
Desde ese momento, San Martín intentó reaccionar. Juan Cruz Esquivel buscó desequilibrar con su velocidad, mientras que los pelotazos largos hacia Martín Pino eran la otra alternativa. Pero la férrea línea de cinco defensores del “Gaucho” se convirtió en un muro infranqueable. Para colmo, la tormenta eléctrica arremetía sobre el estadio y el árbitro Adrián Franklin tomó la decisión de parar el partido.
A pesar de las quejas de ambos equipos, la seguridad de jugadores, cuerpos técnicos e hinchas primó sobre cualquier discusión.
Los minutos de suspensión parecieron eternos. Mientras algunos hinchas decidían marcharse a casa en medio de la incertidumbre, el plantel de San Martín se refugiaba en el vestuario.
Mostró otra cara
Martos aprovechó la pausa para hacer ajustes y su charla tuvo efecto. Apenas 30 segundos después de reanudado el juego, Esquivel filtró un pase preciso y Cuevas, como si un rayo lo hubiera despertado, convirtió el empate.
El festejo fue una mezcla de alivio y desahogo. Mientras sus compañeros lo abrazaban, él levantó los brazos y cerró los ojos, como intentando liberarse de la presión que había sentido tras el error en el primer tiempo.
“A pesar del gol, me siento culpable por la jugada del 1-0. Trabajamos siempre para que el equipo gane”, confesó el “10”, consciente de la bronca que había generado en la hinchada. “Creo que nunca me putearon tanto en mi carrera como acá. Pero lo que le quiero decir a la gente es que prepare la garganta, porque yo juego y la voy a pedir siempre. Me voy a seguir equivocando, pero me quedé acá, dando la cara, y la gente putea igual (sic)”, agregó el ex Everton de Chile.
El segundo tiempo mostró una cara completamente distinta de San Martín. De ser un equipo desconectado y errático en la primera parte, pasó a dominar el juego y generar peligro en el área rival. El ingresado Gabriel Hachen comenzó a distribuir el juego con mayor precisión, Franco García insistía por los costados y Pino peleaba cada balón como si fuera el último.
El “Santo” estuvo muy cerca de llevarse la victoria con un cabezazo de Matías García que reventó el palo y generó un grito ahogado en las tribunas.
Con el pitazo final, San Martín se quedó con la sensación de que pudo haberlo ganado. Pero también tuvo el aprendizaje de que los errores se pagan caro y que el camino hacia la cima aún tiene obstáculos.
La Ciudadela pasó de la frustración a la esperanza en 45 minutos. Los hinchas se retiraron con un sabor agridulce, sabiendo que este equipo todavía tiene mucho por mejorar, pero también mucho por ofrecer.