Sexualmente hablando: La sífilis

Sexualmente hablando: La sífilis

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La sífilis es una de las infecciones de transmisión sexual más frecuentes. A pesar de ser prevenible, en los últimos años se ha disparado de manera sorprendente el número de casos a nivel mundial. Producida por una bacteria llamada Treponema Pallidum, puede ser congénita (transmitida de madre a hijo durante el embarazo) o adquirida (transmitida por vía sexual o por transfusión de sangre).

¿Cuáles son los síntomas?

En la primera etapa -“sífilis primaria”- lo que aparece es una lastimadura o úlcera, llamada “chancro”, generalmente única y no dolorosa, en la boca, el ano, la vagina o el pene. Aun cuando no se reciba tratamiento, la lastimadura desaparece sola después de unos días, dando lugar a un período de latencia de tiempo variable. Los síntomas de la “sífilis secundaria” pueden presentarse hasta varios meses más tarde: erupción o ronchas en el cuerpo, lesiones en la boca, fiebre y aumento generalizado del tamaño de los ganglios, caída del pelo, malestar general, verrugas en la zona genital.

¿Cómo se diagnostica?

A través de un análisis de sangre (existe incluso un test de detección rápida). Afortunadamente, la sífilis se cura con un tratamiento sencillo y seguro que está disponible en todos los espacios de salud públicos (debe realizarlo la persona que tiene la infección y su/s pareja/s sexual/es). Pero de no ser tratada, puede progresar a la etapa “terciaria” y causar daños al corazón y lesiones en el sistema nervioso, entre otras consecuencias graves.

¿Cómo prevenirla? La única forma de disminuir el riesgo de contraer sífilis es a través del uso del preservativo de forma correcta y sistemática. También, en el caso de las personas embarazadas, controlando el embarazo para así realizar el tratamiento correspondiente llegado el caso, a fin de evitar la transmisión al bebé.

Mal de muchos

Algunos culpan de la sífilis a los españoles que en el siglo XV regresaban a Europa desde el Nuevo Mundo, pero su origen no es tan claro (podría tratarse de una mutación virulenta de alguna forma no infecciosa). Y parte de esta confusión se hace evidente al ver la multitud de nombres que ha recibido: los rusos la llamaron “mal polaco”; los polacos la denominaron “mal alemán” (Nietzsche, su más ilustre afectado); alemanes e ingleses se decidieron por “mal francés” (o mejor aún: “la bienvenida francesa”) y, por último, los franceses se la achacaron a los italianos.

Su denominación proviene del nombre de un campesino griego que aparecía en un poema escrito en el siglo XVI. El infortunado Sífilis provocaba la ira de Apolo y éste lo castigaba cubriendo su cuerpo de úlceras. Más tarde, el dios Mercurio se las curaba (precisamente el mercurio solía emplearse para tratar las afecciones cutáneas).

Antes de la aparición de la penicilina, se desarrollaron una serie de tratamientos bastante efectivos, incluida la administración de yoduro de potasio y de salvarsán (la “bala mágica” del bacteriólogo alemán Paul Ehrlich), un compuesto a base de arsénico inventado en 1910. Muchos grupos religiosos se opusieron al uso del salvarsán con el argumento de que la curación de la sífilis no hacía más que encaminar a quien la padecía por senderos de mayor inmoralidad.

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