Fabián Casas: “Trato de tener pocas cosas, para moverte no hay que tener mucho”
Poeta, cuentista y novelista, guionista -su último guion fue el de El Jockey, la película de Luis Ortega-, Fabián Casas se define a sí mismo, sobre todo, como lector. Sus talleres de escritura se convirtieron en un boom en el ambiente de la literatura. Aquí habla sobre ellos y acerca de su relación con lo material, la religión, el fútbol, el karate, su incursión en el mundo del streaming y sus motivaciones para escribir.
Por Alejandro Duchini
Para LA GACETA - BUENOS AIRES
Los talleres literarios del escritor y poeta Fabián Casas -antes Taller asintomático y ahora Taller nómade- se volvieron una suerte de marca registrada en el ambiente literario. A sus encuentros -tienen un punto de partida pero nunca se sabe a dónde van, dice- asiste gente de los más variada. “Algunos ni hablan, otros hablan un montón. Y a veces ni yo hablo”, describe durante la entrevista que tiene lugar en un bar vecino a su casa, en el barrio de Chacarita, en Buenos Aires.
De esos talleres deriva Taller asintomático. 16 clases de Fabián Casas (India ediciones) -libro original además por su formato anillado- producto de los encuentros vía Zoom que se hicieron durante la pandemia. Casas encontró en ese territorio la posibilidad de hablar de literatura cada vez con más gente que agota los turnos disponibles. Sólo que ahora son de manera personal. Es una cancha en la que, dice, se siente alegre. Que no es poco para alguien que lucha contra los vaivenes anímicos.
Antes periodista, cuando dejó la profesión (en esta entrevista cuenta por qué) se dedicó a la ficción, se ratificó como uno de los mejores de su generación y se animó, además, al streaming -lo hizo durante 2024 a través del canal Picnic Extraterrestre, donde los viernes se subían sus charlas con personas de distintos ámbitos.
A punto de publicarse otro libro suyo -esta vez de cuentos, que saldría en junio-, sigue produciendo guiones (participó, por ejemplo, en el de la película El jockey, de Luis Ortega). Y no deja de practicar karate, tal vez el motor del que se alimenta para seguir escribiendo tan bien como siempre.
Los talleres
-Acaba de publicarse Taller asintomático. 16 clases de Fabián Casas, un libro fuera de lo común, porque está hecho con las voces de quienes participaron de tu taller literario en la pandemia.
-Sí, salió antes del verano, un libro que es un libro colectivo, un libro de clases que hizo un grupo de alumnos míos en la primera parte de la pandemia, cuando me tuve que encargar de la salud de mi papá, con mis hermanos. No me gusta el Zoom ni nada de eso, pero ellos me dijeron que querían que nos encontráramos los lunes, que nos siguiéramos viendo, aunque sea por video. Hicimos clases cortas, porque Zoom es gratis si la comunicación dura menos de 40 minutos. Así que lo hacíamos en dos partes. Esas clases grabadas querían publicarlas, entonces empezamos a buscar una editorial que respetara los nombres de los alumnos y que no aparezca sólo el mío. Porque el laburo es de ellos. Había estado bueno el trabajo colectivo. Se pensó un libro con formato de cuaderno de clases. Lo hicimos, se vendió enseguida por Instagram. Estoy contento porque me interesa mucho lo colectivo. En las clases, un ejemplo de lo colectivo es que no hablo solamente yo; hablan todos.
-¿De qué manera funcionan los talleres?
-Se forma el grupo, quiere decir que se forma un círculo de hospitalidad y alegría. Las personas no solamente traen sus textos, no es un taller centrado solamente en el hecho de escribir, porque hay gente que no escribe y va igual. Nos organizamos, hablamos de filosofía, y de cualquier cosa. Las personas pueden traer lo que quieran, algunos no traen nada, otros solo vienen a hablar o escuchar. Esto a mí me hace bien, porque son dos horas sin pensar en otra cosa.
-¿Cómo te ves en tu rol de tallerista?
-Aprendí a dar las clases a medida que iba viendo las evoluciones que tenía, prueba y error. Todavía sigo buscando formas de dar las clases. Aplico todo lo que leo. Puedo leer filosofía oriental, esoterismo, pensadores asiáticos, orientales. Yo estudié Filosofía, entonces cruzo un poco con todo eso. Me interesa utilizar diferentes formas de pensar.
Religiones y escritura
-¿Cuál es tu religión?
-Crecí en una familia con la fábula del Jesús cristiano, pero ahora no practico ninguna religión. Quiero abrirme a un montón de cosas, puedo pensar en diferentes cosas que me interesen pero no tengo ninguna religión.
-¿Cuál es tu punto de partida para escribir?
-Siempre tuve como una especie de disponibilidad de oído para escuchar lo que hablan las personas. Escuchaba lo que decían los amigos de mi papá, las amigas de mi mamá, las narraciones que se tejían en el barrio, en casa. Gente que con algo muy chiquito arma cosas muy grandes. Eso es algo con lo que me identifiqué. Nunca escribí automáticamente: como vengo del periodismo, tengo la habilidad que tienen los periodistas que saben que sacan la nota. Pero eso no quita que a veces tarde más tiempo. Hace poco dejé de hacer la columna de Eldiario.Ar porque sentía como un desgaste mental de estar todo el tiempo pensando en entregarla. A la vez empecé a escribir guiones de películas.
-¿Cuál es tu profesión hoy?
-Vivo de escribir películas y de los talleres. O sea, tengo una situación económica más precaria, como todo el mundo que no es millonario. No tengo posesiones: no tengo casa desde hace un montón de años, porque en la casa de mi papá viven mis hermanos. Nada más tengo un auto. Si desaparezco, desaparezco con todo, no tengo nada, y los libros los agarrará otra persona.
-¿Tenés una casa llena de libros?
-No, no tengo tantos libros como se pueda creer. Tengo una biblioteca con algunos libros, cedés. Tengo muy pocas cosas, trato de tener pocas cosas, porque para moverte no hay que tener mucho. Sobre todo si alquilás.
El periodismo
-¿Cómo fue el paso de dejar el periodismo y un sueldo para laburar de forma independiente?
-En el periodismo, tener un cargo alto que te permita cobrar bien significa que tenés que echar gente, y lo que me pasó es que yo no quería echar gente. Entonces, las dos veces que llegué al lugar donde tenía que echar gente, me corrí. Llegó un momento en que dije bueno, no puedo laburar más de periodista, porque si quiero tener guita tengo que llegar a puestos altos, de director. Nunca más volví al periodismo. Para mí el periodismo no existe más en ese término, en cuanto a formar parte de una maquinaria. Después seguí con columnas, que era lo que me quedaba. Y el año pasado hice (el programa de streaming) Picnic extraterrestre.
-¿Cuál fue tu experiencia de la entrevista audiovisual?
-Me da miedo salir en cámara para entrevistar. Había hecho un podcast con Marina Mariasch que me había gustado mucho, pero no me gusta que me vean, me gusta la radio. Me encantaría hacer un programa de radio como antes, de esos en los que no te veían todos. Ahora los programas de radio son con cámaras. Crecí escuchando a Dolina, Radio Bangkok. Picnic es relajado, va grabado, nunca se editaba ni estábamos esperando a ver qué dice la audiencia. Así que, bueno, me sentí bien haciendo eso.
-¿Lo definís como programa de entrevistas?
-Para mí Picnic era más de charla que de entrevista. No tengo el don de entrevistar, como Gustavo Grabia, periodista que laburó conmigo un montón de años y que es un genio entrevistando. Me gusta más la charla, lo relajado.
-¿Extrañás los medios tradicionales?
-Los medios fueron fagocitados por esta necesidad de pasar de alguna manera al mundo virtual, se rompió esa cosa del papel. A mí me gusta mucho el papel, tocar las cosas. De la misma manera que cuando era chico había un cine de barrio. En mi barrio, entre la avenida Independencia y la avenida San Juan, había cuatro cines. Ahora no hay ninguno. Bueno, creo que la pérdida del cine en el barrio es también la pérdida de cierta forma de vida, de entrar y salir al cine un domingo a la tarde, de lo que producía el sábado a la noche en el barrio. Todo eso se perdió. De la misma manera que se pierde el lector de diario. El lector que leía en los bares. Hoy el periodismo de entrevistas, de crónica larga, de ir a buscar los hechos, está en algunas revistas digitales. EldiarioAr es uno de los que intenta hacer eso. Evidentemente ya no es productivo sacar el diario en papel, porque sale carísimo. Ahora el soporte son las computadoras, la laptop, los celulares. Pero no soy de extrañar.
-¿Seguís disfrutando más de leer que de escribir?
-Totalmente. No hay ningún día que no lea. Me acuerdo de unas vacaciones que fueron una excepción, que estaba quemado, y no leí. Me llamó la atención. Pero fue hace bastante tiempo. Pero leer, leo diferentes libros todo el tiempo. Y escribir, no escribo siempre. Lo hago cuando me agarran ganas. Hoy estoy escribiendo pequeños poemas, pequeños ensayos. Antes tenía la columna obligatoria de cada semana en EldiarioAr. Me encanta escribir, es re potente, sólo que no tengo regularidad. Conozco gente que puede escribir todos los días seis horas. Cinco horas. Yo ya no puedo. Aparte cuando escribo, no escribo mucho: escribo un rato y ya está.
-¿Leés en formato electrónico?
-No, porque el e-book es distinto. No tengo la práctica de agarrar un e-book ni nada parecido. No tengo nada en contra de eso, yo simplemente leo en papel. La vista no me da del todo bien, leo con buena luz, no leo en lugares oscuros. A medida que va pasando el tiempo, también tengo más prácticas de bienestar, ¿viste? Ahora que la presbicia se corrigió sola, por el tema de la edad, puedo de nuevo leer más y mejor. Pero trato de que sea con luz natural. Y aparte me gusta mucho levantarme temprano. En la pandemia me encargaba de cuidar a mi papá con mis hermanos. Me levantaba a las cinco de la mañana, a las seis, y me parecía espectacular, porque estaba todo ese orden. Yo estaba haciendo cosas, traduciendo, leyendo, haciendo ejercicio. Aún hoy me levanto y hago ejercicio. Porque básicamente mi pelea es por el ánimo y no por el cuerpo. El cuerpo sí, que esté bien, pero básicamente por el ánimo. Eso empezó en gran parte por la pandemia, que no podías salir a la calle. Ahí me acordaba de las cosas que había aprendido en el karate, ejercicios y estiramientos. Con una cosa sola que hagas, muy poquito todos los días, te cambia todo.
Karate y escritura
-El karate es fundamental, ¿no?
-La disciplina del arte marcial hace que vos estés todo el tiempo en presente. Si te distraés, te pegan. Te conviene no estar pensando en otra cosa que en la clase, respirando, mirando el ojo del oponente, porque en karate mirás a los ojos. Es algo muy incómodo, hasta que lo aprendés. Entonces, estás mirando los ojos del otro, que te permite saber cómo manejar los golpes. Eso es presente para mí. Pensar es tarde, dice el sensei, el maestro de karate. Hace 18 años que practico. Me da fuerza mental y alegría. Cuando estaba mal de ánimo, mi sensei me decía vení, vení, vení, tenés que venir, te tenés que ayudar. Toda la comunidad de karate me ayudó un montón. La vida social para mí es esencial. Estar con los demás. Hablar con los demás. Tener amigas, amigos. Vincularse con gente de todas las edades.
-¿Por qué escribís?
-Escribo porque quiero sacarme cosas, quiero contar, es una cosa física: el derecho de escribir. Y también porque tengo ganas de que eso que escribo le llegue a otra persona y haya una devolución. Que me digan che, me gustó tu libro, me hizo pensar en esto, me ayudaste con esto. Yo lo sentí así como lector, o sea, que hay personas a las que no conozco ni voy a conocer pero les estoy agradecido.
¿Cómo manejás el yo al escribir?
-Lo que pasa es que como no tengo una imaginación profusa, siempre trabajo a partir de cosas que veo, situaciones que me pasan o que le pasan a otro, que alguien me cuenta y las desarrollo. Por supuesto que después las modifico. Hay cosas que no pasaron, hay partes ficcionadas que mezclé, como hacés en los sueños. Cuando construyo un personaje, lo construyo sobre alguien que conocí y le agrego cosas de otras personas. Eso hice con El parche caliente, mi última novela, que es como un diario de cosas que me fueron pasando pero que las situé en un futuro o en un pasado raro y que partió de la historia de un amigo mío que había perdido al perro. Se llamaba Bacon, el perro de mi amigo Gustavo López, un editor de Bahía Blanca. La hija estaba muy deprimida, todos estaban mal porque perdieron a su perro. Y me acuerdo que él me llamaba todo el día y me decía no encontramos al Bacon, no lo encontramos, no lo encontramos. Y un día soñé que el perro se convertía en hombre y que iba a la casa de ellos y aparecía desnudo y se enamoraba de la chica. Trabajé como ocho años en ese libro, siete, no me acuerdo. Y te podría decir en cada capítulo qué cosas de la vida que me estaban pasando están incluidas ahí.
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Perfil
Fabián Casas nació en el barrio porteño de Boedo en 1965. Publicó, entre otros libros, Los Lemmings, Ocio, Ensayos bonsai, Horla City, Toda la poesía, 1990-2010, La supremacía Tolstoi, Titanes del coco, Últimos poemas en Prozac y Papel para envolver verdura. Fue guionista del film Jauja (2014), dirigido por Lisandro Alonso y protagonizado por Viggo Mortensen. En 2007 obtuvo en Alemania el prestigioso premio Anna Seghers y en 2011 fue elegido por la Feria Internacional del Libro de Guadalajara como uno de los autores que garantizan el relevo de los grandes escritores latinoamericanos del siglo XX.