

Año tras año, las canchas de los complejos deportivos de los grandes de nuestra provincia se transforman en escenarios de sueños. Allí, entre piques nerviosos y miradas ansiosas, miles de chicos persiguen una ilusión con la misma intensidad con la que corren detrás de la pelota. Es el primer gran examen de sus vidas, el umbral en el que cada pase puede ser un boleto al futuro o un eco que se apaga en el viento.
En las últimas semanas, San Martín y Atlético volvieron a darle vía libre a las pruebas para reclutar jugadores para sus divisiones inferiores. Más de 150 chicos por cada categoría, muchos de ellos acompañados por sus padres, coparon los complejos y le dieron una postal diferente a esas tardes en las que el fútbol dejó de ser sólo un juego para transformarse en un espejo en el que se reflejaron las ganas de ser, de llegar y de no despertar del sueño.
Tal como reza el viejo refrán, en las pruebas no todo lo que brilla es oro. Según le confiaron a LA GACETA, así como en Primera durante los mercados de pases los entrenadores apuntan a reforzar puestos específicos en los que ven algunas falencias de sus equipos, los clubes lanzan la convocatoria con el objetivo de sumar futbolistas en puestos determinados. “Por lo general, las diferentes categorías ya están armadas porque vienen compitiendo. En esas etapas de pruebas se buscan casos puntuales, posiciones específicas. No es un llamado abierto, masivo; aunque claro, se llenan de chicos que sueñan con vivir del fútbol y hay que probarlos a todos”, aseguró una fuente consultada.
Los entrenadores arman varios equipos y mandan a todos los chicos a la cancha. Minipartidos, de dos tiempos de entre 20 y 25 minutos, sirven como división entre la gloria y el fracaso. Una gambeta, un gol, una gran atajada o un par de cierres decisivos pueden inclinar la balanza en la consideración de los DT. Pero es también en ese momento cuando la suerte juega su parte.
Historias de futbolistas con muchas condiciones que no superaron algunas pruebas hay a granel en el fútbol argentino, y a lo largo y ancho del planeta. Diego Maradona fue rechazado por Independiente debido a su pequeña contextura física y Rosario Central estuvo cerca de no fichar a Ángel di María porque corría demasiado con la pelota y rara vez hacía una pausa, por citar algunos ejemplos.
“En las pruebas inciden muchos factores. Más allá de las condiciones que puede tener un chico, están la suerte y las situaciones de partido, que muchas veces terminan incidiendo de una u otra manera”, explicó un dirigente que lleva años junto a las categorías menores.
En 40 minutos, los posibles futuros futbolistas deben impresionar desde lo táctico, lo técnico y lo atlético. “Cuando uno ve a un jugador, inconscientemente lo compara con lo que ya hay en el club. Si no es algo diametralmente superior, por lo general se lo descarta”, afirmó un entrenador al que muchos en nuestra provincia apuntan como un gran descubridor de talentos.
En el sentido de reclutamiento, Tucumán parece estar bastante atrasado respecto de otras provincias con historial bien futbolero. En Buenos Aires, Córdoba, Rosario o Santa Fe, la mayoría de los clubes trabajan con escuelitas de baby fútbol o instituciones de menor rango que les acercan a jóvenes promesas. En los principales clubes formadores de nuestra tierra las pruebas quedaron en desuso hace tiempo; actualmente los jugadores que llegan casi siempre lo hacen por recomendaciones.
Es cierto que en ese sentido en muchos casos también aparecen los famosos intermediarios que lucran con los sueños juveniles, pero ese es tema de otra columna.
Los padres
Volvamos a las pruebas de futbolistas. Mientras los chicos persiguen la ilusión de llegar a ser dentro del rectángulo verde, fuera de las canchas los padres aportan la otra pata (muchas veces polémica) de la cuestión. “Muchos son futbolistas frustrados y quieren que sus hijos logren lo que ellos no pudieron conseguir. A veces los obligan a hacer algo que no los hace felices y eso tampoco está bueno”, declaró días atrás Walter Meija, entrenador de las inferiores de San Martín.
Esa presión no sólo es una carga innecesaria para un chico que intenta disfrutar del deporte que ama; sino que, además, la mayoría de las veces conspira contra el sueño.
En un puñado de minutos los entrenadores toman decisiones y separan la paja del trigo. De acuerdo a los números que se repiten año tras año en las diferentes pruebas, de más de 150 jugadores que se presentan por cada categoría, los que superan la barrera y logran incorporarse a las instituciones no superan los cinco o seis.
La devolución de los entrenadores a los chicos es contundente, sin anestesia. Los reúnen en una ronda y nombran a los que deben regresar para ser supervisados nuevamente. Entre las sonrisas de unos cuantos, el resto se aleja con la mirada perdida y los ojos empapados. No hay ningún tipo de contención, sólo la de esos padres que tienen la difícil tarea de reanimar a sus hijos. “El fútbol en ese sentido es un deporte cruel. Cuando lo jugás con amigos es hermoso, pero cuando lo tomás en serio muchas veces te termina pegando fuerte”, afirmó otro dirigente que trabaja con las formativas.
Durante los períodos de prueba el fútbol es un juego de ilusiones, pero también de cicatrices. Mientras algunos chicos salen con el corazón inflado de felicidad, otros se retiran hechos trizas. Sin embargo, la historia demuestra que una mala prueba no es una sentencia definitiva porque en el fútbol, como en la vida, la diferencia entre quedarse en el camino o llegar a la meta no siempre está en un solo partido, sino en la voluntad de seguir intentándolo.