Cartas de lectores: Yupanqui
31 Enero 2025

Último día de enero de 1908: nace un mito, en Campo de la Cruz, partido de Pergamino, Buenos Aires. Pasaron apenas 117 años. Mito que nunca acabará, solía decir: “llevo en la sangre el silencio del mestizo y la tenacidad del vasco”. Su obra monumental es un tejido perfecto donde enhebró su condición de paisano caminante, una poesía despojada y honda, una guitarra austera y esencial. Héctor Roberto Chavero, su nombre, comprendió que era el silencio en sus primeros años de peregrino. Su silencio era un modo de conexión existencial con el arte al que le agregó una cultura concreta desde sus estudios de Bach a su interés por los griegos. Decía: “la consecuencia de mi trabajo es reflejar la realidad de los hombres; todos vivimos problemas similares, algunos más, otros menos, al final todos venimos a estar en lo mismo: la vida”. Lugares que amó más que otros: Cerro Colorado (Córdoba), Amaicha, Acheral, Raco (Tucumán). Era hombre de ningún lugar, pero dentro de su espíritu trashumante nunca dejó de latir su origen; su rostro era un “mapa de la Argentina india” y ese semblante con esa voz severa y esa guitarra embelesaba a públicos de los parajes más insólitos, de Japón a Nueva York. Músico nato, sin rebusques ni falsas posiciones. Atahualpa es el sentir de lo tradicionalmente nuestro. Desde su aparición ante el público lo cautivó en sus dos fases, genial intérprete, y consumado autor. Infatigable creador para beneficio de nuestro folclore, más de 1.200 composiciones, ocho libros, y ensayos; sus versiones encuentran cantidad de intérpretes de primera línea pues ellos saben del lucimiento que configura cantar una obra de este virtuoso de la tierra gaucha. “Atahu” significa venir de lejos. “Allpa” significa tierra. “Yupanqui”: “decir, contar”. “El que viene de lejos a contar”. Don “Ata” vino de lejos en el tiempo... trae noticias de un camino indio que junta el valle con las estrellas; de un alazán que se fue al cielo, de un arriero sin nombre que arrea penas propias y vaquitas ajenas; de un viajero que acompaña su soledad con el rechinar de los ejes de su carreta; de una luna que se pierde en el valle tucumano; de un hombre que se enciende de amor por una mujer y que -a fuerza de ser callado- en silencio se consume. Yupanqui  es eso, un pedazo de nuestra tierra, hecha ser viviente, para dicha de todos los que amamos el suelo nativo.

César Trejo

lexcesar60@gmail.com

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