De las sombras a la luz: la lucha de Romina por recuperar personas "rotas” por las adicciones
Desde que acompañó a un ser querido en su lucha contra las adicciones, comprendió que quería dedicar su vida a asistir a personas con problemas de consumo. Su referente en este voluntariado fue el Padre Melitón Chávez.
Hace 20 años atrás, a Romina Roda le tocó acompañar a un familiar a la Fazenda de la Esperanza “Las Canteras”, centro de recuperación para jóvenes con problemas de adicciones ubicado en la localidad de Deán Funes, Córdoba. Cuando llegaron al lugar se encontraron con un oasis en el centro de un pedregal: una mancha verde hecha de vegetación, agua y de canto de pájaros en medio de un paisaje seco y árido.
Su pariente sufría hacía años un grave problema de adicción a la cocaína. Romina recuerda aún esos ojos oscurecidos por una neblina de desencanto, las ojeras sombrías y las pupilas desorbitadas por el dolor. Aquella Fazenda, reconocida a nivel nacional por su trabajo en la recuperación de adictos, significaba para Romina, literalmente, el lugar “de la esperanza”.
Parados uno al lado del otro, a unos metros de la puerta de entrada, ella y su familiar miraron por última vez el paisaje antes de avanzar y el momento quedó fijado en la retina de la mujer: él, apagados los ojos celestes, probablemente veía un mundo sin colores; ella, esperanzada, contempló la vegetación creciendo entre la roca dura y tradujo la imagen como una señal: “Vi que aún en la aridez puede haber vida”, dice contundente.
El paisaje que la impactó ese día diseñó el resto de su vida: desde aquel instante, hace 20 años, Romina reparte sus días entre su trabajo como empresaria de servicios agrícolas y su trabajo como voluntaria en dispositivos que tratan problemáticas de adicciones desde la pastoral de la iglesia católica.
Los ojos transparentes
“En las Fazendas te aman”, dice Romina. “Lo primero que me conmovió fue eso: en un mundo que todo el tiempo promueve la violencia y el miedo; de pronto hay un lugar donde te sentís libre porque hay amor. Hay chicos que quizás nunca recibieron cariño y lo tuvieron por primera vez ahí”.
Las Fazendas proponen una recuperación de 12 meses para chicos mayores de edad que sufren consumos problemáticos de drogas, alcohol o juego. Este proceso anual se apoya en tres pilares: la espiritualidad, la convivencia y el trabajo.
Respaldada por sus años de experiencia, con un gesto de tristeza, Romina describe a los jóvenes que ingresan al tratamiento como personas "rotas”: desde lo físico, muchos al borde de la delgadez extrema; desde lo psicológico, golpeados por la depresión y la ansiedad; y desde lo espiritual, los ojos oscurecidos por la misma neblina de desencanto que ensombrecía la mirada del ser querido que acompañó hace 20 años atrás.
“Después de un año podés ver cómo su estado físico mejora”, dice la mujer. “Los podés ver entusiasmados realizando las distintas actividades propuestas pero, por sobre todas las cosas, los ojos vuelven a ser transparentes, como los ojos sin consumo”. Así quedaron, asegura, los ojos de aquel familiar suyo luego del tratamiento: transparentes. “Pude volver a ver su esencia y en sus pupilas reencontrarme con aquella persona que había perdido”, dice y sonríe, luminosa la mirada.
Los hogares de Cristo
A partir de ahí, Romina supo que quería dedicar su vida a ayudar a otras personas en su recuperación. Se integró al trabajo de la Fazenda participando en los grupos de Esperanza Viva, acompañando a los familiares de adictos, y terminó siendo la encargada de coordinarlos.
Así conoció al padre Melitón Chávez, su referente en esta lucha. Junto con él hizo el cálculo de la cantidad de chicos de Tucumán que viajaban a Córdoba en búsqueda de ayuda y decidieron ponerse en campaña para abrir la primera Fazenda en la provincia. En dos años, la Fazenda Virgen de la Merced ya estaba activa en El Cadillal y actualmente lleva 9 años de trabajo.
Luego, Melitón Chávez entendió que debían llevar el acompañamiento a los barrios. Ella lo siguió. Junto con otros voluntarios viajaron a la Villa 11-14 en Buenos Aires. Vivieron allí un tiempo para aprender de los “curas villeros” la estrategia de acompañamiento a través de los “Hogares de Cristo”.
Volvieron a Tucumán y abrieron el Hogar de Cristo Divino Maestro, el primero en la provincia, que se instaló en la zona del parque 9 de Julio. El segundo se instaló cerca de la plaza Vieja, en Yerba Buena: Hogar de Cristo Virgen del Carmen. Actualmente existen más de 10 centros de asistencia de este tipo de la provincia.
En el 2020 irrumpió la pandemia que, entre otras fatalidades, se llevó al padre Melitón Chávez. El virus y la cuarentena desgarraron el tejido social de los barrios más vulnerables. Los voluntarios de los hogares de Cristo, con Romina a la cabeza, entendieron que debían encarar la asistencia hogar por hogar y consiguieron los permisos de circulación necesarios.
“Hasta ese momento nosotros llevábamos tres años asistiendo a los chicos que se acercaban a nosotros, la dinámica no era ir a sus hogares”, explica. “A partir de la pandemia, conocimos en profundidad sus casas, cómo vivían, con quiénes: nos dábamos cuenta que las adicciones eran el pico de iceberg abajo del cual sucedían un montón de cosas”.
Gracias a esta aproximación, cuando terminó la pandemia, al hogar no solo concurrieron los jóvenes, sino que se acercaron familias enteras: el número de asistentes creció exponencialmente, lo cuál les permitió un abordaje barrial mucho más integrado, según lo detalla Romina.
Las sombras y las luces
Aunque Romina se declara una “incansable embajadora de la esperanza”, no duda en reconocer que sus preocupaciones apuntan a dos realidades perturbadoras: el aumento de problemas de consumo en los niños y la frecuencia de los suicidios entre los jóvenes adictos.
Las luces entre tantas sombras, dirá luego, son sus “milagros con nombre y apellido”, como describe a la personas que logran superar estas problemáticas y recuperar las riendas de sus vidas.
La fuerza para su lucha inagotable, agregará a continuación, la obtiene de Jesús: “o del amor”, explicará para quienes no vinculen directamente el nombre con el sentimiento.
Su sueño, revelará al final de la entrevista, es un mundo más justo: “Este problema atraviesa todas las religiones y clases sociales -afirma-, pero no todos quieren hacerse cargo. Ojalá pudiésemos ver al de al lado, vernos entre nosotros, dejar de fingir que somos invisibles”.
Lo dice y uno imagina un mundo enceguecido, donde nadie ve más que a sí mismo; donde deambulan, todas perdidas, personas de ojos oscurecidos entre personas que no quieren ver. Todos sin saber quién es quién. Ese mundo de sombras, sin embargo, quizás encuentra un alivio gracias a personas como Romina, que lo transitan luminosas ofreciendo su amor y su esperanza: manchándolo de luz.
Una serie de crónicas conmovedoras
Esta es la tercera entrega de la serie “Sociedad Anónima Tucumán”. El espacio propone indagar en historias de vida y curiosidades escondidas -y no tanto- en nuestra sociedad tucumana. Aventuras y desafíos extremos, crónicas de superación y perseverancia, memorias sorprendentes de nuestro pasado. El lado desconocido de tucumanos de renombre contrastado con los testimonios trascendentes de ciudadanos desconocidos. Una serie que se propone buscar esos relatos anónimos y conmovedores de nuestra sociedad que merecen ser contados para poder conocernos un poco más: buscar historias que permitan encontrarnos.