Por Alejandro Duchini para LA GACETA
Es complicado empezar una charla con quien padece Esclerosis Lateral Amiotrófica. ¿Cómo hablar de algo tan normal como la muerte ante quien es acechado por ella? ¿Cómo no sentir algún prurito ante la pregunta retórica que, sin embargo, puede desatar un caos en un otro? ¿Cómo?
Sucede ante el periodista y escritor Martín Caparrós, quien hace dos años y algo se enteró de que tenía esta enfermedad. Sólo lo supo su pareja, la periodista española Marta Nebot, con quien vive en Madrid. Cuando venía a Buenos Aires y se movilizaba en silla de ruedas, decía a los amigos y conocidos que tenía un incierto problema en las piernas. Ahora que lo contó, también publicó una suerte de memorias, Antes que nada (Random House).
Ahora, fines de diciembre, se muestra de buen ánimo. La charla se hace a través de Skype. Hablará -una vez más- de la muerte, de su muerte. Y de Antes que nada, donde escribe sobre los libros leídos y los amores de su vida, sobre sexo (sorprende con que tuvo una relación ocasional con Juan José Saer), amigos, sus padres, sus libros, su hijo, el rugby, Boca y la militancia. Son más de 700 páginas que, más allá del drama, resultan geniales. Librazo. Tal vez uno de los mejores entre los que se publicaron en 2024.
Así que acá estamos: pantalla mediante y, repetimos, aparente buen ánimo. Que no quita que sea difícil hablar con quien sabe que se va a morir. Tal vez su sonrisa inicial distienda el asunto, pero apenas eso.
-Hoy es viernes, ¿cómo te sentís? Contás que tus sensaciones físicas cambian día a día…
-Qué sé yo, bien, tratando de trabajar. Ahora estoy preparando unos inventitos, digamos, para El País. Unos videos que van a salir con dibujos de Miguel Rep. Estamos terminando los guiones. Trato de encontrar cosas que me interesen para hacer y para pasarlo lo mejor posible. Por supuesto, no siempre es fácil. Pero lo intento mucho, y a menudo me sale. Lo que pasa es que hay veces en que la situación me rompe mucho las pelotas. No sé: ¿hoy podré meterme en la ducha tranquilo? Cosas por el estilo. Está lleno de impedimentos. Pero bueno, es lo que hay.
-Ante el avance de la enfermedad y lo que significa, ¿te quedan pendientes, algo que decirle a alguien, alguna cuenta a saldar?
-No tengo la sensación de querer arreglar cuentas con el mundo. Quiero seguir viviendo todo lo que pueda. Y lo más parecido a como viví hasta ahora. O sea, no es que esté arreglando cuentas con nada. De todas maneras, tampoco tengo la sensación de tener cuentas pendientes muy claras. Porque siempre traté de no dejar las cosas pendientes. Decir lo que quería decir y escribir lo que quería escribir. La diferencia, si acaso, es que en general uno se engaña pensando que las va a hacer todas en algún momento. Y yo tengo claro que hay muchas que no voy a hacer. Pero no hay nada que me quite el sueño. Me hubiera gustado ir a Tombuctú. Pero, bueno, si no voy a Tombuctú no pasa nada.
Trompadas
-En Antes que nada contás que nunca te agarraste a trompadas. Es, al menos, raro, ¿no? Todos alguna vez, nos peleamos, sobre todo de pibes…
-Jugué al rugby durante, no sé, 20 o 25 años. Siempre había alguna oportunidad para pegarle a alguien. A mí siempre me pareció feo. A veces acaso le apretaba un huevo a un rival para que viera que podía pegarle pero que no me interesaba. No me parece una forma de comunicación interesante.
-Y pensar que ahora la gente se trompea por nada.
-Eso también es la Argentina y es una de las razones por las que no vivo ahí. Es decir, es un país absolutamente irritado, donde todo puede ser motivo de trompadas o de alguna forma de violencia. Acá no he visto casi ese tipo de cosas. Hay algo muy extraño en cómo evolucionó la Argentina hacia la irritación y la desconfianza y la violencia, que creo que no era tan así hace, qué sé yo, 15 o 20 o 30 años. Pero es cierto que ahora el clima que he visto las últimas veces que fui era de mucha tensión y de mucho… cómo decirlo… de qué estará queriendo hacerme este tipo.
-¿Cómo se ve a la Argentina desde España?
-Lo que pasa es que tampoco es real lo que yo vea desde España. Quiero decir: sigo leyendo los diarios argentinos, hablando con mis amigos y con mi hijo y con mi madre y con tantos otros argentinos. Estoy muy pendiente de lo que pasa allí, o sea que no tengo una visión, no tengo una mirada distante como la que de algún modo vos decís, porque, insisto, sigo extremadamente conectado, escribo bastante sobre la Argentina. Es cierto, sin embargo, que este último año, año y medio, ha vuelto a ocupar un lugar significativo en la conversación del mundo, cosa que quizás afortunadamente habíamos perdido y ahora lo recuperamos gracias al energúmeno que nos gobierna. Argentina ha vuelto a ser un lugar al que la gente mira porque están esperando el próximo disparate del señor presidente.
-¿Qué diarios leés para informarte sobre Argentina?
-Varios, para ver qué promedio hago. Clarín, La Nación, Diario AR, a veces Tiempo Argentino, a veces Infobae. Doy unas vueltas porque me resultan bastante sospechosos en general. Hay cosas increíbles, como por ejemplo, me impresiona mucho esto que hace La Nación todos los días, que tiene en la parte alta de su home una especie de sección que es Medidas de Javier Milei. Lleva un año con ese título, como si Javier Milei fuera Stalin en su ventanita del Kremlin. Quiero decir: “trabajando incansablemente por el bien de la patria”, como si estuviera tomando medidas todo el tiempo. Es muy impresionante porque son esas cosas un poco subconscientes que se van instalando.
-No mencionaste a Página/12, un diario muy ligado a tu trayectoria.
-Leo poco Página/12. Por un lado me parece que es extremadamente parcial. Los otros también lo son, pero estoy bastante cabreado con Página/12 desde que hace ya 15 o 20 años reescribieron la historia y contaron cómo había empezado ese diario, sin decir que lo fundó Jorge Lanata. Armaron una fundación falsa, una fundación mítica de Página/12. Desde entonces le perdí cualquier cariño.
-En Antes que nada mencionás varias veces a Jorge Lanata, de quien contás que es tu amigo. ¿Cómo llevás el hecho de que esté mal de salud?
-Me da mucha tristeza porque es uno de mis amigos más queridos. Estoy al tanto todo el tiempo de cómo le va, me escribo con la gente que está cerca de él y me van contando y nos vamos mandando mensajitos y esas cosas. Es uno de los tipos que más quiero, así que me tiene muy dolido la situación. Mirá, hay una historia que cuento en el libro, que es el momento en que empezamos a ser amigos en serio, y esto es en el año 91, o sea, hace treinta y pico de años: un día que publiqué una columna, todavía en Página/12, sobre las formas del voto. Esa nota fue muy criticada. Se la había entregado a Jorge la noche anterior, en su oficina. “Voy a publicar esta columna”, le dije. Y él me dijo “no, no publiques esto, nos van a cagar a puteadas, no deberías publicar esto”. Y digo: “mirá, si es lo que yo pienso, tengo que publicarlo”. Bueno, discutimos un rato y al final él se quedó con la columna y la publicó tal cual. Y entonces, al día siguiente, con el quilombo que se armó, me dijo: “Escúchame, yo no tendría que haberte dejado publicar esa columna, porque sabía el quilombo que iba a producir. Así que de ahora en más hagamos una cosa: cuando escribas cualquier columna, no me la traigas, mandala directamente a diagramar”. Si eso no es confianza y libertad, decime cómo se hace. Así que a partir de cosas como esas, empecé a tenerle mucho respeto y después mucho cariño.
Redes
-¿Seguís usando activamente redes sociales?
-No, estoy en un momento ambiguo, porque hace tres o cuatro semanas me enganché con esta historia de Bluesky, a ver qué pasaba, y hubo un momento, por lo menos acá, en que pareció que iba a arrancar, y yo preferiría manejarme en esa red donde la gente es bastante amable, donde no hay puteadas, no hay esos vómitos de mierda que aparecen todo el tiempo en Twitter, pero por ahora no termina de despegar. Entonces, ahora estoy un poco entre las dos, porque lo que me sirve, y para lo cual uso las redes sociales, Twitter y ahora Bluesky, es para avisar cuando publico algo o cuando tengo alguna actividad, o para enterarme de cuando amigos y conocidos tienen alguna actividad o publican algo. Estoy confuso con esta historia.
-En Antes que nada contás que varios te consideran o novelista o periodista. ¿Vos qué pensás?
-Creo que soy un escritor que a veces escribe ficciones y a veces escribe no ficciones. No me siento distinto en una función o en la otra. Pero no necesito definirme de una u otra manera. Quizás algunos prefieren encontrarme una definición, que si soy cronista, que si soy novelista, que esto, que lo otro. Pero a mí, como te digo, eso es parte de un mismo trabajo, que es escribir.
-¿Te molestan esas diferencias?
-Me parecen un poco al pedo, ¿no? A mí me interesa, todavía bastante, romper géneros, romper con esas divisiones estancas de los géneros. Y este tipo de definición lo que hace es tratar de recuperar esa separación genérica.
Antes que nada es una memoria, pero también hay reflexiones que no tienen nada que ver con las memorias, pero también hay unos poemas que son otra cosa.
Y así, sucesivamente, y hace muchos años que intento hacer eso porque me parece que es parte de lo que quiero pensar como literatura, encontrar formas nuevas de contar cosas.
-¿Te sentiste un privilegiado al viajar tanto para hacer periodismo?
-Tuve mucha suerte con un trabajo que recién, cuando se acabó, aprecié en serio, que lo cuento en el libro, que es este trabajo para el Fondo de Población de Naciones Unidas, que ahí sí me pagaban el viaje y que fui a 40 o 50 países a los que seguramente no habría ido de otra manera, muchos lugares de África y de Asia que no habría conocido de otro modo. Pero antes que eso venía haciendo mucho de ese tipo de cosas que siempre me interesaron. Me parece que en general, y no solo con respecto a viajar o no viajar, vivimos en un sector muy chiquito del mundo. No sólo por los países o por los lugares, sino incluso por el sector de la sociedad en el que uno se mueve. Uno se relaciona, básicamente, con su familia, amigos, compañeros de laburo, y después hay enormes cantidades de personas de las que uno no sabe nada de nada. Y justamente a mí, si algo me gusta del periodismo es que te da la patente de corso para asomarte a esos lugares que si no, no verías de ninguna otra manera. Lo que tuve es el empecinamiento de hacer lo posible por hacer ese tipo de cosas. El periodismo es una profesión en la que cuando hacés bien algo, rápidamente te dan más plata para que dejes de hacerlo: en mi caso, si podía escribir buenos reportajes, buenas historias, el camino natural habría sido quedarme de jefe de redacción o de director de algún medio o alguna cosa así y dejar de hacer eso y ganar más plata. Lo que sí tuve es el empecinamiento de no aceptar ese camino.
-En el libro contás que tenías dinero suficiente como para vivir tranquilo el resto de tu vida. Y que siempre fuiste austero.
-Nunca me compré un coche cero kilómetro ni nada de esas cosas. Lo que más me importa es ganar tiempo para hacer lo que me gusta. Entonces, siempre tuve cuidado con no dejarme arrastrar por esa tentación de los objetos o de ese tipo de cosas.
Libros
-Entre tantas mudanzas, ¿qué haces con tu biblioteca? Debe ser enorme.
Cuando cerré mi última casa en Buenos Aires, que estaba en El Tigre, me deshice de muchos libros. Los quise donar a la biblioteca del colegio donde había ido, no los quisieron y entonces se los di a un vendedor de libros viejos para que se los llevara. Me quedé con unos cientos, los que me importaban porque eran de amigos o porque me los habían dedicado o porque eran libros que habían sido especialmente significativos para mí, y los puse en unas cajas y están en un sótano en la casa de mi hijo. Cuando me fui de Buenos Aires, hace 11 años o casi 12, me fui con una valija, o sea, no traje nada. Ahora tengo algunos libros pero leo mucho en digital y cada vez que necesito leer o releer algo lo puedo encontrar bastante fácilmente en la web. Entonces, no tengo una biblioteca significativa, es curioso, pero no.
-¿Extrañas los libros en papel, los que dejaste en Buenos Aires?
-No, no, no. Yo hace mucho que decidí que me gusta mucho más leer en digital. Primero fue por los viajes, porque uno de los problemas centrales cuando me iba era tener suficiente lectura como para todo el viaje. Entonces, cargaba con libros, a veces me quedaba corto, a veces me cargaba de más, qué sé yo. Cuando empezó a haber la posibilidad de llevarte 200 libros en un Kindle, para mí era una solución. Ahora me resulta más cómodo sentarme acá y leer los libros en la pantalla de la computadora que tengo delante que tener que estar agarrándolo y cuidándome de llevarlo, de traerlo, de lo que sea. Así que me resulta mucho más cómodo leer en digital.
-Los puristas del libro de papel dicen que nunca va a ser lo mismo.
-Tengo una discusión ya de años con un amigo escritor español, Jorge Carrión, que es muy lector. Curiosamente, él es muy moderno y está muy al tanto de todas las cuestiones técnicas contemporáneas, inteligencia artificial y demás, pero es súper conservador en cuanto a los libros y defiende siempre los libros de papel y yo discuto con él, a veces nos divertimos con eso. El libro de papel fue un gran invento, extraordinario, uno de esos objetos que realmente cumplen maravillosamente con una función, pero también fue un gran invento la escalera, poner escalones uno detrás del otro es una genialidad, pero si yo quiero subir al piso 12 me tomo el ascensor. Hay que aceptar que las cosas pueden cambiar para mejor y poder tener en mi teléfono 500 libros me parece una gran mejora con respecto a que en un objeto que ocupa tres o cuatro veces más que mi teléfono haya un solo libro. Me parece más eficiente y más atractivo y más interesante.
-Si tenés que elegir uno de tus libros de ficción… ¿cuál?
-El que más me gusta, el que más me importa haber hecho, es La historia, una novela como de mil páginas en la que trabajé muchos años y que me sigue pareciendo, insisto, lo mejor que hice. Seguramente es uno de mis libros que menos se han leído, pero sigo teniendo un lugar muy particular para esa novela. Ahora tengo una que, espero, se publique el año que viene o el próximo, una especie de novela multifocal sobre Buenos Aires, una rara construcción en la que hay muchos personajes que aparecen y desaparecen y la ciudad es finalmente la protagonista. Sigo creyendo que escribí algunas novelas buenas, algunas novelas malas, pero me importa mucho haber escrito novelas.
-¿De qué tratará tu próximo libro?
-Echeverría y Sarmiento van a culminar de una manera extraña en unos pocos meses: un libro sobre José Hernández que en realidad no es una novela sino que es su vida contada por Martín Fierro en versos gauchescos. Como un gran chiste que va a salir con dibujos de Rep. Será como el cierre de esa trilogía de escritores argentinos del siglo XIX.
Las entrevistas suelen cerrarse con una declaración del reporteado o una idea del entrevistador. En este caso, vamos con tres frases que Caparrós escribió en Antes que nada y que, tal vez, ayuden a entender un poco más su presente.
“(...) Si hay algo que nunca quise tener por mí mismo es compasión: me parece blandengue, pegajoso, triste. Espero resistir también ahora, cuando las razones podrían parecer tanto más evidentes”.
“(...) Intento sin gran éxito recordar lo distinta, lo feliz que era mi vida cuando no estaba condenado. Estoy seguro de que lo era, pero no lo consigo. ¿Cómo podía no ser maravillosa mi vida cuando era, todavía, sano, móvil, entero? Si todavía a veces la disfruto, ¿cómo podía no disfrutarla entonces todo el tiempo?”
“Siempre creí que vivía bien, que le sacaba a la vida todo lo que podía. Pero ahora, desde la enfermedad, cuando la enfermedad se empeña en enclavarse, me pregunto por qué no entendía el privilegio de poder hacer esas cositas que ahora ya no puedo: caminar, abrazar, pretender, pensar en el futuro”.
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