Pasaron muchos años, el tobogán se hacía insostenible y al final la sociedad lo entendió: la maldita inflación es la hija predilecta del déficit fiscal, porque cuando la recaudación se aplana porque la actividad decrece, cuando no hay más inversiones ni crédito y las reservas se van por el sumidero, sólo queda emitir papelitos de colores para tapar el agujero. Más si se sigue gastando a mansalva para no dar el brazo a torcer o dándole platita disuelta a todos y todas para perpetuarse. O también si se verifica –como se verificó- una fuga masiva e incontrolable de plata que se ha ido por los oscuros callejones de la corrupción.
Ese concepto tan básico, el del Estado saqueador, imagen que es la piedra basal del romance que hoy tiene buena parte de la sociedad con el actual Presidente, lo plantó en la gente quizás no antes que otros, pero sí con la mayor contundencia y sentido de la comunicación nada menos que Jorge Lanata y es por eso, que resulta más que lícito afirmar que el periodista recientemente fallecido fue una de las personas que más hizo para que hoy Javier Milei esté en la Casa Rosada.
De allí, que la omisión del pésame a la familia de parte del Presidente por meras cuestiones terrenales (una querella judicial) haya sonado a los oídos de muchos como una tremenda injusticia o casi como una canchereada que deja de lado el concepto de caridad que debería haberle proporcionado a Milei su formación cristiana algo que, por supuesto, también se da de bruces con el consuelo que suele dispensar la fe judía a los deudos a la hora de la muerte.
¿Está mal que Milei se haya desentendido del asunto? ¿Está mal que deba allanarse a hacer lo que muchos le pedían si no tiene el sentimiento de hacerlo?
Para nada, él está en su derecho, podría decir un liberal. Entonces, ¿qué es lo que deja su actitud tan expuesta, ya sea por haber realizado una mala lectura o bien porque lo embalaron? ¿Por qué pasar por un desagradecido?
La respuesta más sencilla es que Milei no la vio, que careció de empatía ante la situación o que se dejó llevar por las mezquindades de la política o vaya a saber por quién. Otro razonamiento algo más extremo es suponer que el Presidente cree que las fortalezas le vienen del Cielo directamente a él y que hay algo que no le permite reconocer que esas fuerzas lo ayudaron en la previa con un Lanata difusor, finalmente (y sin saberlo) a su servicio. Lo concreto es que, aunque al Presidente no le guste, existe una causa y una consecuencia directa entre las investigaciones del periodista y su propia y estruendosa irrupción en el escenario público.
Porque quizás sin haberlas hecho nunca tan explícitas, las lecciones de Lanata hacia la gente se fueron encadenando de modo dramático, a partir de la orgía de plata que se contaba en la Rosadita y que PPT mostró. Fue un mazazo que el periodista hizo caer de un modo inapelable sobre el confort de muchos votantes que disimulaban y que se consolaban con el “roban, pero hacen”, imágenes que pusieron sobre el tapete los vínculos de Lázaro Báez y familia con el poder de entonces, que sacaron a la luz el direccionamiento espurio de la obra pública y al final de la cadena, el probable lavado de dinero en los hoteles patagónicos de la familia Kirchner.
Esto ocurrió en 2016 y tuvo el efecto de un cross a la mandíbula que la sociedad tardó hasta 2023en asimilar, cuando eligió al libertario, con la inestimable colaboración de Alberto Fernández y Sergio Massa. Lo notable es que todos esos casos fueron antecedentes –que la Justicia corroboró condenando a casi todos los partícipes, otro lauro para el periodista- para que Lanata empezara a asfaltar el terreno sobre el que Milei pisó después. Años atrás, él había realizado también profundas investigaciones sobre el Swiftgate y el Yomagate y en la década anterior, había sacado a la luz los costosos desaguisados que se le comprobaron al vicepresidente Amado Boudou en el caso Ciccone o, en su momento, a la ministra de Economía, Felisa Miceli con el sobre que dejó en el baño de su despacho.
Es bien probable también que poco y nada de la actual performance presidencial, tras un trabajoso primer año de gobierno con la adhesión que él ha sabido recoger y mantener, se hubiese logrado sin su carisma o sin los modos disruptivos del personaje político que construyó Milei, pero es imposible no reconocer que las investigaciones de Lanata le abrieron la cabeza a muchos y le allanaron bastante el camino.
El periodista cumplió con su deber de informar (“primero, los hechos”), lo hizo casi sin fisuras y, aún con opiniones sobre la mesa que puedan ser rebatibles.
Desarrollar cada una de las historias y mostrar las consecuencias terminaron favoreciendo el desarrollo y la permanencia del actual presidente, aunque a él no le guste. Por todo eso, el silencio ante una muerte de alguien tan vital para su carrera política lo ha dejado desacomodado a Milei ante buena parte de la opinión pública.
También hay que marcar que la genialidad metafórica de la motosierra no ha sido nada más que el instrumento político que le proporcionó al Presidente todo el background de aquellos desfalcos que se vieron por televisión. Al fin y al cabo, esos desmanes fueron hechos en medio de un Estado fofo que había tomado dimensiones de elefante, probablemente para disimular mejor las malversaciones del poder o para darle la posibilidad a algunos de más abajo de mojar apenas el pancito en lo que quedaba en el plato, con subsidios o empleo público para pagar así las adhesiones de quienes tenían que mirar para otro lado. Todas esas miserias institucionales también las expuso el destratado periodista.
La afirmación de que la prensa está en la primera línea de fuego a la hora de ser guardián del andamiaje constitucional es una idea muy metida en la concepción de una sociedad democrática y abierta, que no es otra cosa que el marco dentro del cual se desarrolla la vida social y política. En ese contexto, el periodismo crítico, pero que a la vez se ejerce responsablemente, juega un papel crucial porque vigila al poder y denuncia sus abusos o desviaciones. Al informar sobre las acciones de los gobernantes, los legisladores y otros funcionarios públicos, la prensa contribuye a mantenerlos responsables ante la ciudadanía y eso, a la corta o a la larga, permite evaluar su desempeño.
Esencialmente, la prensa libre fomenta el pluralismo de ideas, contribuye a un debate público más informado y enriquecido, educa a la ciudadanía y le proporciona marcos de acción para la toma de decisiones, ejerce control social al denunciar injusticias y desigualdades y ayuda a movilizar a la sociedad para que exija cambios y mejoras y para que, en el último escalón, vote diferente.
Por lo visto en su primer año de gobierno, Milei dice creer poco y nada en estas cosas en las que sí creían Sarmiento, Mitre, Roca, Avellaneda o Alberdi cuando armaron el país al que el Presidente quiere volver.
En ese aspecto, desde su lugar y con todas las limitaciones que tienen los seres humanos, que nunca son ciento por ciento ángeles, pero tampoco ciento por ciento demonios, el periodista Lanata no sólo se limitó a denunciar los desvíos que fue comprobando, tal como lo dicen los manuales, sino que a cada paso fue dejando una lección que, a través del tiempo, se hizo carne entre los votantes del político Milei, quien hizo campaña blandiendo el libro del ajuste: “la plata que se lleva la corrupción sale del bolsillo de todos”.
Afirmar desde este punto de vista que sus caminos se cruzaron no es algo descolgado, aunque seguramente no lo ponderó así el cerebro presidencial, quien quizás esta vez pensó con su hígado. Ya había tenido un tropiezo Milei cuando acusó a Lanata de “recibir sobres” porque le había dicho que “era hijo de la casta”. Para penar tamaño delito de opinión, fue que el Presidente disparó y, de contra, recibió una demanda de quien sacó al sol los trapitos de la corrupción, querella que le hizo Lanata antes de su internación.
Ahora, ocurre que el denunciante ha muerto y por eso, se entiende mucho menos la actitud de asimilar el menosprecio particular del Presidente al desdén, en todo caso más justificado a la luz de los resultados judiciales o de conceptos mucho más duros (“una pobre vieja enferma”), de Cristina Kirchner, quien tampoco se manifestó. Salvo que Milei siga simulando que no termina de entender del todo el rol institucional del periodismo o que quiera hacer creer que nació de un repollo.