En una amena mesa de fin de año entre parientes y amigos, uno de ellos recordó con enorme emoción haber sentido durante su enfermedad la inefable presencia del inolvidable curita. Nadie dudó de que el predestinado estuviera al lado de nuestro amigo como enorme intercesor entre el cielo y la tierra. En estos días de un nuevo año, necesito rememorar a quien fuera un altísimo ejemplo para la sociedad tucumana. Modelo de cultura, de capacidad intelectual, de nobles inclinaciones, de adhesión consciente y lucida a la Santísima Trinidad y a las enseñanzas de sus mayores y sobre todo, paradigma de una tremenda capacidad de volcarse en obras de bien hacia cuantos los rodeaban en todo el ámbito de Tucumán. Pero lo más importante y trascendente del curita hacedor fue el volcarse permanentemente con total desprendimiento hacia los demás. Primero como miembro privilegiado de la Iglesia -sacerdote-, estuvo siempre en la “urgencia” de realizar tareas de bien en favor de quienes lo necesitaron. Su vida fue una dedicación permanente al prójimo como nos enseña el primer y más grande mandamiento. Desde su partida con su innegable presencia mística -en la entronización de la Virgen de la Eucaristía-, nunca se dejó de hacer obras que se convirtieron en comedores para los más necesitados. Cada vez que tuve el honor de acompañarlo descubría una nueva iglesia, la remodelación de un templo o la construcción de alguna edificación. Sus palabras y escritos eran de una profunda reflexión teológica amenizada con su conocimiento de los problemas sociales de su Tucumán y de su mimada Yerba Buena. Su sentido común y humor distintivo se reflejaba en cada reunión privada y en sus inolvidables enseñanzas en el seminario mayor en la formación de sacerdotes. Es común que se acuda a la caridad de la gente que nos rodea, solicitando una monedita, lo que sobra, lo que no duele, las migajas, lo superfluo. El padre Jorge Gandur para sus obras no pedía eso. Pedía todo lo que se pudiera, acorde a sus posibilidades y medios. Interpelaba de una manera tan propia que era imposible negarle, porque él era capaz de poner a disposición del prójimo lo que le costaba un sacrificado renunciamiento. Uno de sus “tesoros” fue la construcción del Templo de Adoración Eucarística Perpetua en Yerba Buena, con el fin de estimular su establecimiento en todas las parroquias posibles. ¿Por qué? Nos decía, sencillamente, porque la Eucaristía debe ser el centro de la vida parroquial y de la vida personal de cada cristiano. Expresaba que las bendiciones que se recibirían serían innumerables, muchas más de las que podamos imaginar. De hecho, en muchos lugares, los párrocos que tienen capillas de adoración eucarística perpetua ya han manifestado que han disminuido de modo admirable crímenes, suicidios, abortos, casas de juego y otros males. No se cansaba de pregonar que ¡Ojalá! cada cristiano esté enamorado de Jesús Eucaristía y se comprometa, al menos, una hora a la semana como mínimo para hacer su turno de adoración. Nuestro curita hacedor estuvo presente en la cena con nosotros y en estas fiestas de Navidad y Año Nuevo habrá estado al lado de cada necesitado y en las manos de todo sacerdote dispuesto a seguir la clara senda que con su bondad y humildad marcara a todo Tucumán.
Jorge Bernabé Lobo Aragón