Hasta el pasado 11 de febrero eran dos los santos de la Iglesia Católica nacidos en la Argentina: el mártir Benito de Jesús (Héctor Valdivielso era su nombre) y el popular Cura Brochero. A ese panteón se sumó la primera mujer, canonizada por Francisco en El Vaticano mientras en su tierra natal, Santiago del Estero, se vivía una fiesta colmada de emociones. Ese clima de auténtica algarabía acompañó a María Antonia de Paz y Figueroa, desde siempre y para siempre, Mama Antula.
Un hilo poderoso une al Papa con la flamante santa, porque Mama Antula fue una fervorosa impulsora de los ejercicios espirituales consagrados por Ignacio de Loyola. En el corazón jesuítico de Jorge Bergoglio late esa herencia y de allí el alegre fervor con el que encabezó la ceremonia. Francisco, confeso y entusiasta admirador de Mama Antula, había fijado entre sus objetivos la canonización de la santiagueña. Es uno de los tantos legados que dejará su papado.
La madrugada de aquel 11 de febrero fue el día más importante en la historia de Villa Silípica, el caserío de 2.000 habitantes -a unos 50 kilómetros de la capital provincial- en el que Mama Antula nació en 1730. Allí, una hermosa capilla que alberga la imagen y una reliquia de la santa es permanente escenario de misas y peregrinaciones. No podía ser otra la sede para la gran vigilia, a la que asistieron alrededor de 3.500 fieles llegados desde todo el NOA.
Detrás de la capilla, bajo un enorme tinglado, el público se apiñó para seguir las imágenes proyectadas en pantalla gigante. Se habían mantenido despiertos, cantando, rezando y compartiendo toda clase de historias sobre Mama Antula, hasta que a las 5.30 se estableció la transmisión en directo desde Roma. Infinidad de lagrimas acompañaron la liturgia y la ovación estalló cuando el Papa oficializó la santidad de la queridísima María Antonia. Ya con el sol despuntando y el calor descendiendo en pleno campo santiagueño, se sirvió un desayuno y luego el arzobispo tucumano Carlos Sánchez ofició la misa.
Tantas muestras de fervor le hicieron justicia a Mama Antula y a su misión evangelizadora. Es que fue una mujer excepcional, capaz de desafiar las convenciones del siglo XVIII de la mano de su inquebrantable fe cristiana. Caminante incansable, recorrió ciudades y cientos de kilómetros hasta establecerse en Buenos Aires, donde impuso los ejercicios espirituales como una práctica que congregaba miles de practicantes, desde las clases más adineradas hasta los sectores populares.
Mama Antula (la voz quechua para Mamá Antonia) no se alejó del carisma jesuítico, por más que en 1767 la Orden fuera expulsada de todos los territorios dominados por la Corona española. Desafió entonces a Juan José de Vértiz, virrey del Río de la Plata, manteniendo una intensa correspondencia con jesuitas diseminados por Europa. Mientras, los ejercicios seguían sumando adeptos y se consideraban una de las prácticas religiosas más importantes del quehacer social porteño.
Así como María Antonia había dejado una huella durante su paso misionero por Tucumán, Salta, Jujuy, Catamarca, La Rioja y Córdoba, también cruzó al Uruguay para llevar su mensaje a Montevideo y a Colonia. En Buenos Aires se había propuesto obtener la donación de importantes terrenos para construir una Santa Casa de Ejercicios Espirituales, objetivo que cristalizó y que perdura hasta hoy. El edificio es Monumento Histórico Nacional y está ubicado en Independencia al 1.100. En algunos sectores se conserva la estructura original que data de 1799.
Ese año, el 7 de marzo, Mama Antula falleció sin poder concretar un anhelado viaje a Europa. Desde ese momento sus restos descansan en la Basílica de Nuestra Señora de la Piedad, la primera iglesia -según la tradición- a la que había ingresado en Buenos Aires tras completar el periplo a pie desde Santiago del Estero.
Al camino hacia la santidad lo inició en 1905, cuando el papa Pío X le dio luz verde al proceso de beatificación solicitado por el Obispado argentino. Pero ese trayecto se tornó larguísimo, apenas interrumpido en 1929, cuando Pío XI la declaró Venerable. Lo cierto es que hubo que aguardar más de un siglo para la beatificación y sin dudas se debió al empuje que le proporcionó Francisco al proceso. Esa condición le fue asignada a Mama Antula el 27 de agosto de 2016.
Quedaba el último paso, el de la canonización, y esta vez las cosas se movieron a otra velocidad. En 2018 se comprobó el segundo milagro -la curación de un hombre que había sufrido un ACV y en apariencia estaba desahuciado-, aunque la pandemia impuso otro compás de espera. Finalmente, con 2024 llegó el momento más esperado y Santa Mama Antula subió a los altares.