La advertencia del cambio climático a los militantes del negacionismo

La advertencia del cambio climático a los militantes del negacionismo

El desastre en Valencia fue absoluto, por la pérdidas de vidas y los destrozos que provocó la tormenta.

DANA EN VALENCIA. FOTO/AFP

Hace algunas décadas que se habla del cambio climático. Como ocurre con todo, las primeras voces resultan apenas audibles, pero con el correr del tiempo el susurro crece, y en ocasiones llega a convertirse en un grito desesperado, que solo pueden desoír aquellos que deciden hacerlo.

En 1896, el científico sueco Svante Arrhenius publicó un artículo en el cual planteaba por primera vez que los cambios en los niveles de dióxido de carbono de la atmósfera podrían alterar sustancialmente la temperatura de la superficie, por medio del “efecto invernadero”. Durante los casi 130 años que le siguieron a aquella incipiente y tímida advertencia poco y nada se ha hecho para mitigar -ni hablar de evitar- tales consecuencias. Y hoy, como si se tratase de una paradoja lingüística, bien podemos decir que el agua llegó literalmente al cuello.

A fines se octubre se ensañó con Valencia, España, un fenómeno climático conocido como Depresión Aislada en Niveles Altos (DANA), que se presenta en forma de lluvias torrenciales y de inundaciones devastadoras. Esta “gota fría” -tal su nombre coloquial- no es algo novedoso; pero sí la furia con la cual se registró y que responde, casi indefectiblemente, al calentamiento global.

La DANA se caracteriza por la separación de una masa de aire frío en las capas altas de la atmósfera que entra en contacto con aire cálido y húmedo cerca de la superficie. Este contraste genera una gran inestabilidad atmosférica, lo que desencadena lluvias torrenciales y tormentas severas.

Aunque es un fenómeno recurrente en el Mediterráneo durante el otoño, en los últimos años se ha observado un aumento en la frecuencia y, sobre todo, en la intensidad de estos eventos. Este dato, precisamente, llevó a los científicos a investigar su relación con el cambio climático.

El caso de Valencia es paradigmático. En unas pocas horas, precipitaciones de más de 200 litros por metro cuadrado inundaron calles, viviendas y comercios, y dejaron a cientos de personas desplazadas. Causó daños millonarios.

El calentamiento global amplifica los fenómenos meteorológicos extremos. Las temperaturas del Mediterráneo, que este año alcanzaron niveles récord, son un claro ejemplo. Según datos de la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet) de España, las temperaturas del mar Mediterráneo llegaron a superar los 28° C, valores inusualmente altos, que generan una retroalimentación peligrosa: se evapora más humedad hacia la atmósfera, lo que proporciona combustible extra para tormentas más intensas.

“Los mares funcionan como baterías térmicas gigantes. Al calentarse más de lo normal, almacenan energía que eventualmente se libera en forma de lluvias torrenciales o huracanes”, explica Jorge Olcina, catedrático de Geografía en la Universidad de Alicante y experto en climatología.

Por supuesto que este fenómeno no se limita a la región del mar Mediterráneo. Y del mismo modo, el calentamiento global no se manifiesta solamente en forma de lluvias torrenciales y de feroces huracanes: en distintas partes del mundo se advierte un incremento de eventos extremos, desde incendios forestales que fagocitan parte del Amazonas -vale recordar los casos de 2019 y del propio 2024- hasta calores extraordinarios.

En Valencia, las consecuencias de esta DANA fueron devastadoras: calles convertidas en furiosos ríos que arrastraban autos como si se tratase de juguetes y barrios enteros tapados de un barro espeso. Las pérdidas económicas en infraestructura, agricultura y comercio alcanzaron cifras millonarias. Y ni hablar del costo humano: familias que perdieron seres queridos, además de lo material; evacuaciones masivas y una sensación generalizada de terror frente a la fiereza de la naturaleza.

Por supuesto que frente a las reconstrucciones de las ciudades cabe pensar en la mejora de la infraestructura, para que en el futuro las urbes puedan responder de modo más seguro ante eventos similares. Pero en el fondo, verdaderamente se trata de empezar, definitivamente, a atacar las causas de estos fenómenos. En otras palabras, asumir el calentamiento global y ejecutar acciones para mitigarlo.

Pero, claramente, no se trata de algo que deba hacer tal o cual comunidad o país, sino de acciones globales. Porque ninguna ciudad, por más optimizada que esté, podrá soportar indefinidamente las impetuosas embestidas del clima que se viene si la humanidad no corrige su rumbo.

Y en este sentido, cobra gran importancia el combate contra el negacionismo, corriente que estriba sobre una supina ignorancia, avalada, incluso, por algunos dirigentes políticos.

Pese a la creciente evidencia científica y a la frecuencia con la que se presentan fenómenos extremos como la reciente DANA en Valencia, el negacionismo respecto del cambio climático persiste en algunos sectores de la sociedad. Argumentos que minimizan el impacto del calentamiento global o que insisten en que estos cruentos eventos son “normales” ignoran casi 13 décadas -desde el mencionado artículo de Arrhenius, en 1896- de estudios científicos que señalan lo contrario.

No solo se trata de una postura errónea; por sobre todo debe ser considerada como peligrosa, porque retrasa la implementación de políticas climáticas necesarias para mitigar el calentamiento global. A menudo se alimenta de intereses económicos ligados a industrias contaminantes, que priorizan el corto plazo por sobre el bienestar global. Sin embargo, el negacionismo también se nutre de la desinformación, un problema que se agrava en la era digital y que dificulta el consenso necesario para enfrentar esta crisis.

El episodio de la DANA en Valencia dejó en claro que el cambio climático ya no es una preocupación futura, sino un desafío del presente. Los patrones meteorológicos están cambiando, y los efectos de estos cambios se sienten en todos los aspectos de la sociedad, desde la economía hasta la seguridad alimentaria y la salud pública.

Frente a esta realidad, la acción climática no puede ser opcional. Los Gobiernos, las empresas y los ciudadanos deben actuar de manera conjunta para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y adoptar un modelo económico y social más sostenible.

“La DANA en Valencia es una advertencia. Si no cambiamos nuestra relación con el medio ambiente, estos fenómenos no solo serán más frecuentes, sino que serán aún más destructivos”, advierte Olcina. El desastre que dejó la DANA en Valencia no es solo una tragedia local; es un símbolo de cómo el cambio climático está redefiniendo la vida en el siglo XXI. Negar la realidad del cambio climático no solo es ignorar la ciencia, sino también ignorar las señales que el planeta nos envía constantemente. Cada fenómeno extremo, cada ola de calor, cada inundación es un recordatorio de que el tiempo para actuar se está agotando.

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