Corrían los comienzos de la década pasada y la reelecta presidenta Cristina Fernández de Kirchner, no podía sentirse más feliz, plena y exultante; no era para menos, en 2011 había inaugurado su segundo mandato y el tercero si se considera el de su marido Néstor; eran tiempos donde el relato K, la narrativa del gobierno nacional y popular, la del celo por la cuestión social, de los derechos humanos, y un cierto manojo de causas loables en principio, aparentaba ir de la mano con los hechos; una serie de indicadores sociales y económicos parecían convalidar ese relato; el tándem relato-realidad parecía monolítico, inexpugnable; es más, y por sobre todas las cosas, indudable, incuestionable. 2 – La administración K parecía estar adornada con un aura de eternidad; hasta que un periodista de edad madura por esos años, tenido por imprudente y osado al principio por la audiencia, molesto y preocupante para las autoridades al poco tiempo y finalmente denostado y hostigado por ese oficialismo, comenzó con su labor paciente, arriesgada, valiente y objetiva, a fisurar el monolítico edificio del relato K; mostrando hechos, con la cámara, los documentos y los testimonios sobre el terreno, siempre de primera mano, de víctimas directas, comenzaron a desfilar por su programa todo tipo de maniobras fraudulentas, ilícitos de la más diversa laya y gravedad, en una sucesión interminable, como jamás nuestro país en su bicentenaria historia había registrado. 3 - Toda la pirámide de funcionarios públicos de la república, desde el más encumbrado hasta el más modesto, parecía encontrarse involucrada en uno o varios casos de latrocinio de dineros públicos, con un nivel de diseminación y magnitud que aún hoy sigue asombrando al ciudadano honesto, trabajador, y al mundo entero; el ciudadano que incluso, en su momento, había votado a la dupla matrimonial, ilusionado con sus promesas y sus encantos discursivos augurando una sociedad mejor, asistía estupefacto a este singular y escandaloso destape; de pronto el relato comenzó a colapsar; lo que al principio fue una débil fisura en la construcción oficialista, pronto, cual grieta progresiva en un dique desbordado, resultó visible, grosera, masiva y escandalosa. 4 – Cada domingo a la noche, en su programa de las diez, veíamos los argentinos, entre atónitos y paralizados, el desfilar de las denuncias irrefutables, objetivas, a veces al nivel de la franca flagrancia; cada semana se revelaba un acto de corrupción que no dejaba de asombrarnos, inédito e inaudito; así, se sucedían noticias de tal naturaleza que, dudar de su veracidad, parecía al menos, de alguien imprudente, obcecado, cuando no de parte interesada. El destino de los fondos públicos parecía ser tragado por los agujeros de la corrupción, la de la obra pública, principalmente en la provincia de Santa Cruz; por la administración kirchnerista desfilaba un listado inacabable de prácticas delictivas, cuya mera enumeración categorial, menos aún fáctica, sería imposible de realizar aquí; dineros mal habidos, escandalosamente sustraídos por estos personajes, con una voracidad inenarrable para sacar su tajada del erario, comprometiendo nuestro bienestar, nuestra seguridad y hasta nuestras vidas. 5 – Hoy, muchas de esas denuncias han pasado a instruir las graves causas penales contra esos funcionarios, algunos de los cuales cursan prisión o están al borde de hacerlo. Jorge Lanata no ha sido el único, por cierto, en esta gesta que parecía quijotesca, arriesgada y fuera de escala humana; otros periodistas lo han hecho también, pero el que hoy nos deja parece haber señalado un rumbo, abierto un cauce por el que se animaron a discurrir un tendal de otras denuncias que terminaron abarrotando los tribunales de justicia, contra un gobierno singularmente corrupto, quizás el mayor de nuestra historia. Lanata marcó un antes y un después con su labor en el control del poder desde el periodismo; a partir de su trabajo valiente, incansable, objetivo y concienzudo; patriótico, a no dudarlo, ya no se puede, en la Argentina, gobernar ni hacer política de la mano del delito. Al menos impunemente.
Fernando Padilla
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