Darwin, el lugar donde el sacrificio de los héroes de Malvinas encuentra su paz

Darwin, el lugar donde el sacrificio de los héroes de Malvinas encuentra su paz

En el cementerio, las tumbas de los caídos en la guerra guardan historias de valentía y reflejo del profundo legado de su sacrificio.

Así luce el camposanto de Darwin, ubicado a 88,5 kilómetros de Puerto Argentino.

Pisar las Islas Malvinas se siente como dar un paso sagrado. El archipiélago es ese lugar del Atlántico Sur que mentamos y aprendemos a amar desde la niñez, pero que desconocemos por completo, como sugieren los periodistas Alejandra Conti y Sergio Suppo en el ensayo que publicaron a 40 años de la guerra. Allí, en el escenario de las batallas y de la derrota, ocurre algo que transforma las expectativas.

Lejos de cualquier reivindicación territorial, las Malvinas provocan un sentimiento de gratitud por el sacrificio de los combatientes del 82. Esos compatriotas peleaban por la soberanía nacional: 649 cayeron en combate y el reclamo sigue oficialmente vigente. La Argentina perdió la guerra sin matices, pero la contrapartida de ello es que ganó la democracia.

En el Cementerio de Darwin se percibe el destino paradójico de aquellos chicos arrojados a la lucha por orden de la dictadura al mando de Leopoldo Galtieri, que perecieron tras haber sido abandonados a la suerte mala del frío, del viento, del hambre, de la inexperiencia y del profesionalismo militar británico.

Las tumbas prolijas devuelven un reflejo esclarecedor. Los caídos son héroes involuntarios -declarados tales por la Ley 24.950 de 1998- de una gesta eterna, que trasciende una guerra. Sin ellos quizá estas palabras no habrían sido tipeadas ni estarían siendo leídas. Es la pelea por el Estado de derecho, la libertad, la igualdad y la justicia: el orden constitucional que retornó luego de que el Gobierno de facto, que languidecía de un modo irreversible, concretara su “suicidio” en las Malvinas.

El memorial da cuenta de los combatientes argentinos caídos durante la guerra de 1982.

El peregrinaje a Darwin debería ser obligatorio para los ciudadanos argentinos que disfrutan regularmente del derecho a elegir y pueden exigir respeto por sus derechos humanos esenciales.

Para llegar al camposanto hay que viajar en auto hacia el sudoeste durante casi una hora y cuarto (88,5 kilómetros) desde Puerto Argentino/Stanley. Un poste blanco con un cartel del mismo color indica la entrada al “Argentine Cemetery”. Un aire sobrio envuelve al sitio construido por la Comisión de Familiares de los Caídos, que posee su propiedad.

Son tres sectores con 237 sepulturas. Las hileras simétricas de crucecitas de madera culminan en una gran cruz central. Por doquier se ven las huellas de los visitantes que se acercaron a rendir homenajes. Rosarios, cartas, fotos, camisetas de fútbol, mates y flores de plástico descansan en la grava. En una justicia poética tácita, las tumbas de “soldados argentinos sólo conocidos por Dios”, fórmula acuñada por el escritor inglés Rudyard Kipling, exhiben la mayor cantidad de tributos. Es el confort posible para quienes la muerte hasta les arrebató la identidad.

Siempre hace frío y silencio en el Cementerio Argentino. En ese clima coactivamente reflexivo se constata que los muertos eran muchachos con apellidos tan comunes como García, Díaz, Herrera, González, Gómez, Fernández… Entre las lápidas constan los soldados nacidos en Tucumán, Andrés Aníbal Folch, Julio César Segura y Manuel Alberto Zelayarán, cuyos restos fueron reconocidos, estudios de ADN mediante, en 2018.

Según comentó el autor y director actual de la Casa Histórica, José María Posse, en una crónica de LA GACETA de 2019, estos tres comprovincianos murieron durante los últimos días de la guerra: “pertenecían a familias de Tucumán, que, con el cierre de los ingenios, se mudaron a Buenos Aires. Ellos eran niños cuando se fueron. Estaban haciendo la conscripción y quedaron bajo bandera en el Ejército, en abril de 1982. Los otros 21 fallecidos de Tucumán pertenecían a la Armada, a la tripulación del ARA General Belgrano”.

Darwin tiene un halo imponente de santuario. Tal vez porque está emplazado en un punto dramático de la Isla Soledad: a poca distancia de San Carlos, la costa por la que desembarcaron las fuerzas enviadas por la primera ministra Margaret Thatcher, y del Centro Comunitario de Pradera del Ganso/Goose Green, donde los militares argentinos mantuvieron encerrados a 114 kelpers durante 29 días.

Muy cerca de allí, en Blue Beach Military Cemetery, yacen 14 de los 255 ingleses fallecidos en la guerra de 1982, algunos de los cuales tampoco llegaron a cumplir 20 años, como los paracaidistas Mark Holman-Smith y Francis Frederik Slough, y el marino Keith Phillips.

Tal vez en la aureola de la necrópolis de Darwin incida el hecho de que no existiría si el oficial inglés Geoffrey Cardozo no hubiera preservado los cadáveres de los rivales abandonados a la intemperie y organizado su entierro. Los soldados, que carecían de chapas identificatorias recibieron la denominación de Kipling. El Gobierno argentino se desentendió de esos restos. Las identificaciones comenzaron recién a partir de 2016, y por obra de un encuentro accidental producido ocho años antes en Londres entre Cardozo, el ex combatiente Julio Aro y otros veteranos.

Así como en 1983 la Argentina volvió a atarse al mástil de la Constitución, la posguerra trajo un esplendor admirable para los kelpers, que abandonaron su condición de pastores oceánicos para, con el respaldo de la metrópolis, convertirse en socios de pesqueros y amasar el mayor producto bruto interno per cápita de las Américas. El archipiélago duplicó la población, que goza de una calidad de vida propia de la campiña de Reino Unido: es un espectáculo de orden y bienestar llamativo a 740 kilómetros al este de Río Gallegos.

La guerra y su desenlace llevaron a otra dimensión a este territorio británico de ultramar, que dispone de una base militar en Mount Pleasant. Los kelpers ganaron mucho, claro está.

La guerra también benefició a Thatcher, que encontró en el enfrentamiento exitoso del enemigo exterior la fuerza que necesitaba para fortalecer su liderazgo doméstico y mandar durante ocho años más. Si bien existían conversaciones por la soberanía de las Islas, la primera ministra admitió que nunca hubiera permitido que a Reino Unido se las sacaran por la fuerza, mucho menos por iniciativa de una Junta Militar.

Perder de un modo tan catastrófico fue lo que la Argentina necesitaba para, poco tiempo después, decir “Nunca Más”. Si se hacen las cuentas, tres democracias salieron adelante a partir del conflicto de 1982.

Aunque el país sostiene su planteo en el Comité Especial de Descolonización de la Organización de las Naciones Unidas y en la reforma de 1994 dio rango constitucional a esta posición, hay paz.

Hay paz para todas las partes desde hace 42 años y eso es lo que importa, después de tanto dolor.

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