"Mi primer recuerdo de la masacre de Cromañón es una placa roja de Crónica TV informando acerca de un incendio en un boliche de Once", cuenta Hugo Martín, autor del libro "Cromañón: Rock, corrupción y 194 muertos". Fue la misma placa que vieron miles de personas la madrugada del 30 de diciembre de 2004, mientras decenas de jóvenes morían intoxicados.
La tragedia de Cromañón fue evitable. Desde la bengala que inició el pánico y que nunca debió haber ingresado al local bailable, hasta las puertas y accesos que nunca debieron estar cerrados. Pero así estaban: sin señalizar, bloqueados y hasta clausurados con candados y alambres.
La intoxicación dentro de Cromañón
En menos de 20 minutos, los gases tóxicos que se produjeron por el incendio dentro del local marcaron y terminaron con la vida de casi 200 personas. Los materiales que se incineraron desprendieron sustancias que resultaron letales para quienes los respiraron: algunos que no pudieron salir y otros que, habiendo escapado, regresaron a rescatar amigos.
Una media sombra de polietileno, planchas de espuma de poliuretano de 2.5 centímetros de espesor para insonorizar el boliche y seis centímetros de espesor de guata blanca cubrían el interior del techo de Cromañón. Juntos formaron el combo que desprendió monóxido de carbono y ácido cianhídrico: el que terminó por provocar el coma y la muerte de los presentes.
Para no ser tóxicas, las placas de poliuretano llevan agregado óxido de cobre, que dismiuye la producción del ácido cianhídrico. Pero los análisis penales indicaron que las placas de Cromañón carecían de ese metal.
Irregularidades en Cromañón: puertas cerradas y matafuegos inútiles
Al humo se sumaron muchas irregularidades más. Según explica Hugo Martín en su libro, en Cromañón había 15 matafuegos: 13 a base de polvo químico seco, uno a base de agua y uno a base de anhídrico carbónico. La mayoría de ellos no tenía el contenido antiincendiario suficiente para combatir el fuego, tenían algún desperfecto o no funcionaban. De 15 matafuegos, solo servían cuatro.
También se indicó que los planos legales del local eran falsos: había construcciones extra que no estaban marcadas, paredes que separaban espacios de forma irregular y conexiones con otros edificios -un hotel de al lado- que estaban prohibidas para este tipo de recintos.
Además, las puertas. Los dos portones de acceso eran de dos hojas cada uno y ambos abrían hacia adentro, lo que dificultó el escape de la gente. Las seis puertas que comunicaban con el vestíbulo deberían haber medido 1.50 metros de ancho cada una. El peritaje determinó que medían en realidad 1.26 metros y que además al abrirse todas chocaban entre sí, lo que reducía el espacio. Pero, de seis aberturas, solo dos estaban abiertas.
Cromañón: una tragedia evitable
El portón de salida alternativa que guiaba hasta el hall del hotel lindero no figuraba como salida de emergencia. Medía cinco metros de ancho por 3.60 de altura, pero estaba cerrado con candado, cerrojo pasador y alambres atados. Las pericias indican que todos los chicos podrían haberse salvado esa noche si las seis puertas del vestíbulo, la de emergencia a los portones que daban sobre la calle Bartolomé Mitre y el portón que llevaba al salón, hubiesen estado abiertas.
El licenciado en criminalística Eduardo Frigerio, que trabajó en las pericias, concluyó: “La tragedia ocurrió por una conjunción de factores: sobrepoblación en el lugar, lo que dificulta la salida. Planos de habilitación mentirosos y mal aprobados. El entrepiso superaba los 200 metros, y debía tener salida directa a la calle, algo de lo que carecía. Un elemento de insonorización inadecuado, deben ser ignífugas y tener tratamiento de cobre, y aquí no había. El salón tenía, originalmente, cuatro extractores grandes. Dos los habían retirado y estaban tapiados. Yo creo que si hubiesen estado funcionando, hubiesen evacuado los humos y las consecuencias habrían sido menores”.