Carlos Duguech - Analista internacional
De sorpresa en sorpresa uno va conociendo novedades y artilugios del poder político. Las que provienen de los sistemas con el disfraz de democracias deparan aún más de esas sorpresas aunque, en rigor, distan de serlo lato sensu, en conocimiento del régimen de gobierno imperante. En nuestro caso, Nicaragua. Ese país central en la cadena centroamericana con un Gobierno de familia (Somoza) por 43 años (1936 a 1979) por la gestión inicialmente guerrillera del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) desembocó en una deseada democracia. La que procura, a su modo, el FSLN, aunque nadie dudaba de su contextura socialista. Y, no es vano decirlo, nadie dudaba de que alguna vez se pareciera al somocismo en cuanto al trato que se venía operando desde el poder y su absolutismo con la ciudadanía.
Ortega en el Gobierno
Entre 1985 y 1990 Daniel Ortega ejerció la presidencia nicaragüense. Luego de perder en varias elecciones finalmente logró triunfar en 2006 resultando reelegido en los años 2011, 2016 y 2021. Cuando en 2018, la mano de su Gobierno implacablemente dura se desparramó sobre los ciudadanos ya se consolidaba la percepción primaria: Ortega, su régimen, era el de una dictadura con notorias reminiscencias de la de Somoza a quien, como guerrillero, contribuyó a derrocar en 1979. Hay un bache democrático con el gobierno de Violeta Chamorro (1990-1997) que no desarticula al sandinismo de Ortega, sin embargo. Éste vuelve al poder con determinaciones dictatoriales. Y ya desde 2017 incorpora a su esposa, la poeta y política Violeta Chamorro, con relevante predicamento entre las gentes humildes de Nicaragua como vicepresidenta, hasta ahora. En junio de 2018 comienza una crisis por protestas populares contra el gobierno que es reprimida violentamente. Los números de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) daban cuenta del nivel de la represión: 328 muertos y más de 120 presos políticos. El rostro inocultable del poder dictatorial. Alguna vez en una columna anterior en este medio dábamos cuenta de lo grotesco de la metamorfosis del Daniel Ortega: de adalid revolucionario de los derechos populares a dictador sanguinario con su propio pueblo. También señalábamos que “la atracción del poder” es harto enfermiza. Quien lo alcanza hace todo lo necesario, lo posible -y lo que no es posible a la luz de las normas- para prolongarse en la cúspide. Así fuese que deba pisar todo, las leyes, las tradiciones, la seguridad del pueblo y el derecho (y hasta la vida) de los ciudadanos.
Ortega pisó todo
El 21 de noviembre último la Asamblea Nacional de Nicaragua bajo el control del Frente Sandinista gubernamental se introdujeron cinco cambios en la Constitución que ya había sido manipulada muchas veces por la gestión Ortega. Entre otras motivaciones, para que se le permitieran reelecciones como las habidas.
La “Copresidencia”
Un invento desde el país de los truenos y las centellas. Desde lo ilógico y lo absurdo. El Poder Presidencial de Guatemala, a partir de esta reforma de noviembre último se integra con la presidencia de Ortega y la copresidencia de Rosario Murillo. Y no sólo ahí se queda este grotesco del “republicanismo” (de alguna manera hay que nombrarlo). Laureano Ortega Murillo, hijo del matrimonio de “copresidentes” reafirmará en el futuro la dinastía Ortega en Nicaragua. Son los “malos ejemplos” de los Castro, hermanos, y de los dos últimos gobernantes de Siria (padre e hijo). De revolucionarios del siglo XX y XXI instalando regímenes monárquicos sui generis. La reforma introduce una ampliación del mandato hasta 2027. Y de allí en más… reelección indefinida.
Una modificación más hace necesario que se la transcriba literalmente para no dudar de que esta reforma es “de otro planeta”: El artículo 132 reformado expresa: “La presidencia de la República dirige al Gobierno y como jefatura del Estado coordina a los órganos legislativo, judicial, electoral, de control y fiscalización, regionales y municipales, en cumplimiento de los intereses supremos del pueblo nicaragüense y de lo establecido en la presente Constitución”. La idea de república transita demasiado lejos del poder nicaragüense, casi como una fantasmal forma de gobierno inaceptable para el sandinismo de Ortega.
Otro manchón más: Se habilita la policía “voluntaria”. Son los paramilitares del régimen para su acción represiva en ciertos casos en los que se desborde la resistencia popular.
Nueva bandera y apellidos
Junto a la bandera azul y blanca y el himno nacional, en la constitución reformada se agrega como símbolo patrio la bandera rojinegra del FSLN. Seguirá llamándose -por ahora- Nicaragua, no obstante.
Es difícil catalogar este sistema que se ha establecido hace un poco más de un mes en Nicaragua.
Pero no es difícil predecir que se vienen tiempos tormentosos con la aplicación de las reformas introducidas en la constitución nicaragüense. Una dictadura de familia. Del metamorfoseado orteguismo. Una dictadura con nombre y apellidos. Sí, apellidos: Ortega y Murillo.
Diplomacia creativa
Se tiene idea aproximada -aunque no tanto- de lo que es la diplomacia y para qué sirve. Precede, casi en todos los casos, a los conflictos cuando estos adquieren una aceleración imposible de controlar con los recursos que se tienen a la mano. Y una vez que el cántaro de tanto ir a la fuente se rompe -según se instala como presagio a cumplirse- en el caso de los conflictos entre naciones ya enfrentadas bélicamente, la diplomacia pierde terreno, pierde entidad. La única que puede sobrevivir a los estragos de los enfrentamientos bélicos es la diplomacia creativa. ¿De qué manera?, se preguntarán los diplomáticos de carrera y los otros, que lo son por razones y pertenencias a un sector político del gobierno de la nación que representan.
Preguntas incómodas
¿Algún presidente o jefe de Estado o monarca de las naciones que, sin embargo, prestan apoyo militar (armas, equipos, municiones y recursos financieros al gobierno de Ucrania) intentaron ir a Moscú más de una vez con sus asesores para entrevistar a Putin, por ejemplo?
¿Algún grupo como el que se conformó una vez (Cuarteto de Paz para el Medio Oriente) se constituyó en Jerusalén o en Tel Aviv e hizo lo necesario y lo imposible para un encuentro con las autoridades de Israel, además de enviarle equipos y pertrechos bélicos masivamente algunos de sus integrantes?
¿Se movió de sus oficinas en el edificio de la ONU en Nueva York su secretario general para llegar con su equipo a dialogar, todas las veces que fue necesario, con Netanyahu y con Putin por sus respectivos protagonismos en esas dos guerras que sangran como la Humanidad degollada?
Si la respuesta fuese afirmativa estamos frente a una valiosa diplomacia creativa.
Si, por el contrario, la respuesta fuese lo que sabemos que es, estamos configurando más de lo mismo. Valen entonces los métodos bélicos que son el vozarrón sanguinario de los que olvidan todo el abecedario de todas las lenguas para que sólo la metralla hable y la muerte y la destrucción se dibujen en el grotesco escenario de pueblos y ciudades de escombros ensangrentados.