En papiros egipcios ya figuraba el uso de los extractos del sauce blanco (rico en salicilatos) para calmar el dolor. El padre de la medicina, Hipócrates en el 400 a.C., ya se había referido a sus bondades usando el té salicílico para “alejar” la fiebre. Fue finalmente un joven investigador alemán, el Dr. Félix Hoffman de tan solo 29 años quien la sintetizo en forma pura por primera vez en 1897. Nació el ácido acetil salicílico. La Bayer en 1899, y para la cual trabajaba Hoffman, la entregó al mercado con el nombre de aspirina. Corría el año en que nacía nuestro Jorge Luis Borges (para situarnos históricamente) y en ese mismo año también nacía al mundo, ahora, un analgésico, antiinflamatorio y antipirético de uso masivo. La aspirina cobró popularidad velozmente y así fue como se utilizó en la pandemia de la gripe española para bajar la fiebre. No era para menos. Hasta un filósofo de la talla de Ortega y Gasset tuvo la famosa expresión de: “vivimos en la era de la aspirina” para ponderar su aparición en el siglo XX. A mediados de los ‘50 y ‘60 salieron al mercado otros analgésicos como el paracetamol (1956) y el ibuprofeno (1962) pero en esa época competirle a la aspirina era una empresa ciclópea y casi un imposible ya que había llegado a ser el fármaco por entonces más prescripto en el mundo entero. Un médico americano (el Dr. Lawrence Craven) observo en su práctica cotidiana que los que consumían aspirina, por dolor o por simple adicción, padecían pocos eventos de enfermedades vasculares (infarto, isquemia, etc.). Corrían los años cincuenta y esta ¡fue una genial observación! Pocos años después un farmacólogo inglés (el Dr. John Vane) demostraría que la aspirina inhibía una prostaglandina y así interfería en la coagulación generando antiagregación plaquetaria. Con ello recibiría Vane el Premio Nobel de Medicina 1982. La baja dosis de aspirina (la “low dose aspirin”) fue entonces la indicación masiva por parte de nosotros los cardiólogos y en los años ‘80 y ‘90 se usó ampliamente en la prevención primaria y secundaria de la enfermedad cardiovascular: 81 o 100 mg por día. Hoy la aspirina se encuentra cuestionada: por sus efectos colaterales de sangrado, agresión digestiva y por el síndrome de Reyé en niños. Cayó la indicación masiva y en la actualidad se reserva la aspirina para la prevención secundaria en pacientes con reconocida enfermedad cardiovascular (bypass, Stent, ACV, trombosis, etc.) en ese grupo de pacientes se obtienen beneficios considerables. Ortega y Gasset se quedó corto porque no imaginó que la aspirina tendría vigencia hasta avanzados años del siglo XXI. Estuvo en el botiquín de los astronautas y todavía hoy entra en nuestra prescripción diaria, aunque creo que es inminente que nuevos fármacos anticoagulantes efectivos, de similares funciones, mas inocuos y accesibles al consumo masivo han de impactar para bien de la ciencia, la humanidad toda y así salvar tantas vidas como lo hizo la aspirina. Recuerdo que en los ‘80 nuestros maestros en la residencia de clínica cardiológica nos señalaban el camino diciendo: “la aspirina, sí, pero la de niños” para que la prescribiéramos a nuestros enfermos cardiovasculares. Y esto fue… ayer nomás.
Juan L. Marcotullio
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