Un gran filósofo amigo recordaba que cuando en la antigüedad los ciudadanos bebían toda la noche y el sol salía solían decir algo así como “i méra cháthiken” (ç ìÝñá ÷Üèçêå) “la jornada está perdida” y mandaban, por así decirlo, a otro esclavo con un cajón de cerveza a la esquina. Claro que es una resignación mentirosa. Pero siempre nos amparamos en señales de la naturaleza o del calendario para marcar comienzos y finales (quién no ha dicho “el lunes arranco”)”.
Vamos a hacer un recorrido por algunas reflexiones sobre el año nuevo y las promesas de cambio que nos solemos hacer e incumplir.
Se atribuye a Antonio Gramsci (1891-1937) el texto breve “Odio il Capodanno”. Para él, el año nuevo no es más que una ilusión que oculta la continuidad de la vida bajo la apariencia de un cambio radical. La cronología, dice, es una osamenta que nos constriñe, y las celebraciones de fin de año son como carteles que nos impiden ver la línea fundamental del tiempo. El año nuevo, para Gramsci, simboliza la falsa ilusión de que algo comienza y algo termina, cuando en realidad la vida sigue, ininterrumpida, en un flujo constante. Un extraño punto de un filósofo de la cultura.
Friedrich Nietzsche (1844-1900) tiene un texto que también es una rareza en su pensamiento. “Con motivo del año nuevo” de La gaya ciencia es curiosamente meloso y desarrolla la idea del “Amor fati” como una reconciliación activa con lo inevitable, invitándonos a abrazar la vida tal como es, en toda su complejidad y necesidad. “...Seré uno de los que hacen bellas las cosas”.
Nietzsche propone una visión que contrasta con la crítica de Gramsci. Mientras el marxista rechaza la imposición de fechas y celebra la continuidad, el filósofo propone utilizar ese momento como un acto de reafirmación. La diferencia es sutil pero esencial: donde uno ve artificio, el otro ve posibilidad.
Rudyard Kipling (1865-1936), en su poema “Resolutions for the New Year” no hace ninguna propuesta; solo registra su propia hipocresía. “He decidido amar a todos mis vecinos como a mí mismo... excepto a los dos o tres que odio y me odian”. Este comienzo establece un juego de contradicciones que satirizan nuestras intenciones y compromisos. Por ejemplo, Kipling promete dejar las cartas, salvo cuando le conviden a jugar. No bailará salvo que una niña hermosa lo requiera, y prescindirá de lujos ni bien pueda, sin apuro.
La paradoja del año nuevo es que, siendo un punto fijo en el calendario, también es una oportunidad para redescubrirnos. Gramsci lo ve como un artículo de consumo cultural que debemos desmantelar; Nietzsche, como una ocasión para decir “sí“ al destino; y Kipling, como una excusa para reírnos de nuestra propia fragilidad.
Entonces, ¿qué hacemos con este año nuevo que es una especie de caramelo media hora de estos cráneos? Que sea el “amor fati” o la mordaz ironía lo que nos guíe, pero que no dejemos pasar la oportunidad de mirar a la vida con renovada curiosidad. De tal manera que no sea que en febrero digamos que ya pase este año y empecemos a esperar diciembre.
Por ultimo, desde ya que el deseo tiene dos caras: lo que hacemos y lo que esperamos. Una es acción, cambio, reconversión y de esa hemos hablado; la otra es puro Hado, fortuna, lo que nos toca. Por ejemplo: el año que viene deseo ser más respetuoso de los símbolos institucionales, algo que depende de mí. Ahora bien, también espero que semejante limonazo del nuevo logo de la provincia no le caiga encima a la Casa Histórica.