Por Hugo E.Grimaldi
Más allá de los planes del día a día que cualquier gobierno ensaya, la política tiene sus propias y variadas mecánicas y éstas son consecuencias de los momentos históricos que transitan las sociedades, desde su capacidad de respuesta económica, su estatus educativo o su bagaje cultural y hasta su voluntad colectiva. Para modelar la política de cada tiempo en los países y para engrasar la maquinaria de hacer cosas, también contribuye de modo decisivo la percepción de los líderes que captan el momento y que se ponen al hombro la necesidad de diseñar y de aplicar cambios de raíz.
Para que un proceso político sea exitoso después de tantas frustraciones, no sólo tiene que aparecer el antibiótico que barra a como dé lugar con las bacterias que se han enquistado en el cuerpo social, sino que también se necesita más de la decisión que de la habilidad del ejecutor. Es como el cloro en el proceso de hacer potable el agua. Si la mecánica de inyección o las dosis no son las correctas, las fuerzas que anidan en el recipiente que contiene un líquido cada vez más fétido se negarán a convalidar el proceso, obturarán las salidas y, a la postre, buscarán desalojar al invasor. Así, fatalmente, todo el tratamiento fracasará.
Más apropiadamente dicho, el mayor o menor éxito de toda nueva política es una clara confluencia de muchos de esos factores, ya que para que a cada proceso le siga una ejecución robusta se necesitan protagonistas de los dos lados que “la vean”, tal como suele decirse. Y que la vean en plenitud, es decir proyectando hacia el largo plazo.
Javier Milei parece estar hoy en el lugar exacto y en el momento adecuado, ya que, por potencia y convicción, él se ha mostrado hasta ahora capaz de inyectar más agua limpia que la que sale pero, además, se le nota al actual Presidente que tiene bastante resto para diluir las resistencias de los organismos de rechazo. A favor suyo, hay un factor central que juega como aglutinante, tal como es que buena parte de la sociedad, intoxicada por beber años y años del mismo brebaje, se ha quedado intoxicada, colgada de las cuerdas y casi sin reacción.
La Argentina no tiene una confluencia tan clara como la actual desde la Segunda Guerra Mundial para acá, cuando Juan Domingo Perón proyectó para el aquí y el ahora de entonces y se comió el capital depositado en los pasillos del Banco Central. Todo lo demás fueron sobrevuelos, algunos llenos de buenas intenciones, como lo fue en tiempos de Arturo Frondizi su apuesta a la industrialización o como se aplicó el diseño de Domingo Cavallo, con la Convertibilidad como bandera y con el sostén adicional de las privatizaciones, la desregulación, la apertura y las reformas estructurales. Fue la propia sociedad la que se comió todos esos procesos – y muchos otros más de menor fuste o de triste recuerdo- cuando verificó el desgaste.
Sin embargo, esta vez las fuerzas del Cielo parece que no se van a dejar avasallar así porque sí. El primer elemento que aparece en la nueva retóríca es la convicción del Presidente, a veces algo forzada por su peculiar manera de transmitir, con un modo que no seduce a todo el mundo y que a veces presenta evidentes fallos institucionales desde las formas, pero que ha sido efectivo, sin dudas.
En el podio de su éxito podría ponerse que Milei ha sabido sacarle a la palabra “ajuste” el tufillo despectivo que ha tenido durante años, término que una parte de la prensa ha contribuido a demonizar, como si un obeso no necesitara acudir a una dieta sin que le caigan los pergaminos. También que le hizo comprender a mucha gente que había vivido equivocada durante tantísimos años creyendo que el Estado de los argentinos era una máquina buenaza y solidaria destinada a sumar derechos y que no había costo alguno en todo ello.
Con la actual prédica presidencial –lo que la Casa Rosada llama la “batalla cultural”- muchos se han dado cuenta (o al menos lo consienten para no pasar por desubicados) de que los fondos para sustentar aquella ficción en verdad habían sido una verdadera máquina de quitarle posibilidades al presente vía inflación y de comprometer a las futuras generaciones vía endeudamiento. Y por supuesto, que buena parte de las fortunas que pasaron por delante de los ojos de todos no se sabe aún dónde está.
Lo más notable de todo es que Milei inyectó todas estas ideas en el grueso de la sociedad -kirchneristas incluidos- sin generar, aunque sea por no dar el brazo a torcer, la casi natural resistencia de casi todos al ego herido como expresión de rechazo a la autocrítica, algo que sucedía mayoritariamente en otros tiempos. Es algo casi natural, diría un sicólogo, que la gente se saque el sayo de encima y que resista los cambios, exponiendo mecanismos de defensa tales como la negación colectiva, incluso frente a evidencias en contrario o que justifique sus propios errores, buscando minimizar la responsabilidad.