Recuerdo que, una vez, allá por 1980, fuimos con mi señora a visitar a una tía que tenía yo de nombre Estermidia Berengel. Ella era una de esas mujeres de antes, ¡antiquísima en sus modales! (Dios la tenga en la gloria), quien nos recibió con mucha alegría, y no olvidó jamás ese momento. Yo tenía 22 años y mi señora 19, y no éramos más que amigos, muy buenos amigos. A partir de ese día y por el resto de nuestras vidas, cada vez que me veía mi tía Midia (así la llamábamos en mi familia) me preguntaba qué pasaba con la 'chica del catalquito' que quedaba a la vuelta de su casa. “Catalquito” le llamaba ella a una mora que había en el centro del patio de la casa paterna de mi esposa. “Son muy buenas las chicas que viven ahí -decía-, la que vino con vos ese día, además de buena, es linda y ya está en edad de merecer”, repetía con una sonrisa picaresca. ¿De merecer qué?, me preguntaba yo, que nunca supe de qué se trataba tal merecimiento, pero... en fin... no me inquietaba esto porque ese era un término que usaban mucho mis mayores desde hacía muchísimo tiempo. Fue muy intuitiva mi tía, aunque nos pusimos de novios recién 10 años después de aquella visita.
Daniel E. Chavez