Es muy conocida la anécdota de que Isaac Newton (1643-1727) se inspiró en la caída de una manzana para llegar a formular en el siglo XVII la ley de gravitación universal. En un trabajo publicado en 2017, Guillermo Abramson, investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) en la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) y profesor del Instituto Balseiro, reconstruyó la historia del árbol del que habría caído el fruto que disparó la ocurrencia de una de las ideas más influyentes de la historia de la ciencia.
Historia del manzano
De acuerdo con Abramson, existen diferentes testimonios que indican que lo del manzano efectivamente ocurrió, aun cuando Newton no hable de manzanas en ninguno de sus escritos. “El propio Newton le relató la anécdota a varios amigos y conocidos que la dejaron escrita en sus propias memorias. Entre ellos estaba su sobrina, Catherine Barton, que se lo contó a Voltaire, quien popularizó la historia. Sin mayor razón para inventar algo así, y habiendo un manzano en el jardín frente a su casa, que existe hasta la actualidad, parece muy probable que la anécdota sea cierta”, afirma.
El célebre árbol estaba en el jardín de la finca Woolsthorpe Manor, propiedad de la madre de Newton, donde el científico se habría retirado durante 18 meses, entre 1665 y 1666, a causa de la peste bubónica que azotaba a Londres y que provocó en el cierre de la Universidad de Cambridge.
Según el investigador, al contemplar la caída de la manzana, Newton se preguntó por qué caía perpendicularmente hacia el suelo y no, por ejemplo, de costado. Newton se respondió que debía ser así porque la Tierra la atraía, y que esa atracción debía estar concentrada en su centro.
“Cualquiera de nosotros se habría comido la manzana y listo. Pero la genialidad de Newton es que él conjetura que la fuerza que hace que la manzana caiga es la misma que hace que la Luna no caiga. Hace un cálculo para comparar la aceleración de los dos movimientos, y obtiene que la fuerza tiene que disminuir con el cuadrado de la distancia. La ley que aprendemos en la escuela. Pero como no le dio exactamente el cuadrado, no quedó convencido, y guardó sus notas por muchos años, hasta que mejores mediciones del tamaño de la Tierra y de la distancia a la Luna le permitieron estar seguro”, relata Abramson.
En relación a la importancia de la inspiración en ciencia, el profesor sostiene que, si bien es importante, ésta no viene de la nada, sino de la observación del mundo natural. “Hay que reflexionar sobre lo que se observa. Y hay que leer lo que hacen los demás, y reflexionar sobre ello. Nosotros leemos papers, pero ya en la época de Newton, los pocos científicos estaban permanentemente en contacto epistolar. La ciencia es una actividad colectiva, multinacional, multigeneracional, incluso en el caso de los genios como Newton”, afirma.
La llegada a la Argentina
A principios del siglo XIX una gran tormenta casi arrancó el árbol, así que los vecinos del matemático inglés hicieron un retoño que se plantó en la mansión de un conde. Pero el árbol sobrevivió. “Hubo muy pocas modificaciones en la casa desde la época de Newton, así que el árbol actual muy posiblemente es el original. Hoy en día es un árbol histórico y súper protegido”, señala Abramson.
De acuerdo con el investigador, en el año 1980 el presidente de la CNEA, Carlos Castro Madero, estaba en Inglaterra en un viaje de trabajo y se enteró que era posible obtener retoños para plantar uno en el Instituto Balseiro en Bariloche, con el objetivo de homenajear a Newton e inspirar a los estudiantes. Se hicieron las averiguaciones y en pocos meses llegaron los retoños, que fueron aclimatados y plantados.
Un símbolo
De la misma manera, el martes, otro retoño, pero del árbol que se halla en Bariloche, fue plantado en la Facultad de Ciencias Exactas y Tecnología de la Universidad Nacional de Tucumán (Facet), en un acto con presencia de la comunidad universitaria. Un “retoño”, que es en realidad un clon, fue solicitado por la Facet en 2022, al Balseiro, y reproducido por la Universidad Nacional de Cuyo. Se trata de un ejemplar de Malus Domestica, que produce manzanas de tamaño grande, con una piel verde-rojiza.
Cabe la pregunta: ¿por qué tanto afán en preservar, clonar, transportar y trasplantar clones de un manzano, cuando es un árbol muy común en varias provincias argentinas? La respuesta de la institución es sencilla: el manzano es un símbolo.
El retoño lleva en sí un doble simbolismo para la casa de estudios, según indicaron las autoridades luego del acto de plantación: “Por un lado, es un puente, que a través del espacio y del tiempo conecta la Facultad con el matemático. Por otro lado, como árbol, es un símbolo de la misión de la Universidad: se nutre de la tierra en la que se arraiga, de la identidad de su suelo, y buscando la luz de la razón, elabora y entrega generosamente los frutos del saber”.
“Esperamos que este árbol crezca y florezca durante muchos años, en el ‘Rincón de Newton’, inspirando a futuras generaciones de estudiantes, profesionales, científicos e investigadores”, indicaron las autoridades de la Facet, después del acto.