Las palabras de Horacio Muratore remiten a experiencia y a sabiduría. Un libro no sería suficiente para retratar su recorrido dentro del mundo del básquet. La semilla se sembró en Tucumán BB; y en un abrir y cerrar de ojos, apareció al frente de la Asamblea General de la Federación Internacional de Baloncesto (FIBA). Es difícil de creer que uno de los nuestros, de los del interior, logró escalar todos los peldaños hasta la presidencia del máximo organismo de un deporte. Y en 41 años de carrera dirigencia llegó a estar en lo más alto.
Hoy los desafíos son diferentes. Está lejos de aquellos años en los que se codeaba con los protagonistas de la “Generación Dorada” presidió la CABB entre 1992 y 2008- o entre los grandes cargos de la FIBA. Cambió las reuniones con Patrick Baumann, ex secretario general de la entidad internacional, por las charlas con sus hijos y con sus afectos. Su vida cambió por completo. Aunque nada de eso demerita lo realizado. Y en la edición 20ª de la Fiesta del Deporte, LA GACETA decidió entregarle la mención honorífica por la “Trayectoria Deportiva”.
- ¿De dónde nació la vocación dirigencial?
- Vino por herencia de mi papá. Él fue presidente de Tucumán BB durante muchísimos años, y por eso me aboque a esa faceta. También influyó mucho que vivíamos al frente del club, en la calle Suipacha. A eso se sumó que vengo de una familia muy basquetbolera: mi papá había sido jugador, y mis tíos maternos también. Eso hizo que pase mucho tiempo dentro de la cancha y se convirtió en mi segunda casa. ¡Hoy los corren por el costo de la luz, ja! Toda esa vivencia hizo que me convierta en un defensor de los clubes. Las asociaciones civiles les dan la posibilidad a los chicos de estar contenidos dentro del deporte. Son lugares donde se crean lazos de amistad, de sinceridad y de sentido de pertenencia. Lo que sí, hay que mostrar las cosas con total transparencia.
- ¿Cuándo empezó su carrera como dirigente?
- En 1971, con 20 años ya estaba dentro de la comisión directiva de Tucumán BB, durante una de las presidencias de mi papá. Era tesorero. También estuve en la subcomisión de minibásquet y también estaba metido en la subcomisión de padres. Pero recién me lancé de manera definitiva en el 78. Para ese entonces, estaba casado con mi esposa y ya tenía a mi primer hijo de dos años, y mi papá me dijo que él iba a dejar. Entonces, pensé que era un buen momento de empezar ese camino, y conformé una lista con todas las personas que veníamos trabajando. Era difícil porque competíamos contra (Gabriel) “Tompy” Díaz, que era nuestro ídolo. El período duraba dos años; y una vez que se cumplió ese tiempo dejé. Mi mujer me había dicho: “O el club o nosotros”. Aunque, al tiempo, volví a involucrarme.
- ¿Cuáles eran las aspiraciones que tenía en ese momento?
- El objetivo era meterse dentro de ese mundo. Después llegó la presidencia de la Federación Tucumana. Wilfredo Macián y Guillermo Gallo me convencieron de que asuma esa responsabilidad. “Mirá Horacio, queremos que repliques lo hiciste en el club, pero en toda la provincia”, me dijeron en una visita que hicieron a mi casa. A ellos les parecía simple, pero era muy distinto. En los clubes sabés llegar a un acuerdo porque sos parte de esa sociedad; pero en estas instituciones es más difícil, porque hay muchas opiniones contrapuestas. Todo está más dividido. “Déjame que hable con mi familia”, les respondí. Después de que mi señora me diese el “ok” empecé; y desde ahí no paramos.
- ¿Cómo era el básquet tucumano en los 80?
- Había muchísimo público en las canchas. Incluso algunas encuestas arrojaban que el básquet era el segundo deporte más practicado, solo por detrás del fútbol. A eso se sumó la creación de la Liga Nacional y los ascensos de Caja Popular y de Independiente. Para ambos clubes me puse a disposición y me sentía uno más. Mi idea siempre fue que todos disfrutemos de esos equipos; pero no se podía. Cada club tenía su barriada y no apoyaba al otro. Incluso intentamos generar varias fusiones para que puedan llegar a jugar la Liga, pero no hubo caso. El único que pudo romper esa tendencia fue Belgrano, que cuando jugaba parecía que representaba a todo Tucumán. Lástima que solo duró un año. También había un conflicto entre la Confederación Argentina y la Asociación de Clubes de Básquet. El problema es que los dirigentes se sentían dueños de los clubes, y nosotros buscábamos que todos trabajemos por el desarrollo del deporte. Lo bueno es que cuando Eduardo Bassi llegó a la AdC todo cambió y resolvimos un montón de problemas.
- ¿Cómo se da la oportunidad de presidir la Confederación Argentina?
- Hasta ese momento, el interior tenía funciones muy chiquitas dentro del básquet. La Confederación se manejaba desde Buenos Aires. Mi primera experiencia a nivel nacional fue con el Cemba-90, que era un ente encargado de la organización del Mundial de 1990. Después de eso, me alié con las Federaciones de Córdoba y de Santa Fe, y así logramos llegar a la presidencia. La idea, como siempre lo digo, era unir a todas las federaciones. También me benefició que Víctor Lupo se desempeñaba como subsecretario de Deportes de la Nación, porque era tucumano. Así gané las elecciones y estuve en el cargo por 16 años.
- ¿Cómo fueron las gestiones para traer el torneo Preolímpico a Tucumán?
- Cuando vos llegás a la Confederación ingresás como miembro ejecutivo de FIBA América; y era presidente de la Confederación Sudamericana de Básquet (Consubasquet). Entonces me puse en campaña de traer ese torneo para la Argentina. El problema, o la novedad, es que iba a ser un torneo con dos sedes: Tucumán y Neuquén. Cuando surgió la propuesta, tuve que ir a hablar con Jorge Sobisch, que era el gobernador de Neuquén. Lo curioso es que cuando visitamos la provincia nos dijo que nos iba a llevar al lugar donde él quería hacerlo. Nosotros pensábamos que iba a ser en un club que estaba en el medio de la ciudad, pero nos llevó a un descampado a las afueras. Era un desierto...No había nada, jajaja. “Se ve que ustedes no son políticos”, me dijo, y después de varias charlas me convenció. Y la creación del estadio Ruca Che hizo que se poblara esa zona. Lo otro que debimos hacer fue crear dos fases en el torneo porque se jugaba en dos ciudades sin conexiones directas. Así la primera ronda fue con 10 equipos, y solo quedaban eliminados los últimos de cada grupo. Esa instancia siguiente se hizo en Neuquén.
- Y Tucumán tuvo una preparación a contrarreloj…
- El problema estaba en Tucumán. Si bien (Ramón) “Palito” Ortega nos brindó su apoyo, estábamos muy atrasados con los preparativos. Faltaban muchas cosas por hacer. (Jenaro) “Tuto” Marchard, el entonces presidente de la Confederación Panamericana de Basquetbol y uno de mis mentores, vino y dijo que estaba todo perfecto en Villa Luján, pero después me agarró en privado y me marcó todas las cosas que debíamos modificar. Al final, llegamos con todas las obras como las baldosas y los vestuarios; pero un par de días antes de que comience todo. El torneo fue fantástico porque vinieron figuras internacionales como Steve Nash, (José) “Piculín” Ortiz, Oscar Smith… A eso se sumaba la Selección que venía levantando su nivel. Lo único malo fue que perdimos la final contra Puerto Rico. ¡Ya estábamos prendiendo el fuego para festejar, ja! Pero son cosas que pasan en el deporte.
- ¿Cuál fue la causa del crecimiento de la Selección?
- Guillermo Vecchio venía con un gran trabajo, y ya se venían viendo cosas interesantes con el equipo. También hubo una gran influencia de Julio Lamas, y todo terminó de explotar con lo que hizo Rubén Magnano. Aunque la primera muestra de que se dio en el Mundial U22 de Australia, que perdimos en las semifinales. Este torneo hizo que nos respetaran y, sobre todo, que nosotros nos unamos. Estuvimos abrazados un montón de tiempo. Todo eso creció con Indianápolis 2002, cuando perdimos la final con Yugoslavia. Ese día sufrí un montón porque no estaba en estadio, sino en Tucumán porque tuve un problema familiar... Después todo terminó de coronarse con el triunfo en Atenas.
- ¿Le sorprendió la aparición de la “Generación Dorada”?
- No. Nosotros sabíamos del potencial de los chicos porque lo veníamos reuniendo desde los 14 años, pero creo que ese torneo de Australia fue el que los terminó de unir. También habían ido a buscarlo a (Lucas) Victoriano y a (Fabricio) Oberto de la NBA. También apareció (Emanuel) “Manu” (Ginóbili). Entró como titular en el tercer partido de Australia y nunca más salió. Su aparición fue el espaldarazo más importante que tuvimos porque nos reconocían en todas partes. Había gente de otros continentes que viajaba a verlo. La medalla de oro marcó un antes y un después para todos, porque le ganamos dos veces a Estados Unidos. Creo que eso fue fundamental para levantar el básquet FIBA, porque parecía que estábamos a años luz de la NBA. Después de eso, firmamos varios acuerdos para que se trabaje en conjunto entre las dos entidades, y eso hizo que se nivelara el básquet del mundo. Hoy los mejores son europeos.
- ¿Fue al homenaje por los 20 años?
- No pude ir, pero la mayoría me llamó para recordar ese momento. Me llamaron “Manu” y Oberto. Sigo en contacto con varios.
- ¿Cómo hizo para llegar a la FIBA?
- Venía haciendo un gran trabajo en Sudamérica y FIBA América. Mi idea era que crezca nuestra competitividad y que las federaciones tengan más orden. Recorrí todos los países del continente para que mejoremos en todos aspectos. Eso hizo que me elijan como vicepresidente de la FIBA, en 2010. Así empecé con los cambios, como los nuevos sistemas de clasificación para los Juegos Olímpicos y los Mundiales. Pero eso implicaba que modifiquemos todos los estatutos. También debían amoldarse al One FIBA, que era un sistema que unía a todos los continentes. Todo eso derivó en que llegue a presidir la FIBA.
- ¿Cuál fue la clave para llegar a lo más alto?
- Nunca me imaginé presidir una entidad como la FIBA. Menos si se considera que el básquet es el segundo deporte más practicado en el mundo. Mi mente solo estaba en trabajar; y siempre fue así. No importaba si estaba en Tucumán BB o en la Confederación. Creo que lo logré porque siempre cumplí con lo que dije que iba a hacer. No hay otro secreto. También me siento orgulloso de haber sido nombrado presidente honorario en Sevilla. Eso es un reconocimiento que no lo tiene cualquiera.