Una mala situación económica puede tener un impacto real y directo en la vida de las personas. Y aunque hay un consenso más o menos generalizado sobre que el dinero no da la felicidad, la realidad es que la sociedad está orientada al consumo y eso genera unas exigencias que estresan a las personas en grados distintos. “El contexto en el que nos desarrollamos es exageradamente productivo, todo tiene un precio. Tanto tienes, tanto vales. Hemos depositado todo nuestro valor personal en la economía. Y ahí tenemos el resultado”, subraya Enric Soler, psicólogo relacional y profesor colaborador de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC).
El esquema consumista aguantó más o menos bien hasta aproximadamente la crisis de 2008, momento en el que perjudicó seriamente a la clase media. Pero esta tendencia viene de lejos: según datos del Pew Research Center, la clase media ha menguado 11 puntos en Estados Unidos en los últimos 50 años. Así, pasó de ser un clúster que aglutinaba al 61 % de los adultos en 1971 a aglutinar al 50 % en 2021. En paralelo, las clases con mayor porcentaje de ingresos crecieron un 7 %, hasta situarse en el 21 % de la población. El mismo fenómeno se extendió por el mundo.
“La clase media va desapareciendo. En la economía sí que hay dinero y se ha creado mucho dinero durante los años en los que hemos tenido tipos de interés muy bajos, pero está mal repartido. Cada año hay nuevos ricos, pero también hay muchos más nuevos pobres”, destaca Elisabet Ruiz-Dotras, profesora de los Estudios de Economía y Empresa de la casa de altos estudios catalana. “Pocos son los que suben a una clase más elevada”, añade, “porque tal y como está montado el sistema, se excluye a los más pobres. Si lo más básico está cada vez más caro y los salarios no suben al mismo nivel, lo único que se consigue es expulsar a estas personas. La mayoría no puede alcanzar este ritmo de vida”. Es lo que pasó en la Argentina, con una primera mitad del año en el que el poder adquisitivo de la sociedad sucumbió por efecto de la brusca actualización de los precios que llevó a que más de la mitad de la población se encuentre bajo la línea de pobreza.
Visión a largo plazo
Aunque no parece que el panorama vaya a solucionarse a corto plazo, la sociedad sí que puede evitar el estrés financiero haciendo equilibrios entre la obvia necesidad de ganar dinero para subsistir y la participación en un modelo de consumo llevado al extremo. “Hoy en día, todas las personas quieren tener de todo y hacer de todo: restaurantes, viajes, etc. Estamos ante un cambio hacia una sociedad mucho más consumista”, recuerda la profesora Ruiz-Dotras, también investigadora del grupo DigiBiz de la UOC. Y aunque esto no necesariamente quiere decir vivir en la austeridad, sí que implica utilizar el dinero con una visión a largo plazo. “Cuando hay planificación financiera, se ve la necesidad de ahorrar. Si no hay una planificación, se genera estrés, porque hay imprevistos, pasan cosas. Pero cuando tenemos una planificación financiera correcta, podemos prever la mayoría de los pagos y eso da una sensación de control que reduce mucho el estrés financiero”, asegura.
En este sentido, se hace imprescindible reorganizar los gastos para alinearlos con los ingresos que se tienen e intentar ajustar el estilo de vida a las expectativas reales. “Mientras sigamos instalados en la creencia irracional de que valemos por lo que tenemos, estaremos ante un problema de autoestima que, si no se aborda, acabará en una dependencia de la posesión de lo material. Y si esta dependencia no logra ser satisfecha, derivará en ansiedad por conseguir un objetivo inalcanzable e incluso en una depresión por el desmoronamiento de las expectativas imposibles de lograr. Todo ello por no haber cultivado mínimamente el valor personal”, relata Soler.
“Los estudios científicos demuestran que el materialismo tiende a tener una relación negativa con la felicidad. Las personas enfocadas en el materialismo suelen experimentar menor complacencia con la vida, más ansiedad y relaciones menos satisfactorias, aparte de que, evidentemente, muchas veces gastan mucho más de lo que se deberían permitir”, añade Ruiz-Dotras.
La planificación financiera puede ayudar a reducir e incluso evitar el estrés financiero. Será necesario hacer un análisis de los gastos del último año, buscar dónde se puede recortar y, después, intentar guardar ese excedente que hayamos conseguido retirar de los gastos habituales. “El ideal de ahorro sería del 20 % de los ingresos, pero es importante que, sea lo que sea, se intente ahorrar lo que se pueda cada mes y justo cuando se recibe la nómina”, matiza la profesora. La voracidad de los gastos fijos -como el de la vivienda, que destruye la capacidad de ahorro de las familias- y la falta de cultura financiera son riesgos reales. “El ahorro es visto como el excedente de dinero que nos queda después de haberlo pagado todo. Si lo que pretendemos es ahorrar lo que nos sobra, nunca nos va a quedar suficiente dinero”, concluye Dotras.