Por Martín Etchevers
Presidente de ADEPA
El mundo hoy nos invita a detenernos brevemente en el rol que cumplimos medios y periodistas en las democracias occidentales. En ADEPA siempre sostuvimos que el periodismo es necesario para nutrir el debate público con información verificada y opinión fundamentada. Para dotarlo de racionalidad a partir de hechos contrastados y de emisores que se hacen responsables de lo que dicen. Por eso entendemos que los medios profesionales, de toda escala, geografía y línea editorial, siguen siendo relevantes para el ejercicio cabal de nuestra ciudadanía.
Si miramos aquí cerca, nunca está de más recordar el rol que ha tenido la prensa en echar luz, investigar, explicar y jerarquizar algunos de los episodios más traumáticos que vivió la sociedad argentina. Corrupción extendida que derivó incluso en tragedias humanas prevenibles; deterioro educativo a niveles alarmantes; inflación primero escondida y luego descontrolada, que erosionó sin tregua el poder adquisitivo; dramas sociales aberrantes, desde la trata de personas hasta la venta de niños… Y la lista puede prolongarse en extenso, sin atenuantes y sin excusas.
Este rol se extiende a muchas de las cuestiones que configuran la radiografía de un declive que arrastra décadas: desde el ahogo a la inversión privada hasta el deterioro de la infraestructura y las falencias de un Estado que paulatinamente dejó de brindar servicios eficaces y eficientes, y que tampoco logró promover reglas de juego para el desarrollo de largo plazo. ¿No fueron muchas de estas realidades, reflejadas por el periodismo en toda su diversidad, las que llevaron a esa sociedad al hastío? ¿No fue esa acumulación de desilusiones individuales, familiares, comunitarias, pero que nunca dejaron de encontrar eco en el periodismo, las que configuraron sus decisiones colectivas?
Periodismo cuestionado
Hoy vivimos una suerte de narrativa global –alimentada entre otras razones por cierto chauvinismo tecnológico– que busca poner en entredicho el valor del periodismo y de los medios periodísticos. Algunos quieren instalar que quienes ganan elecciones en el mundo lo hacen a pesar de los medios. Y que esto mostraría la decadencia de estos frente a las redes sociales, donde aparecen nuevas voces y donde supuestamente todos pueden expresarse en igualdad de condiciones. Pero la historia es pródiga en mostrar que los medios y los procesos electorales tienen dinámicas propias.
Sin más, en nuestro país, a fines del siglo 20 y principios de este, en dos procesos políticos de signo diferente se escuchó decir que la elección se le había “ganado a los medios”, o que el triunfo político despejaba el camino frente a cualquier contrapeso.
La verdad es que se trata de dos planos diferentes y de dos elecciones diferentes: la sociedad elige a sus gobernantes por una multiplicidad de razones –como dijimos, personales e intransferibles– y en paralelo elige informarse con medios y periodistas con los que se identifica. Incluso los elige para que esos medios y periodistas puedan apoyar, señalar, cuestionar, controlar o simplemente aportar información propia sobre ese gobierno al que eligieron.
En definitiva, la política y el periodismo tienen roles diferentes pero esenciales en la democracia. Y cuando decimos diferentes no decimos antitéticos, sino complementarios. Es que, aun cuando desde buena parte del periodismo se coincida en los males que nos han aquejado, o que incluso se valoren algunos de los caminos que se transitan para abordarlos, ¿quiere decir eso que se deba militarlos como una religión o como un dogma? ¿Que eso impide analizarlos con autonomía, marcando aciertos pero también discrepancias? ¿Que eso obtura que se expresen otras voces, con miradas y enfoques diferentes? ¿Que no puedan abordarse situaciones, hechos o realidades que salgan de la agenda oficial, esa que aquí y en el mundo se instala legítimamente todos los días desde las oficinas gubernamentales? Claro que no.
Críticas bienvenidas, sin agravios
De acuerdo a su legítima cosmovisión editorial, el periodismo puede estar más o menos cerca de un rumbo económico o de una política de gobierno. Pero el periodismo no es el gobierno. Está para contar, para analizar, para transparentar, para aportar datos, para nutrir con hechos la conversación pública. También para representar, en su diversidad, las distintas voces, miradas y demandas de la sociedad. Es, está llamado a ser, un insumo, un aporte que pueda ayudar a auditar mejor la gestión pública e incluso a abrir espacios de mejora para la misma. También sobran los ejemplos.
Lejos está este papel de erigirnos en jueces o fiscales del resto de los actores sociales o dirigenciales. Lejos está de posibilitar que nos arroguemos infalibilidad o clarividencia. Como en cualquier otra profesión, tenemos aciertos y errores. Hay buenas y malas praxis. Conductas destacables y reprochables. Por eso reivindicamos el rol del periodismo en la democracia, pero no hacemos defensas corporativas. Por eso creemos que es sano para el debate público que se eviten las generalizaciones agraviantes y las acusaciones sin pruebas, sobre todo cuando vienen desde el poder.
Pero tampoco nos sentimos cómodos en un clima de hipersensibilidad o de victimización. No es bueno para el periodismo, como para ninguna otra profesión, tener que usar el tiempo en ocuparse de sí misma más que de su trabajo, que es reflejar y desentrañar una realidad tan compleja como la que vivimos en el mundo de hoy.
Seamos claros: así como cuestionamos y criticamos, medios y periodistas también podemos ser cuestionados y criticados. Lo que nos parece tóxico y puede ser intimidante –por ende, puede desestimular la libertad de expresión– es cuando la crítica se transforma en insulto, cuando el debate vibrante e intenso se convierte en un ataque ad-hominem o en un hostigamiento digital de milicias anónimas.
Más allá, y más acá, de las redes
En el mundo se repite hoy que frente a un previo supuesto monopolio de la prensa, las redes vinieron a democratizar la comunicación. Pero la gente siempre se movilizó más allá de la prensa. Cuando no había internet ni redes, las manifestaciones públicas, los reclamos sociales, las comunidades de intereses existían al margen de los medios masivos, que en todo caso debían dar cuenta de ellas. Y lo mismo sucedía con el voto, con las pasiones populares, con la religión, con el arte, con el deporte.
Por eso, lejos de verla como riesgo o amenaza, bienvenida sea la participación ciudadana en las redes y, por qué no, también la militancia en el ecosistema digital. Son más ventanas que se abren para el debate público, son más voces que aportan más datos, más puntos de vista, más creatividad y más ideas. Muchos de los nuevos socios de Adepa, muchos de los medios y periodistas hoy presentes aquí nacieron en el ecosistema digital, generaron o trabajan en canales de streaming, son una combinación híbrida de influencers, blogueros y periodistas profesionales.
Un debate profundo
A nadie le preocupan demasiado los rótulos, es quizás una deformación de nuestra generación. Encuentran en estos formatos otras formas de llegar a las audiencias, sobre todo a las nuevas generaciones. Y eso es una buena noticia, porque muestra que la información, la opinión y el periodismo siguen siendo relevantes para los ciudadanos, sean estos baby boomers, generación X, millennials o centennials.
Y así como creemos en eso, también creemos que un debate virtuoso es bueno que se asuma con nombre y apellido, haciéndonos responsables de lo que decimos –algo que los medios reivindicamos desde siempre– y no a partir del anonimato o de un perfil falso.
También creemos que es posible discutir con pasión, desafiando incluso supuestos consensos dominantes o dogmas que parecían intocables, sin caer en la violencia digital.
Y, sobre todo, creemos que el rol del periodismo –se ejerza en soportes analógicos, digitales o sociales– es necesario porque está llamado a trascender el diálogo sordo entre tribus, a evitar el monólogo, la agenda cerrada, la emisión unidireccional de mensajes sin preguntas incómodas ni temas vedados.
Por eso reivindicamos a los medios como estructuras en los que puedan convivir la voluntad y la pasión (que son tan legítimas y necesarias) con los estándares profesionales, con los criterios de validación y verificación, con la responsabilidad del editor, con los recursos para encarar una investigación y hacerse cargo de lo que se publica.
Razón de ser
Es cierto que medios y periodistas tenemos una amplificación que muchos ciudadanos no tienen. Pero la tenemos no como un privilegio de sector, aunque alguno pueda confundirse. La tenemos por delegación de las audiencias en el ejercicio de esa función constitucional de auditoría ciudadana. Alguno podrá decir que esa delegación ya no hace falta, que ahora la gente se expresa por las redes. Yo en cambio creo que el periodismo es tan necesario como siempre, o quizás más. No como una patente de corso para satisfacer pulsiones personales o intereses particulares. Sí porque tenemos nuestra razón de ser profesional en correr los velos de la opacidad, en llevar a la luz los temas de interés público, en favorecer un debate informado y argumentado.
La participación ciudadana en las redes potenciará ese debate, ampliará la auditoría sobre nuestro trabajo, sumará nuevos insumos. Pero no anula al periodismo, e incluso puede ayudarlo a ser mejor. Debemos demostrar que somos el antídoto contra la desinformación, la simplificación, el maniqueísmo y la violencia.
En Adepa creemos, como siempre y más que nunca, en el rol del periodismo en la democracia. Damos la bienvenida a los nuevos medios y en un punto nos entusiasma que nuestro trabajo siga generando tantas pasiones y fogocidades. Estamos convencidos de que ocupamos un lugar constructivo para el futuro de la Argentina.
*Palabras pronunciadas anoche, en la cena de fin de año de ADEPA.