Al mal tiempo: ¿se viene la Edad Media?
Umberto Eco recibe a la periodista Silvia Lemus, de quien recomiendo cada entrevista. Ella le hace en un momento la pregunta obligada: ¿cuál es el origen de El nombre de la rosa, su enorme novela sobre la risa, la vida medieval, el miedo y la razón? Uno piensa que es producto de su obra semiótica, de su tesis doctoral sobre Santo Tomás de Aquino. Nada de eso, o muy poco. La respuesta de Eco fue aproximadamente la siguiente: “Una editora amiga me pidió que colabore con cuentos de detectives en una compilación de intelectuales que no vengan de la literatura propiamente dicha: sociólogos, antropólogos, semiólogos, etc. Yo me negué con el siguiente argumento: si yo tengo que escribir un cuento de detectives, sería en la Edad Media, en un convento donde no pase nada hasta que llega un monje de otra orden, y el conflicto filosófico de los universales y de las obras de Aristóteles sería el nudo del asunto. Ah, y tendría 500 páginas.” Ese es El nombre de la rosa.
Eco ha estudiado y retratado la Edad Media de forma bellísima no sólo allí sino en cientos de textos. Solía decir que era imposible que tuviera un solo nombre: son mil años de historia y cultura, imposibles de subsumir en una etiqueta. Eco subraya cómo los patrones históricos tienden a repetirse porque las sociedades no siempre aprenden de sus errores. Para él, el pasado es una herramienta para interpretar las crisis del presente. En 1972 escribió un ensayo formidable: La nueva Edad Media.
Allí Eco plantea una idea que, al principio, puede parecer exagerada, pero termina haciéndonos reflexionar: la modernidad está atravesando un momento que se parece bastante al caos de la Edad Media. Según Eco, todo está cada vez más fragmentado; las grandes ideas que antes daban sentido —como la fe ciega en el progreso o en la razón— están perdiendo fuerza, y volvemos a cosas más pequeñas, más locales, más mágicas. Como si se tratara de buscar en los astros la solución a las tasas de interés, o en el tarot una respuesta para el precio del pan. Y, claro, el poder también se está personalizando cada vez más: en lugar de depender de grandes instituciones, se ve cómo grupos chicos y líderes locales manejan las cosas a su manera.
Para explicarlo, Eco usa una metáfora medieval muy interesante y clasifica a los actores sociales en grupos. Por un lado, están los nómadas, esas personas que van de un lado al otro buscando adaptarse a lo que sea, como quien cambia de trabajo o ciudad porque todo está patas para arriba. Después están las auctoritas, los que lideran comunidades pequeñas y generan normas o valores que los demás siguen, casi como si fueran gurúes espirituales o esos referentes que siempre tienen una “frase sabia” para todo. También se mencionan los clérigos, que son los intelectuales y académicos, siempre encerrados en sus propios mundos de libros y debates, con más influencia dentro de su pequeño círculo que en el mundo real.
Luego vienen los barones, esos que concentran el poder a nivel local, como esos líderes que deciden todo en su territorio, desde el destino del presupuesto hasta quién inaugura una plaza. Y, por último, están los monjes, que son quienes deciden refugiarse en sus propios espacios, preservando valores, conocimientos o formas de vida que, según creen, podrían ser útiles en un futuro que pinta más incierto que nunca. Algo así como esos grupos que se aíslan para crear comunidades sustentables o quienes, en su sótano, guardan una biblioteca de vinilos para “cuando todo colapse”.
Dejo a criterio de los lectores las similitudes con la vida tucumana y argentina. ¿qué necesitamos para construir una buena Edad Media? Eco decía que hace falta primero una gran paz que se degrada, un poder central que colapsa bajo su propia complejidad, y una fragmentación donde lo mágico y lo mesiánico ocupan el lugar que antes tenían la razón y las instituciones. En este panorama, el esoterismo deja de ser un detalle marginal para convertirse en una tabla de salvación colectiva, y los líderes mesiánicos, políticos o espirituales, se proponen como los únicos señaladores del futuro. Ya no se siguen verdades, sólo las firmas de quienes rubrican las opiniones más horribles. No creer de nuevo en que el elegido será quien saque la espada de la piedra.
¿Qué necesitamos para evitarla? Rescatar la Edad Media, estudiarla, aprenderla. Prestar atención y debatir sus alegrías, sus reyertas. Eco bien decía: “La historia enseña, pero no tiene alumnos”. Por eso se repite. Ahora, ¡ojo! Que por evitar la Edad Media no nos vayamos más atrás.
Una curiosidad central y quizás una buena enseñanza de Umberto Eco sobre la Edad Media es la siguiente: Eco señala que en estos días se busca la originalidad, la marca personal, dejar la huella que rompa con la tradición. Queremos mostrar que lo que decimos es absolutamente nuevo, jamás escuchado. El pensador medieval era todo lo contrario: a pesar de que estuviera haciendo una innovación, aparentaba decir sólo lo que sus antepasados dijeron. Siempre trataba de que la innovación pasara inadvertida. Es un buen lema abandonar la innovación por la innovación misma, el gesto fundador, y agacharse ante textos como los de Umberto Eco para tratar de insinuar algo a través suyo.