Por Hugo E. Grimaldi
Decía César Luis Menotti que el equipo que habitualmente gana es aquel que, durante la mayor parte de los 90 minutos, consigue imponerle su ritmo al partido, con especial apego a la posesión de la pelota. El fútbol, cúmulo de imponderables si los hay, a veces hace imposible la regularidad, por lo que los merecimientos hay que tomarlos con pinzas y aplicárselos a los momentos de cada cotejo, salvo en el detalle nada menor de mantener un determinado control del juego con toda la garra de equipo que se necesita, pero sin traicionar ciertos parámetros básicos de paciencia y precisión. El “Flaco” hablaba de convicciones, a la hora de sustentar su visión del fútbol.
Con todas las diferencias del caso, en política pasa algo parecido en materia de control de juego y la cuestión viene a cuento si se trata de medir el primer año de Javier Milei ya que, a la hora del balance, la primera conclusión que surge es que los principios del Presidente son los que han marcado el ritmo del partido y que, por eso, se ha llevado merecidamente el primer cuarto. Lo valorable también es que lo hizo dejando en claro siempre el carácter ideológico de una cruzada que, objetivamente, él tuvo que encarar con muchos remiendos, tal como un Congreso en minoría o su poca experiencia o la falta de valía o hasta la mediocridad de varios de sus colaboradores.
Más allá de las cuestiones puntuales que hacen a lo diferente del esquema fiscal elegido para sustentar la baja de la inflación y a la eventual recuperación económica que va y que viene, Milei le agregó al juego una mística especial surgida de su propensión al rugido, casi la marca registrada que lo llevó a la Casa Rosada. Por avasallante, esta historia lo pone a veces al borde de una tarjeta algo más que amarilla, sobre todo cuando sobreactúa o cuando amenaza tirar por la borda los valores republicanos del mismísimo liberalismo. Con todo, las encuestas le sonríen al Presidente en cuanto a la aprobación de su gestión y, por ahora, la tribuna aplaude el tiki-tiki, aunque él no debería olvidar que hasta Pep Guardiola tropieza y le caben las generalidades de la ley.
Las últimas semanas han mostrado a Milei en un viraje que, para la constancia que necesita el esquema derivado del fútbol no es aconsejable porque se pierde la esencia. Si bien para el político malabarista la esencia siempre es el cambio, hacerlo sobre la marcha complica. Jugar a prueba y error también entorpece y un gol en contra nunca es bueno.
El año electoral ya ha comenzado a condicionarlo todo y la aparición fulgurante de Cristina Kirchner quizás le ha nublado algunos conceptos básicos al Presidente. Ella se ha dado cuenta de que Milei acepta el minué porque le conviene tenerla como contracara, aunque eso tire por la borda a quienes lo han ayudado decisivamente a llegar (caso Mauricio Macri) y con toda su experiencia de bicho político se ha puesto en el centro del universo, pese a los golpes judiciales que viene sufriendo, ya que necesita seguir teniendo fueros. La defección libertaria en el caso de Ficha Limpia le pegó muy fuerte a LLA, tal como esta columna lo evaluó la semana pasada.
Tampoco le ha sentado muy bien a la imagen del Gobierno el caso del senador Edgardo Kueider, hasta ahora limpio ante la Justicia argentina por el traslado de dólares a Paraguay, donde no se pueden ingresar divisas sin declarar. Políticamente hablando, el ex peronista que vota con los libertarios es hoy parte del juego de la “Mancha venenosa”, ya que Cristina y Milei buscan sacárselo de encima a como dé lugar; la primera, para sumarle una banca más al bloque K y el Presidente (“es tuyo”) para que no se note que él pacta con quién sea, aunque traicione los principios menottistas de fidelidad al esquema. El devenir de la política no es ciento por ciento fútbol, se reitera.
Tal como Menotti hablaba de “la nuestra”, Milei tiene sus preferencias ideológicas que él cree que ahora deberán hacerse carne en la sociedad para sostener la tenencia de la pelota. Es lo que él define como la “batalla cultural” que si es imposición e intolerancia, tampoco tiene mucho de liberal. Lo que en otros tiempos se llamaba “lavado de cerebros”, Milei lo ha transformado en una bajada de línea explicativa para lograr una nueva mentalidad que sustente y ponga en el eje de la discusión los argumentos de un cambio profundo, mientras fusila las ideas del otro lado del espectro.
“Estamos ante una oportunidad histórica para empezar a cambiar el mundo”, dijo hace unos días de modo grandilocuente, ese aspecto, el Presidente lo cree imprescindible para concientizar lo que propone sobre otros varios ángulos de la realidad y no sólo en lo económico, sino también en lo histórico y en lo social, ya que apunta obsesivamente a desarmar cuestiones de la cultura “woke”, un movimiento al que se asocia habitualmente con el cambio climático y con cuestiones de género pero que va más allá, porque su esencia es que busca promover remedios para las desigualdades y la discriminación. La contienda está planteada “para que los zurdos no nos entren por ningún lado”, ha dicho.
A todo esto se le suman escenarios de disputa mucho más concretos, como las aulas de escuelas y universidades, los medios de comunicación y la propia cultura. La penetración ideológica no es nada más ni nada menos que lo que hizo el kirchnerismo durante tantos años, en algunos casos llevando el afán de anestesiar a la sociedad con consignas populistas o casi destruyendo la educación pública con la misión de empobrecer las ideas.
Malo sería ahora, si se sigue una cruzada que, aunque opuesta a la anterior, tenga el defecto de la imposición. Esa misma “batalla cultural” ha tenido ayer un capítulo bien picante en Montevideo, a la hora de empezar a transmitir hacia afuera lo que puertas para adentro el propio Presidente siente que ha ido viento en popa, tras un año de gobierno. Hubo fotos con Lula y sin Lula (que se bajó de la toma final con Milei ya como titular pro-tempore del bloque para equiparar el desaire que dice que le hizo el argentino al cierre del G-20 en Río) y dureza en el discurso sobre el rol del Mercosur con palabras como “escollo” o “prisión” aplicados al Tratado de Asunción, que data de 1991.
El discurso, muy alineado con el del presidente uruguayo Luis Lacalle Pou quien peleó en soledad el recauchutaje del Mercosur y hoy está de salida, es descriptivo de la situación y justo de toda justicia a la hora de criticar la primitiva cláusula del “o todos o ninguno” que impide acelerar individualmente. “Cláusula colectivista”, diría Milei, impuesta por el papá-Estado, algo que el Presidente ha dicho que desprecia de modo “infinito”. Si este adoquín no se remueve, por ejemplo la Argentina no podrá intentar sin romper un Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos de Donald Trump, salvo que, si subsiste el impedimiento mercosuriano, el devenir haga que arrastre a la negociación a los otros tres países.
En cuanto a la Unión Europea, efectivamente ayer concluyeron las “negociaciones” del pacto comercial con el Mercosur, tras un cuarto de siglo cortando clavos. El mismo involucra baja de aranceles y preferencias varias, pero al día de hoy no es nada más que un cierre de etapa y es por eso, que vale clarificar un poco. Pese a ciertos titulares triunfalistas de ambos lados (y otros de mucha decepción y promesas de rebelión, sobre todo en Francia, pero también en Polonia. Austria y Hungría), que nadie se haga los rulos sobre una catarata de comercio recíproco que podría darse de aquí en más porque, en verdad, lo que se cerró en Montevideo fue el proceso de toma y daca, pero faltan cuestiones de mucho peso para que el Acuerdo funcione, entre ellas la aprobación manifiesta de las 31 legislaturas de los países involucrados.
Si la verdad es efectivamente la realidad, podrá no gustar, pero la cosa es así: para que se materialice el convenio, aún faltan las rúbricas definitivas y la fecha de entrada en vigor. Úrsula Von der Leyden, la belga que está a cargo de la UE le dijo a los políticos de los países más remisos que era propicio avanzar aún si ellos. El caso de Francia la tuvo ajetreada durante las últimas dos semanas, mientras a Emmanuel Macron se le incendiaba el gobierno. Mal podía el presidente francés ponerse en contra del rotundo “no” de sus agricultores.
En general, las resistencias de los países más renuentes pasan por la competencia desleal que les podría sobrevenir a ellos, que han invertido y mucho en cumplir con las normas de calidad y seguridad alimentaria, si los productos agrícolas procedentes del Mercosur llegan a Europa a precios más bajos por esa discordancia y saturan sus mercados. Ellos ven el tema como una amenaza para la sustentabilidad de sus producciones, pero también para su modo de vida y por eso, consideran que, tal como está, lo que se decida no les garantiza una competencia justa.
También aducen que el Acuerdo podría tener consecuencias negativas para sus altos estándares de calidad (sobre todo en Austria), para el medio ambiente, para las denominaciones de origen si se las copian y para los consumidores en general. Así, se quejan, deberían competir en condiciones desventajosas y eso podría llevarlos a una disminución de sus ingresos primero y, en última instancia, a la desaparición de muchas explotaciones agrícolas que nutren a los pueblos circundantes.
El viejo truco del proteccionismo y la exacerbación dramática de las excusas, otro mito que internamente Milei se ha mostrado dispuesto a triturar en su primer año de gobierno, aunque la UIA patalee.