Trump “pre-gobierna” en EEUU, UE, OTAN, M.O. y…

Trump “pre-gobierna” en EEUU, UE, OTAN, M.O. y…

Donald Trump
02 Diciembre 2024

Carlos Duguech

Analista internacional

Nadie osará expresar, ahora mismo, que imaginó el triunfo avasallador de Trump. A menos que confiese haber leído por las madrugadas y en las pantallas del miércoles 5 de junio cómo rotaban velozmente los guarismos del republicano mientras, con mucha menor velocidad, lo hacían los de la demócrata Kamala Harris.

Así las cosas, Trump se tomó en serio eso de gobernar y empezó con el último voto suyo a empalmar su segundo período -virtual por ahora- Desde otro lugar, que no de la White House rodeada de jardines, en Washington.

Ningún asunto interno o mundial de los que preocupan está fuera del alcance de su vista. Claro que a partir de su ancho país bioceánico que tanto mira cada vez medio mundo, respectivamente, desde sus playas noratlánticas como desde las norpacíficas. Desde esa singular cosmovisión imagina Trump que puede expandir sus políticas, a diestra y siniestra. A la Europa de la OTAN y la del Este: Y al M.O. y al extenso mundo asiático.

Claro es que todas esas miradas se inscriben en una cosmovisión coloreada por la impronta a la vez previsible y a la vez –casi paradojal esta observación-imprevisible. No en vano muchos dictadores que han dejado huellas de toda especie en el planeta se muestran con esa doble faz. Se exhiben sin pudor político. Alternadamente, entre sucesos y a veces de modo concomitante durante todo el tiempo de su gestión.

El “menú” de Trump

Si retrotraemos la vista al inventario de las decisiones que marcaron la huella de la anterior gestión del presidente electo de los EEUU que asumirá el próximo 20 de enero, hallaremos puntos que hoy muestran cómo y cuánto impactaron en la política mundial sus acciones. Y, asimismo, sus omisiones. Muy suelto de cuerpo, su estilo a todo o nada, abatió esa construcción laboriosa que hicieron desde Ginebra (agosto de 1982) y pasando por Reikiavik (octubre 1986) para culminar en Washington con el Tratado INF (Por las siglas en inglés) de desarme nuclear de alcance intermedio en Europa (diciembre 1987 y ratificado por el Congreso de EE.UU. en mayo de 1988). Un verdadero logro de la política internacional en el rubro desarme nuclear que demandó algo más de cinco años entre EE.UU. y la URSS fue abatido por Trump, luego de 32 años de vigencia, el primero de febrero de 2019. Ya se señaló en otras columnas de esta serie: a las 24 horas Putin no se quedó atrás y desobligó complacido a Rusia al igual que lo hizo Trump por su país. Este hecho, además de significar una traición a las expectativas de la Humanidad por el desarme nuclear, revela la precariedad de los acuerdos entre potencias cuando éstas son conducidas por quienes esgrimen, únicamente, voluntades omnímodas. Esas que a todas luces son abiertamente contrarias al derecho internacional y a la raída esperanza de los pueblos.

El “Irán nuclear”

Los EEUU, junto con los otros cuatro integrantes del Consejo de Seguridad de la ONU, Francia, Rusia, China y Reino Unido con más la muy valiosa participación de Alemania (la de la Merkel) conformaron una singularísima ágora con la participación de la República Islámica de Irán. ¿Para qué tantas potencias reunidas, nada menos que con Irán, ese país teocrático? Pues, precisamente, para acordar que su gestión de la energía nuclear esté orientada exclusivamente al uso pacífico. Semejante logro histórico de las seis potencias con Irán fue abatido tras el irresponsable zarpazo de Trump. Indigna ver al Irán de hoy con sus veleidades de potencia bélica nuclear y a los países que conformaron el Plan de Acción Integral Conjunto (PAIC) suscripto en 2015 por Irán con los otros seis países desilusionados con el fracaso. Aunque por tan auspicioso y destacable acuerdo desmoronado durante el turno primero de Trump, se empeñan aún en la continuidad algunos países. por cierto teñida de precariedad. Ello nos hace darnos cuenta de la muy peligrosa actuación del ahora elegido presidente de EE.UU.

Todo o casi todo podrá imaginarse de la futura relación (o confrontación de liderazgos) entre Trump y Puti. Este se exhibe ahora con una gestión amenazante. Está ligada a la probable utilización de su arsenal nuclear en Ucrania. Y lo anuncia: por la decisión de Zelenski de disparar un misil de largo alcance estadunidense contra Rusia. Este es el Putin que habilitó Trump en dos ocasiones: cuando traicionó a los cuatro del CS y a Alemania. Y a Irán, reimponiéndole las sanciones económico-financieras luego de dar el portazo al singularísimo esquema nuclear, entre siete naciones, para el uso pacífico. En concreto: Trump le otorgó a Putin el plácet para que circule por los países del planeta donde pretenda ejercerlo con su arsenal nuclear. Síntesis del irresponsable acto de Trump de acabar con un laborioso y trascendente acuerdo nuclear de desarme entre las superpotencias, de hace cuatro décadas, y que tanto les costó a Reagan y a Gorbachov. En síntesis: el Putin nuclear de hoy es una creación macabra del Trump de ayer. Jamás hubiese podido desplegar su discurso nuclear y sus anuncios temerarios si no le hubiese soltado las manos el ex presidente Trump, en 2019, con su abrupta decisión de quebrar el acuerdo nuclear de 1987. La megalomanía del próximo presidente estadounidense puede llevarnos -sí, a todos- a un espacio que se va diseñando como posible. Tal como si le pidiéramos a la tan recurrida Inteligencia Artificial el dibujo político del apocalipsis. Y ahora, en este nuevo tiempo, a 50 días de asumir por segunda vez el timonel de la superpotencia en riesgo de perder algunas cuotas de liderazgo desde el encumbramiento de China, el propio Trump se rediseña. Y lo hace profundizando en los rasgos más notorios y problemáticos de su desbordante personalidad. Aparenta, con sus urgencias y sus anuncios y preparativos para asumir, que está frente a un tablero de ajedrez como si fuese Robert Fischer compitiendo con un novato. Todos lo serían para él, engolosinado por un poder que lo está ejerciendo con anticipación. Los 32 países de la OTAN participan de diverso modo (armas, municiones, equipos pesados, asistencia humanitaria y financiamiento) en apoyo de Ucrania y contra Rusia. Los principales EE.UU. y Reino Unido. Puede decirse, sin que sea un eufemismo: Rusia atacó con invasión militar a Ucrania que se defiende con lo suyo y con el aporte de todo tipo (excepto con fuerzas combatientes) de 32 naciones. Vendría a conformarse- lo dice Rusia y fue de los primeros conceptos de esta columna desde febrero de 2022, una manera de participar en la guerra “por procuración”. Difícil tarea para un Trump, “mago de la paz”, como si fuese esa su definición.

En el caldero

La megalomanía indisimulable de Trump lo lleva a proclamar soluciones mágicas y prontas sobre temas que están en el caldero, a vivo fuego. Apenas los guarismos electorales endulzaban sus oídos no perdió un minuto en adelantar que resolverá el grave asunto Israel-Hamas. Claro que pocos olvidan que durante su primer mandato produjo tres pronunciamientos concretos pro Israel, anti-palestinos y anti-iraní. Trasladó la embajada de EEUU a Jerusalén, un tema aún pendiente en ONU; reconoció la soberanía israelí en los Altos del Golán, de soberanía siria, ocupados militarmente en 1967 (Guerra de los seis días) y consintió los asentamientos judíos en la Cisjordania ocupada.

Síndrome

Lo que sigue es un atrevimiento, debo confesarlo. Pero vale para la definición final: luego de los dos atentados –el más grave, el de su oreja baleada (en el acto político del 13 de julio último) y el otro dos meses después (17 de septiembre) cabe suponer que Trump, casi naturalmente, sufre el síndrome de tanatofobia, enraizado en la eventualidad de nuevos atentados. Ésta puede ser la racional explicación de sus impaciencias a 50 días de asumir la segunda presidencia.

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