Una semana que nunca más volvería, regresó

Una semana que nunca más volvería, regresó

Lo ocurrido con la mercadería de Desarrollo Social hizo traer a la memoria otros episodios de oscuros manejos políticos. Los debates por la Ficha limpia. Preguntas que genera el caso de la jueza Carolina Ballesteros.

Una semana que nunca más volvería, regresó

Esta semana que nunca más volverá ha traído del pasado recuerdos que parecían guardados en la memoria de aquellos que todavía pueden hacer gala de ella.

Los borgeanos deben haberse regocijado viendo escenas ya vividas, en este presente. La idea de un tiempo circular que tanto se puede gozar en la literatura ha sido una verdadera tortura por estos días.

De repente, se encienden las luces de un estudio de televisión. Un legislador oficialista (Carlos Gallía en este caso, pero podría ser cualquier otro) defiende el presupuesto de la Provincia advirtiendo la necesidad de darle más fondos al área de ayuda social. Su discurso da cátedra de peronismo subrayando que los demás (los otros) no tienen nociones de lo que es caminar los territorios, encontrarse con el hambre y la pobreza -por lo general de responsabilidad ajena- y que ello implica desesperadamente tener fondos para atender esas necesidades que a pesar del paso del tiempo y de los gobiernos siempre son mayores.

Asuntos Sociales, Desarrollo Social son distintos nombres de ministerios y de secretarios que en los últimos 40 años han tenido que atender la pobreza.

Curiosamente, -consecuentemente, diría un libertario de hoy- muchos escándalos (eufemismo que disimula la corrupción) aparecen en esas áreas. ¿Por qué? Tal vez la explicación es porque es el área donde se destina muchísima plata, donde los controles se vuelven más laxos porque el corazón se ablanda y porque es muy difícil imaginar que haya gente capaz de lucrar con el dolor ajeno y con el hambre. Para estar más atentos los gobernantes debieron haber rebautizado estas estructuras denominándose Subdesarrollo social.

De repente la imagen de LGplay ya dio vuelta la página y no está Gallia, el legislador que presume de suministrar todos los números del presupuesto a los representantes (los legisladores) pero no a los representados (los periodistas, entre ellos).

La pantalla ahora muestra una casa donde hay mercadería del Estado para distribuir. En el domicilio vive aparentemente un mercader de la pobreza. La cámara apunta a los vecinos y estos dan su testimonio. Recuerdan que hace más de un lustro en ese lugar tienen alimentos que se partidizan en épocas electorales y politizan según las necesidades de los habitantes del lugar. Ilícitos a la luz del día que nadie ve desde hace años. Las personas que hablan se tapan. Quieren ser invisibles. Soñarían con que los paraguas se estirasen y fueran esas capas mágicas con las que los magos hacen creer en la invisibilidad de la materia. El miedo empieza a carcomer sus vísceras, la bronca les da algo de valor.

Ante la cámara de LA GACETA se animan a decir que este hombre juega con la pobreza y con las mercaderías como si fueran naipes de una tenida truquera. Saben el nombre y el apellido de legisladores que antes y después aparecían detrás de él. Pero el miedo no les permite decirlo. Seguramente en la Casa de Gobierno también tienen datos sobre quiénes son pero los códigos impedirán denunciarlos.

La orden del Gobernador es atrapar las tortugas. Los detenidos empiezan a aparecer y a medida que se conocen sus nombres empiezan a circular por las redes sociales sus fotos a la par de políticos nacionales o provinciales. Alberto Felipe López y Juan López Cansillieri son los primeros en terminar esposados. Los políticos de la oposición se convierten en el acto en “influencers” difundiendo sus caras al lado de cuanto dirigente peronista encuentran. Ya la investigación o la profundización de los temas han pasado al olvido. Rápido hay que “whatsappear”.

Del otro lado del televisor, recuerdan otras semanas, otros días que también se creyó que no iban a volver y sin embargo…

Algunos con bastón y casi sin pelo para peinar reviven los años de gestión bussista cuando el responsable del área de “subdesarrollo” cuando tenía que hacer contratos confundía empresas con albañiles y se le mezclaban los presupuestos.

Otro, mate de por medio, empieza a sentir el malestar en el estómago con sólo repasar que alguna vez la polenta terminó podrida en un galpón. Parecido a lo que muchos años después y con gobernadores diferentes cuando se encontró que la comida reservada para los necesitados estaba siendo custodiada por aves y por roedores.

También están los que no por jóvenes millennials y por distraídos usuarios de celulares no hayan tenido bien presente que hace poco se descubrió mercadería del Estado en la casa de un puntero político. En estas circunstancias servían para llenar bolsones que se convertían en premios (¿consuelo?) para aquellos que pusieran el voto en favor de quien estaba detrás de ese orfebre electoral (o mejor dicho artífice de la corrupción). Ante las cámaras y con el título de legislador o concejal bajo el brazo, estas artimañas suelen llamarse “picardías” de la política y a veces suben de categoría para llegar al rango de “folclore” de la política. Todo está justificado.

“Distinto tiempo un lugar nuevo/ En la misma situación/ No quiero opinar, otros lo hacen por mí/ Si el demonio está en mi diestra/ Cara a cara así es la fiesta/ Los devotos y enemigos que esperan de mí”, escribió en la segunda mitad del siglo pasado Nito Mestre. Las historias son las mismas, como si el tiempo se ensañara con volver.

Pasillo preguntón

Los pasillos de los Tribunales son “ese qué sé yo”. Por ellos deambularon ratas, chuñas, aves negras y seres humanos probos y de los otros. Sabiduría es lo que sobra. Malas mañas, también. Los temas son los de siempre, aunque están aderezados por los comicios en el Colegio de Abogados y por el comienzo del proceso de destitución de la jueza Carolina Ballesteros.

Por las escaleras circulan intereses, preocupaciones, dinero, mucho dinero, decepciones y alegrías. Amores y odios se cruzan y se saludan a veces -incluso- con respeto. La pregunta se escucha y se repite en más de un mostrador: ¿Y? ¿Qué va a pasar con Ballesteros? Los fulleros de siempre apuestan “doble contra sencillo” que su suerte ya está echada. Pero también aparecen los escépticos escondidos -o que pasan inadvertidos- en las escaleras circulares. Ellos están seguros de que no pasará nada. Que será todo igual como siempre. Hay quienes recuerdan cuando se destituyó a la jueza Alicia Freidemberg: “una administración la echa y otra la paga”. Esta fría síntesis desnuda la esterilidad de un sistema. Los acusadores de la comisión de Juicio Político de la Legislatura se abrogan la responsabilidad de la medida ejemplificadora para los demás. Tal vez sin animarse a asumir el valor histórico de sus decisiones. “Se abre un caso que llevará un tiempo y capaz que cuando vuelva a su despacho ya nadie se acordará de nada”, se anima a balbucear un joven magistrado casi desilusionado con un sistema que no piensa en la trascendencia sino en el golpe del presente.

Para la crónica y para los dimes y diretes quedan las dudas de si el problema de Ballesteros es su idoneidad o su incontinencia verbal que aturde a las altas esferas del poder y que llevaron a que el presidente de la Corte, Daniel Leiva, le llamara la atención por falta de decoro. En aquellos mismos estantes quedan los abogados que terminaron desilusionando a Ballesteros porque las estrategias planteadas no eran dar pelea sino llegar al día del veredicto final para empezar a recorrer otros estrados, en otros fueros más confiables y -¿menos políticos?- para que la historia vuelva a repetirse.

El bumerán

En estas épocas en que todo se vuelve estadística o se convierte en dato, una de las expresiones más utilizadas fue “ficha limpia”. Los que juegan con silogismos empezaron argumentar que la aceptación de ese adjetivo confirmaba que la ficha que tenemos en uso es sucia.

Los diputados se pelearon por sacar esta ley que dispone que aquellas personas con condenas judiciales no puedan ser candidatos a ocupar cargos públicos. La lógica indica que nunca deberían serlo. La desconfianza y la desvalorización de la Justicia sirven de justificativo para defender la “ficha sucia”. Pero también interpela a la sociedad que no tiene vergüenza ni temor ni preocupación de entrar a un cuarto oscuro para depositar toda su integridad en un delincuente. En esta semana nada de eso se discutió. No fueron los valores sino las especulaciones políticas las que se pusieron sobre la mesa. Es que La Libertad Avanza retrocedió al no dar quórum para tratar la ficha limpia. El trío dialoguista apalabrado por Jaldei se quedó sin palabras y ni apareció por el recinto. Y el diputado Gerardo Huesen se indigestó. ¿Le habrá caído mal la vergüenza de quedar del lado de lo sucio? Lo cierto es que pasó a la posteridad por ser un sin vergüenza al exponer ese justificativo para no estar en el recinto.

En este año de gestión la principal figura política de la provincia ha trabajado con paciencia de orfebre para construir poder y fortalecer su puño. La semana lo sacudió con algunos cachetazos pero se metió en su despacho se sacó el saco de Jaldei se puso el de Jaldo y defendió con uñas y dientes a su ministro de Desarrollo Social, Federico Masso, a pesar de que se le había escapado la tortuga. En el acto se cambió el saco y se puso el de Jaldei para firmar la eliminación de los intermediarios en las cuestiones del manejo de mercaderías del Estado y para evitar el escarnio de su trío diputado se arropó con el saco de Jaldei y mandó el proyecto de Ficha limpia a la legislatura tucumana. Lo hizo antes que el mismísimo Milei.

Pero puede ser un bumerán. Es que esta semana que no volverá más trajo del pasado aquellas sesiones en la que el radicalismo encabezado por el legislador José María Canelada intentaba limpiar las fichas con un proyecto que el mismísimo jaldismo legislativo prefirió diluir. “Suéltame pasado”, recitaría entonadamente alguno de Les Luthiers.

El miedo ciudadano, el interés personal que excede la acción jurídica, los mercaderes del subdesarrollo social y la suciedad de las candidaturas volvieron esta semana o no se fueron jamás.

“Yo suelo regresar eternamente al eterno regreso”... comienza diciendo Jorge Luis Borges en “El tiempo circular” de su libro “La Historia de la eternidad”.

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