El dolor de Gisèle Pelicot, en la voz de 10 tucumanas

El dolor de Gisèle Pelicot, en la voz de 10 tucumanas

El drama de la francesa, drogada por su esposo para ser violada durante una década por más de 50 personas, es una enseñanza que tiene ramificaciones en la provincia.

UNA DENUNCIA QUE CAMBIA TODO. El valor de Gisèle Pelicot al relatar lo que sufrió por una década genera repercusiones en todo el mundo. UNA DENUNCIA QUE CAMBIA TODO. El valor de Gisèle Pelicot al relatar lo que sufrió por una década genera repercusiones en todo el mundo.

En la mitología griega, cuando Pandora abrió su caja, todos los males del mundo salieron de ella; no obstante en la era actual fue un clic el que dejó al descubierto miles de horrores y una sola víctima: Gisèle Pelicot. En Francia y por el lapso de 10 años, su marido Dominique Pelicot la drogó y sometió a múltiples abusos sexuales junto a unos 80 hombres, de los cuales sólo se identificaron 54 en el proceso penal en marcha.

El jubilado fue detenido en septiembre de 2022 en un supermercado, no por agredir a la mujer con la que llevaba casi medio siglo casado, sino por filmar a otra por debajo de su falda. No fue la única vez que lo atrapaban en este acto, pero sí la primera que se presentaron cargos.

“ABUSOS”. Con mayúscula y sin eufemismos. Así se llamaba el archivo que en la computadora de Dominique guardaba las imágenes de las 285 violaciones a las que fue sometida Gisèle mientras estaba anestesiada por ansiolíticos. Sus victimarios tenían entre 26 y 74 años. Hombres comunes, de todas las razas y profesiones. Sin antecedentes.

El golpe para la víctima fue devastador pero no la puso de rodillas. “La vergüenza tiene que cambiar de bando”, expresó Gisèle ante las cámaras, en el inicio de uno de los juicios más escabrosos que ha vivido Francia.

También con su rostro, 10 tucumanas de distintas edades, profesiones y experiencias se expresaron sobre la valentía de esta francesa que camina con la mirada en alto en búsqueda de justicia por su calvario, y anima a hablar a otras víctimas de delitos sexuales.

Rosana Herrera de Forgas (67 años, jubilada): “siento que este caso va a marcar una bisagra entre las mujeres de mi generación. Que una persona de 72 años se anime a llevar este proceso judicial adelante para la mayoría de nosotras es un desafío enorme. Estamos recién aprendiendo a desestructurarnos; es una oportunidad para poder echar por tierra todo lo que habíamos aprendido y empezar a caminar un camino completamente diferente a partir de ahí. No creo que no existan otras Gisèle en el mundo, pero se me ocurre que el coraje y la valentía de esta francesa lo único que hará es despertar conciencia, contagiar ímpetu. Y aunque quizás sea una expresión de anhelo, nadie puede permanecer impávido frente a semejante hecho de violencia. La lucha para combatir la violencia intrafamiliar tiene que ser sostenida y no se puede interrumpir”.

Sofía Aparicio (19 años, estudiante): “vi el caso a través de Tik Tok y me impactó cómo Gisèle confió ciegamente en este hombre con el que estaba casada y pudo ser capaz de abusarla e invitar a otros para que hagan lo mismo. Si hay algo que rescatar, es lo valiente de la actitud de la mujer al aceptar exponerlo a todo el mundo para que se sepa de que la víctima no tiene ninguna culpa, ni debe avergonzarse. Ella dijo que quería ser un ejemplo para otras y eso me genera mucho respuesta. Este caso ya tuvo un impacto porque vemos las injusticias y ya no las queremos dejar pasar. De hecho, creo en los últimos años son cada vez más las víctimas que se animan a denunciar para que estas personas no queden impunes. Para seguir este proceso, también es muy importante que los jóvenes hablemos con las personas mayores desde la empatía, para apoyar a todas los que hayan vivido una situación de violencia”.

Carolina López Flores (42 años abogada y profesora): “Este caso refleja la existencia de la violencia sexual en el contexto del matrimonio y las relaciones de pareja, más allá del tiempo que lleven juntos o de los sólidos que parezcan los vínculos familiares. Las mujeres podemos ser víctimas de violencias en cualquier espacio. Se ha probado aquí la trama y las redes que consumen material de mujeres violentadas  y que incluso muestra cómo los 50 varones identificados, como mínimo, participaban impunemente en los actos de violación y continuaban su vida como si nada hubiera sucedido. Y aquí también cabe una pregunta ¿Qué hacemos como vecinos o vecinas, como amigos o amigas, como familiar frente a un posible caso de violencia sexual? Nos debemos como sociedad un debate profundo sobre la difusión y el consumo de violencia sexual, un fenómeno normalizado por los grupos de WhatsApp y las redes sociales y que poco se cuestiona”.

Verónica Barbero (60 años, escritora): “Nuestros cuerpos, nuestros actos son parte de la cultura, no son hechos aislados. El caso Pelicot lleva al extremo la violencia, la dominación sobre el cuerpo de la mujer. Es paradigmático de la violencia sexual en la pareja, con el permiso del marido, más de 50 personas abusan de ella. El estado de inconsciencia de la víctima es organizado por quien dice quererla: para él querer es poseer, ultrajar. El juicio oral y público y la pruebas irrefutables marcan un antes y un después; la vergüenza no es de la víctima, en esto resalto la valentía de Gisèle, ahora la vergüenza es de los perpetradores. Hombres comunes, demasiados para no pensar en que son la muestra de algo que anida en la estructura social. Creo que hoy la responsabilidad del cambio está en los colectivos masculinos, les hace falta autocrítica sobre formas de ser y pensar que refuerzan los ciclos de violencia. El diálogo debería ser entre hombres; en lugar de sostener pactos de silencio, deberían cuestionarse acerca de lo masculino y su relación con el poder que lleva a esa necesidad de dominación”.

Milagros Argañaraz (36 años, psicóloga): “Las violaciones no necesariamente suceden como en el imaginario social dentro de un callejón oscuro a altas horas de la noche. El caso de Gisèle rompe con este pensamiento y nos hace también repensar algunos mitos, como por ejemplo: ‘el amor todo lo puede’. Esta afirmación encubre e invisibiliza violencias, ya que muchas veces lleva a la imposibilidad de decidir voluntariamente sobre ciertas acciones. También nos revela la importancia de hablar ya que abre a la posibilidad de que otras personas que estén atravesando situaciones similares también se animen a desnaturalizar estos temas para que cada vez sean menos tolerado. Mientras más se aborden estas problemáticas, más posibilidades hay de que se transformen las relaciones interpersonales entre los géneros y no se sostenga esta cuestión del poder en hombres que se sienten con el control sobre los cuerpos de sus parejas”.

Candelaria Rojas Paz (47 años, licenciada en Artes): “El caso de Gisèle es un ejemplo para todas las mujeres del mundo, sobre todo de generaciones anteriores que por cuestiones socioculturales callaron y naturalizaron cuestiones de violencia pequeñas o tremendas como estas. Como docente, desde hace 20 años y en diferentes ámbitos, pude conocer casos de familias donde los niños expresaban a través del dibujo, por ejemplo, situaciones particulares. Por eso es fundamental el trabajo en los espacios educativos, porque muchas veces estos casos mediáticos no llegan a ciertos sectores de la sociedad, pero sí a quienes tenemos acceso a la educación y un análisis profundo sobre la violencia. Debemos propiciar lugares donde puedan hablar quienes han pasado por estas situaciones intrafamiliares, pues los cambios se producen en comunidad, atendiendo los casos particulares y ayudando a perder el miedo más allá del tiempo que haya pasado”.

María Gabriela Córdoba (45 años, Doctora en Humanidades): “La historia de Gisèle nos obliga a cuestionar y a redefinir las concepciones tradicionales de género y las dinámicas de poder en los vínculos. Es esencial promover una cultura que valore la igualdad, el respeto y la autonomía de cada individuo, independientemente de su género. Además, resalta la necesidad de educar sobre el consentimiento y la importancia de reconocer y denunciar cualquier forma de violencia o abuso. Hay que decir basta a la complicidad de la gente que ve estas atrocidades pero ‘no se quiere meter’. Las instituciones y la sociedad en general deben fortalecer los mecanismos de protección y apoyo a las víctimas, asegurando que la justicia sea efectiva y que la vergüenza y la culpa recaigan en los agresores, no en las víctimas. Finalmente, este caso subraya la urgencia de consolidar cambios que reconozca a las mujeres como sujetos y no seamos cosificadas. Es indispensable fomentar una cultura de equidad y respeto en todos los ámbitos de la vida”.

Gabriela Lupiáñez (50 años, historiadora): “Me parece muy valiente la decisión de Gisèle de hacerse visible, de poner el pecho, de dar la cara y poner un rostro humano a las monstruosidades que sufrió. No obstante, mi mirada respecto de cómo impactará en nuestra sociedad es bastante escéptica porque pienso en María Cash, en Marita Verón, en Paola Tacacho y en las denuncias que se hicieron desde la Licenciatura de Enfermería, pero que no sabemos en qué situación quedan. La sociedad tucumana parece tener una capacidad de tolerancia alta y a veces hasta indiferente al respecto de estas agresiones que son un atropello contra la integridad física o la intimidad femenina, porque la mayoría de las víctimas son mujeres”.

Carolina Schagordaski (46 años, abogada): “Desde que salió a la luz el caso Pelicot ha mostrado cada vez aristas más aberrantes con cada detalle que se ha develado de la situación de Gisèle y del calvario que atraviesa promovido y producido, no solamente por 50 extraños sino encabezado y orquestado por su propio marido. Esto nos muestra cómo las mujeres logramos avances en la vida pública, política, en la normativa que nos protege y sin embargo, aparecen estas realidades que nos revelan la necesidad de no dejar de levantar la voz. No podemos dar por sentado que determinados valores se instalan de manera definitiva en lo que respecta al respeto por las mujeres y a la igualdad de derechos porque las violencias se producen y reproducen alrededor del mundo. Muchas veces con la misma virulencia de hace años. En estos tiempos donde se cuestiona las luchas feministas y se insiste en que la igualdad existe y que los reclamos que se hacen no tienen anclaje con la realidad, lo que sucedió muestra que aún hay batallas por dar “

Agustina Rivero (26 años, politóloga): “El caso de Gisèle es tal vez es uno de los más brutales que como sociedad hemos escuchado. Por un lado nos mostró un tema del que poco se habla que es la violación bajo efectos de ciertos psicofármacos y por otro es sumamente aberrante la cantidad de hombres que fueron agresores. Aquí vuelve al centro del debate el consentimiento. Parece que siempre volvemos al punto de tratar de definir cuándo está dado ese permiso como si fuese algo complicado, cuando en realidad no lo es. Siempre debe ser claro, expreso y voluntario. Cabe destacar que como avance, a partir de este caso en Francia se está discutiendo de agregar la palabra consentimiento a la ley, ejemplo que espero que sea imitado, para definir específicamente un acto de violación”.

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