Por José María Posse
Abogado, escritor, historiador.
El primero de diciembre de 1974 (en plena época democrática), un comando terrorista pro marxista asesinó de la manera más vil y cobarde imaginable al capitán Humberto Viola y a su hijita de 3 años Cristina, hiriendo de gravedad a su otra niña, Fernanda. Su viuda, Maby Picón, falleció hace tres años demandando por una justicia que nunca le llegó.
Mentir la historia
Fray Aníbal Fosbery nos enseñó que la nuestra, es una cultura criolla; ni aborigen ni europea pura. A pesar de los avatares sociales y políticos de los últimos 200 años, esa cultura continúa presente en las expresiones profanas y religiosas. Es que es allí donde viven los valores fundacionales de la Patria. Puede hablarse entonces de una “cultura fundacional”, que por cierto es esencialmente católica. Es de allí donde abrevaron justamente los padres fundadores de la patria, los preceptos morales, éticos y filosóficos que fueron los fundamentos y esencia de la conformación misma de nuestro “ser nacional.” Todo ello entra en colisión, cuando se pretende forzar otra visión histórica, nutriéndola de corrientes exógenas, vaciadas de contenido cristiano y de valores filosóficos y morales esenciales. Ello es patente cuando se “miente la historia” y se desacralizan los héroes que fueron los titanes que levantaron las banderas, alrededor de las cuales se fue conformando una sociedad organizada, justamente sobre “esas bases fundamentales”.
Jordan Bruno Genta nos advertía: “La Patria, es la historia de la Patria, si nos quitan su historia, nos quitan la Patria.” En los años setenta, existieron movimientos filocomunistas que atacaron justamente el nervio motriz de la nacionalidad, pretendiendo socavar los pilares mismos que sostenían los preceptos primigenios de nuestra argentinidad. Apelaron a la lucha armada para imponer su ideología, por la fuerza de las armas, no de la razón y tiñeron de sangre un extenso período de nuestra historia.
El relato
Durante el Kirchnerismo, los ideólogos de aquella locura setentista volvieron a la carga, encaramados desde el poder del Estado. Desde allí utilizaron la típica estrategia gramsiana: crearon un “Relato Histórico”, plagado de mentiras e interpretaciones antojadizas. Para ellos, nuestras bases fundacionales respondían a “Patriarcados, cipayismos y arcaísmos católicos…” Metieron el puñal en la educación pública; sacaron a Dios de las escuelas, abonaron la creación de símbolos ajenos al verdadero sentir nacional, caso de la Wilpala; cuando no existe bandera más inclusiva que la Nacional, que lleva ni más ni menos que al Inti, el sol como la máxima deidad indígena, en su centro. Desacralizaron a nuestros héroes, a veces ridiculizándolos (verbigracia desde el programa televisivo infantil Paka Paka), o abonando mentiras evidentes. Por ejemplo Sarmiento pasó a ser un monstruo que se devoraba a los gauchos y no el gran civilizador y mayor educador de América. El gran estadista, dos veces presidente Julio Argentino Roca, pasó a la lista de los “genocidas” más buscados. Tan sólo Roca, el verdadero constructor del estado Argentino moderno. Eso sí, Ernesto “Che” Guevara era el modelo a seguir, incluso se colocó su retrato en la Casa Rosada, olvidando adrede que fue su prédica pérfida, la que envenenó a una generación de argentinos; quienes eligieron la razón de las armas, no de las ideas, como la forma más rápida para alcanzar su objetivo “revolucionario”. Teniendo en cuenta también que el “historiador insignia” del Kirchnerismo, Felipe Pigna, es un gran admirador de Mario Firmenich, ideólogo y ejecutor de la violencia de aquellos años.
El caso tucumano
La Provincia de Tucumán, desde finales de la década del 60, y durante buena parte de la del 70, fue “escenario de guerra”. Por más que los “tecnicismos jurídicos” digan otra cosa, el estado de beligerancia fue continuo; una guerra en baja escala, pero guerra al fin. Cada noche, atentados con bombas de alto poder destructivo se sentían estallar, volando los frentes de las casas de objetivos civiles y militares. Atentados terroristas a diario, bombas caza bobos en las plazas, que volaban calesitas o las manitas de criaturas que las levantaban, con formas de lapiceras o estuches con moños de regalo. La idea era someternos desde el terror. Nuestra provincia era el objetivo central de las catervas subversivas y sus brazos armados, como el ERP. Se pretendía sembrar nuestros cerros, de grupos entrenados en Cuba que paulatinamente se irían apoderando de territorios, declarándolos independientes del estado argentino. Todo ello claro, por la fuerza de las armas, nunca mediante los resortes de la democracia. Así fue, como comenzaron a desfilar en los pueblos, grupos armados, arriando la enseña nacional e izando la bandera roja revolucionaria. Lo hicieron impunemente en Acheral, en Santa Lucía y en Famaillá. Asesinaban a las personas que se negaban a colaborar en sus reabastecimientos, caso del cantinero Héctor Saraspe en Famaillá, a quien acusaban de “colaborador de la policía”. Querían reeditar en nuestra provincia, lo que Fidel Castro y el Che Guevara habían realizado en La Sierra Maestra. Y Tucumán, por su geografía y por los cultivos de caña de azúcar, era el escenario ideal. Además, el cierre de varias fábricas azucareras, habían creado condiciones de pobreza, que podrían aprovecharse en “beneficio de la causa”, creando simpatías. Guevara hablaba de sembrar “varios Vietnam” en Latinoamérica; la selva tucumana fue el escenario elegido. El plan tenía como objetivo final, declarar a la provincia como zona liberada y crear en ella un estado independiente, el que sería reconocido de inmediato por Cuba, Ecuador y Perú, en manos de partidarios del comunismo. Lo expresado esta debidamente documentado.
El terror
Dentro de las organizaciones terroristas existían diversos grupos con responsabilidades diferentes, pero todos en definitiva, tenían un grado directo de compromiso. Desde los pueblos y ciudades, se reclutaban partidarios, que tenían a su cargo proveer de armas, municiones y alimentos a los combatientes del monte. Para ello, cometían robos a mano armada, asesinaban policías y militares para apoderarse de sus armas. Una de las formas que tenían para reclutar, era justamente, que el aspirante debía asesinar a un uniformado y presentarse con el arma reglamentaria ante sus “comandantes”. Así era admitido como “combatiente probado”. No fueron militantes de partidos políticos, que buscaban por medio de las urnas hacer prevalecer sus ideas; muy por el contrario, intentaron, por medio de la insurrección armada, atentar contra las instituciones de la democracia. Asesinaron jueces que los habían juzgado (gracias al indulto de Cámpora), diputados, militares, policías, industriales, comerciantes, pensadores católicos (casos: Sacheri y Genta), amas de casa, niños pequeños, entre tantas aberraciones; realizaron 10.097 atentados, causando más de 3000 muertos y miles de heridos y mutilados. No dudaron en secuestrar con fines extorsivos, en organizar cárceles del pueblo, donde torturaron y vejaron a sus víctimas; lejos estuvieron de ser pacíficos “jóvenes idealistas”, fueron asesinos despiadados, que atentaron contra la República y no escatimaron en medios violentos para llegar a la consecución de sus infames fines.
El caso Viola
El cruel asesinato del capitán Humberto Viola y de su hijita María Cristina, de tan solo 3 años, fue perpetrado por asesinos inmisericordes, quienes también balearon en la cabeza a su otra niña, Fernanda; su mujer embarazada, Maby Picón, se salvó ya que el heroico militar salió del vehículo emboscado y aún malherido, presintiendo la muerte cercana, en un acto de extrema valentía abrió la puerta del auto y distrajo la línea de fuego hacia su persona. Sacó su arma reglamentaria en defensa de los suyos, pero fue cobardemente herido por la espalda, para ser luego rematado en el piso, entre risas y sarcasmos. En su furia asesina, aquellos cobardes no hicieron diferencia entre el hombre que era su objetivo final, las niñas y esa joven madre con signo evidente de un avanzado embarazo, quienes para esos “criminales ideologizados”, resultaban “daños colaterales” sin mayor entidad, tal como ellos mismos reconocieron posteriormente. Era un tórrido 1 de diciembre de 1974, que cambió para siempre la historia del país. La extrema crueldad con la que aquellos criminales acribillaron a una familia indefensa, fue tapa de todos los diarios nacionales y también se reprodujeron en medios internacionales. El crimen estremeció a toda la sociedad argentina, al punto que para muchos funcionó como el disparador del tan mentado “Operativo Independencia” decretado meses después por el Gobierno constitucional de la presidenta peronista María Estela Martínez. Luego de ello, durante 1975 se sucedieron las celadas donde fallecieron en el monte tucumano el capitán Cáceres, el teniente Berdina, el soldado Maldonado, el sargento Moya, entre tantos bravos “soldados de la democracia”. Por entonces la Presidenta de los argentinos declaró la guerra a la “subversión apátrida” y ordenó al Ejército el “aniquilamiento” de los focos violentos en todo el país. Y así fue como los demonios de la guerra (“guerra revolucionaria”, reivindicada como tal por el impío líder montonero Firmenich), fueron desatados cual perros rabiosos, en tiempos de criminalidad extrema, donde se sobrepasaron todos los límites imaginables. Desapariciones forzadas, torturas, apropiamiento de menores; asesinatos a mansalva; toda la maldad imaginada cubrió de sangre la otrora pacífica argentina. Tiempos infames donde, al decir de Borges “se infamó la infamia”.
Maby Picón
La viuda del capitán Viola nunca avaló la violencia, ni de uno ni de otro bando. “A mis muertos quiero que los recuerden con respeto; el hecho de volar un auto con gente adentro ha sido un irrespeto”, afirmó en su momento, al condenar y calificar como “un espanto” las represalias que se tomaron contra militantes del ERP luego de la muerte de su esposo. “La represalia de que hagan volar un auto me ha parecido un horror espantoso si con eso han querido hacer un homenaje”, sentenció.
Es que Maby nunca avaló las violaciones a los derechos humanos cometidas por algunos subordinados durante el gobierno militar; al contrario, ella siempre apoyó la causa por la “búsqueda de la verdad” de lo que ocurrió en los 70. Fue una mujer que bregó por cerrar las heridas, no por mantenerlas abiertas; pero ella entendía que para eso era necesario que “la Justicia también caiga para el otro lado”. Fue un verdadero “apóstol de la paz”, y de la no violencia. Fue una luchadora que transitó su vida con una enorme tristeza, pero a la vez con una gran fortaleza para sobrellevar tanto dolor. Ella vio cómo acribillaban a sus seres más queridos, sin embargo nunca fue profeta del odio, sino del perdón”. Decía que “los jóvenes deben saber la verdad sobre los 70, y que con la violencia solo se genera más dolor, y las heridas nunca se cierran”. Su lucha principal fue que el Estado Argentino reconociera estos crímenes brutales, como “Delitos de Lesa Humanidad”, con lo cual se harían imprescriptibles y se abriría el camino al juzgamiento de toda la línea de responsabilidad en estos y otros casos aberrantes contra civiles inocentes y fuerzas de seguridad cometidos por la guerrilla armada durante las décadas de 1960 y 1970.
Monstruo grande
Nuestra Mercedes Sosa (quien tenía ideas de izquierda pero jamás avaló los métodos criminales), entonaba: “Solo le pido a Dios, que la guerra no me sea indiferente, es un monstruo grande y pisa fuerte, toda la sana inocencia de la gente”. En cierta ocasión tuve la oportunidad de entrevistar a un oficial veterano, combatiente de los montes tucumanos y le pregunté si que opinaba él acerca de las torturas, como método de obtener información del enemigo. Recuerdo que me miró fijamente, con infinita tristeza y me dijo: “ustedes los civiles no entienden que en la guerra se anula el código penal…además un soldado hace exactamente lo que se le ordena”. Fue en ese preciso momento en el que comprendí la profundidad del horror de aquellos años; ese oficial, ya fallecido, era un católico devoto, quien por un lado estaba orgulloso de haber servido a su patria; pero había una insondable oscuridad en él, algo que lo martirizaba; producto seguramente de los espantos que fue testigo o quizás protagonista. El hombre que va a la guerra, nunca vuelve de ella, porque si no es abatido por el enemigo, las heridas del alma, nunca cicatrizan. En los setenta, el pavor desatado, aniquiló la inocencia de toda una generación; por eso se hace imperioso que las nuevas generaciones comprendan que la violencia jamás debe ser el modo para la consecución de un fin político. La violencia solo engendra más violencia, ya que toda acción provoca una inmediata reacción inversamente proporcional en fuerza y dirección. Ese día comprendí por qué Maby Picón había perdonado; es que ella, testigo atónito de la aniquilación de su familia, había visto de frente los sibilinos y feroces ojos del monstruo, y entendía como pocos la profundidad del odio de los que profesan el camino del terrorismo, como método y religión; son personas con almas enfermas, sin cura ni remedios paliativos. Anulan su humanidad y todo sentido de misericordia.
Inequidad
Entendemos que la gran inequidad que ocurrió en nuestro país fue, que por un lado se juzgaron a los militares acusados de violaciones a los derechos humanos; muchos de ellos fallecidos en prisión sin sentencia firme, pero jamás se hizo lo mismo con los líderes subversivos, quienes cometieron todo tipo de violaciones a los derechos humanos, ya que sus víctimas también los tenían. Todas ellas, sin distinción murieron durante un gobierno democrático, bajo las balas traicioneras de agrupaciones sangrientas, que quisieron imponer por la fuerza, lo que por las ideas no supieron convencer, de manera pacífica y democrática.
Reparación
Según el Estatuto internacional de Roma (al cual adhirió nuestro país), “puede considerarse crimen de lesa humanidad (o contra la humanidad) cualquiera de las atrocidades y delitos de carácter inhumano, que forman parte de un ataque generalizado o sistemático contra una población civil, cometido para aplicar las políticas de un Estado o una “organización”. Tras un largo derrotero judicial que llevó al expediente del asesinato de Viola y su pequeña al olvido, en 2016 la viuda de l capitán Viola realizó una presentación ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), buscando que el asesinato de su esposo y su hija sean considerados delitos de “lesa humanidad” y se reabra la investigación.
Lo inaudito
Con el paso de los años, los asesinos de los Viola se convirtieron en “querellantes” en el juicio a los militares por el “Operativo Independencia” en la provincia de Tucumán. Incluso, algunos fueron indemnizados por el Estado Argentino. Carrizo (liquidación 4509) con $12.506.637 (monto actualizado Nov. 2020); Emperador (liquidación 3724) con $12.640.603 (monto actualizado Nov. 2020); Emperador el 9 de diciembre de 2015 pide una actualización y (por liquidación 16576) recibe otros $ 4.420.352; Núñez (liquidación 2686) con $13.191.339 (monto actualizado Nov. 2020) y Paz (liquidación 6256) con $11.863.513 (monto actualizado a Nov. 2020). Para que a todos nos quede claro: los asesinos fueron “indemnizados” con dineros públicos por el tiempo que pasaron en prisión. La señora de Viola nunca solicitó una reparación económica, pero si bregó por una justicia reparadora que lleve a juicio a toda la cúpula de Montoneros y el ERP, para ser juzgados conforme a derecho.
Ella entendía que sólo así, se cerrarían finalmente las heridas de aquellos tiempos brutales, que nos desgarraron como sociedad y aún hoy continúan dividiendo opiniones. ¿Se hará justicia?