José Ciriaco Posse: los años de plomo
Por José María Posse
Abogado, escritor, historiador
Nacido en San Miguel de Tucumán hacia 1819, José Ciriaco Posse era hijo del industrial azucarero don Vicente Posse Tejerina y de doña Sabina Talavera Olivera. Hombre de probado coraje y determinación, fue una leyenda en aquellos años bravos de revueltas y asonadas, años en los que (al decir del Dr. Carlos Páez de la Torre) “al poder se lo tenía con todo”.
Vivía junto a su mujer, doña Carmen Romano, en el interior de la provincia; dedicado a las tareas de la agricultura y a la comandancia de milicias rurales, estuvo alejado de la vida social de San Miguel de Tucumán. Las referencias familiares lo evocan como un hombre de buena estatura e imponente físico, enérgico y valeroso, diestro jinete y con envidiable habilidad para el manejo de las armas, su puntería era legendaria. Ejercía su innato don de mando, desde el cargo de comandante de milicias del departamento de Lules, que ocupó durante muchos años. Como caudillo de la zona, se constituyó en valioso bastión político y militar para el sistema de gobierno de la fracción liberal que liderada el ex cura José María de Campo, apoyado por su familia, propietaria de seis ingenios azucareros.
En 1853, participó en primera línea del movimiento político que acabó con el gobierno del federal Celedonio Gutiérrez. Desde el cuartel de la Reducción, en carta a Marcos Paz, el general Anselmo Rojo exaltó la bravura y comportamiento de Posse, quien comandó un ala de caballería de las fuerzas liberales, en la batalla de Los Laureles.
El cura Campo
Luego de estos hechos, asumió la gobernación el cura José María del Campo, conformándose una estructura política hábilmente organizada. Buena parte del sur de la provincia estaba bajo su influencia; Monteros, Lules y la Reducción eran las zonas más adictas, con sus peonadas listas para convertirse en ejércitos a la sola orden de sus poderosos patrones.
Al concluir el primer gobierno de Del Campo, se planteó el problema de elegir al sucesor. Luego de una serie de divergencias en el seno del partido liberal, quedaron conformadas dos candidaturas violentamente enfrentadas. Por un lado, los oficialistas proponían a uno de los miembros más prominentes de la familia, el periodista y político don Pepe Posse, mientras la fracción contraria sostenía al general Anselmo Rojo.
Si bien este militar sanjuanino era resistido por gran parte de los liberales, los Frías que representaban el otro clan de importancia veían en Posse la continuación del gobierno anterior y aún, aborreciendo a Rojo, lo preferían. El día de los comicios, una fuerza de 800 hombres rodeaban la ciudad, al frente iban los comandantes José Ciriaco y Ramón Posse junto al coronel Neirot con las milicias sureñas y parte de los enganchados para el Ejército Nacional. La consigna era que si Rojo era elegido gobernador, entrarían a sangre y fuego a disolver la Sala de Representantes. Inmediatamente Campo salió a frenar a los que sitiaban la ciudad. Luego de un sinnúmero de ofertas y contraofertas los jefes militares retiraron sus tropas con la promesa de que el nuevo gobernador los respetaría en sus cargos.
Una vez Rojo en el poder, por el contrario de calmarse los ánimos, la presión parecía aumentar de a poco. Como era lógico de suponer, ya en el gobierno los sectores opositores del grupo trataron de desbaratar el engranaje del sistema anterior, dictándose una serie de medidas en contra de los partidarios del cura. El 15 todas las comandancias adictas a José María del Campo fueron atacadas y sus jefes desalojados.
Sangrienta revolución
En la mañana del 16 de abril, don José Ciriaco, que se encontraba en la ciudad en compañía del referido caudillo, recibe una carta de su hermano Ramón, relatándole los sucesos del día anterior. De inmediato y sin mediar mayor reflexión, se puso en movimiento.
Éste fue el germen de la famosa “Revolución de Los Posse”, único caso conocido en el que una familia atacó militarmente el poder de una provincia a efectos de derrocar a un gobernador desafecto. Durante el combate por tomar el Cabildo, José Ciriaco encabezó todas las cargas, incluso llegó a tomar la planta baja del edificio. Haciendo gala de un valor inusitado, recorría a todo galope la plaza, organizando a los atacantes. En un momento su caballo cayó muerto por un disparo y casi instantáneamente tomo de las riendas otro de un soldado herido y continuó comandando a su tropa. Luego de horas de lucha sin cuartel y ante la llegada de importantes refuerzos para los defensores del cabildo, Posse ordenó el repliegue. Al día siguiente, partidas armadas buscaban a los partidarios de Campo por los cuatro puntos cardinales de la provincia. Finalmente fueron apresados y encarcelados incluso el propio cura Campo.
Cargados con pesados grilletes se los alojó en los sótanos del Cabildo. Una guardia armada quedó apostada en la puerta del calabozo, en prevención de cualquier intento de fuga. El proceso de los revolucionarios duró dos meses en el transcurso de los cuales fueron defendidos por el abogado riojano Benigno Vallejo (casado con doña Nicéfora Posse Talavera). El defensor de Campo fue el jovencito Nicolás Avellaneda. El fallo del juez Ruperto San Martín los condenó al destierro y al pago de una indemnización de 4.572 pesos. El 15 de agosto de ese año un piquete de la guardia nacional los escoltó hasta el límite entre Tucumán y Santiago del Estero. Una ley de amnistía dejó sin efecto la condena, pronto volverían a ocupar los primeros planos.
Nuevamente la guerra
En 1861, nuevas turbulencias políticas iban a sacudir la paz de la provincia. El federal catamarqueño Octavio Navarro invadió Tucumán deponiendo a los liberales de la gobernación. Luego de tomar y saquear la ciudad, el grueso de la tropa partió a Santiago del Estero. La situación fue aprovechada por Campo quien, al mando de las tropas liberales; se había hecho fuerte en la ciudad de Monteros, mientras su lugarteniente José Ciríaco Posse reunía el armamento y las milicias de Lules y de La Reducción, para sumárseles. Apoyados por los santiagueños Taboada, los liberales volverían al poder tras la victoria de El Ceibal. El cura Campo asumiría nuevamente el gobierno de Tucumán, junto a sus aliados quienes dominarán la provincia en los próximos años, en una sucesión de gobiernos afines, ante el obvio disgusto de los otros grupos de poder.
En febrero de 1862, el federal Celedonio Gutiérrez, en un nuevo intento por recobrar la gobernación invadió el territorio tucumano con una fuerza militar acaudillada por el riojano Ángel Vicente Peñaloza. Ante la inminencia del ataque, el gobernador Del Campo armó un improvisado ejército con los cívicos de la ciudad con los que salió a enfrentar a los invasores. En esa acción el coronel José Ciriaco Posse comandaba la vanguardia de las tropas liberales, compuesta por el regimiento de Famaillá. A las 9.30 de la mañana del 10 de febrero, Posse comunicó a sus superiores que los montoneros comenzaban a agruparse a la altura del pueblo de Famaillá; solicitaba además el envío de un piquete de infantería para reforzar a los tiradores que protegían el camino que llevaba a la ciudad, los que ya se escopeteaban con las avanzadas federales.
Ante el avance enemigo Del Campo ordenó a Posse que realizara un reconocimiento de la disposición de las fuerzas contrarias, mientras él desplazaba su ejército a la altura del río Colorado. Descubierta la maniobra, la vanguardia tucumana libró una encarnizada batalla, perdiendo varios hombres en la refriega. La caballería al mando de José Ciriaco pudo rehacerse a la derecha de sus líneas mientras varios infantes caían prisioneros. Se cuenta que en ese instante el Chacho Peñaloza mandó a su gente a ajustar las cinchas y acortar los estribos porque se iba a pelear “fuerte, hasta que la sangre nos llegue a la centura”.
Con la celeridad del rayo, Peñaloza -a la cabeza de sus indómitos llaneros- se precipitó sobre la derecha del ejército tucumano, cuya caballería fue destrozada por una fuerza superior. Posse no pudo evitar el desbande de su tropa, por lo que regresó con unos pocos soldados junto al cura Campo, quien bizarramente reagrupaba a sus hombres. Por entonces los montoneros redoblaban sus cargas contra los aguerridos liberales quienes se habían hecho fuertes alrededor del convoy de pertrechos. Rodeados por completo, los infantes rechazaron una y otra vez los embates enemigos.
La victoria
Fue entonces que el Chacho ordenó traer de su retaguardia la caballada mezclada con una gran cantidad de ganado, y empujado por sus jinetes, intentó arrollar el centro del cuadro enemigo. De inmediato, Campo mandó disparar el único cañón que quedaba útil, mientras la banda de música producía un ruido ensordecedor.
La estampida volvió sobre sus pasos y se llevó por delante a los atacantes; ante esto, el cura al frente de los pocos hombres de caballería que le quedaban contraatacó, dispersando a los montoneros. Luego ordenó un estratégico repliegue hacia la ciudad, mientras los federales aún confusos se reunían en la campiña de San Pablo. Esa noche, sus jefes desistieron de continuar las operaciones. Con sus caballos perdidos y sin provisiones, no consideraron posible llevar a cabo el sitio de la ciudad.
Con esto, la jornada del Río Colorado se convirtió en una auténtica victoria para los tucumanos. Por su parte, don José Ciriaco Posse fue mencionado nuevamente por su heroísmo en el parte de la batalla. El bando liberal acaudillado por Campo, apareció reforzado después de la batalla, reconocido como la única fuerza capaz de tomar las riendas de una provincia azotada por conflictos políticos y militares en constante ebullición. Don José Ciriaco como hombre fuerte del gobierno, permanecía expectante para neutralizar cualquier suceso que significara peligro para la estabilidad del grupo.
Felipe Varela
En 1867, ocurre el levantamiento del caudillo Felipe Varela contra el orden constitucional. El gobernador don Wenceslao Posse (hermano de José Ciriaco) y su Ministro José María Campo parten a sofocar la rebelión, mientras el sistema defensivo que han dejado en el interior de Tucumán funciona a la perfección.
El 24 de marzo de 1867, al mediodía, el comandante José Ciriaco Posse escribía a su tío Ángel Arcadio Talavera, gobernador interino: El comandante de Lules en comisión al ejército: En estos momentos he sido atacado por más de cien montoneros por mi vanguardia y por los dos flancos de mi campo, en circunstancias en que las tropas se ocupaban de carnear y levantar raciones, pero en el conflicto en que se puso mi campamento, mis soldados corrieron a tomar sus armas y pude reunir unos tiradores, los que hicieron fuego y pude contestar la impetuosa carga llena... con que estos bandidos, se atrevieron a atacar; en esta circunstancia pude organizar mis líneas y haciéndoles fuego graneado volvieron las espaldas en precipitada fuga, dejando diez muertos y llevándose heridos, favorecidos en haberme encontrado con toda mi caballada suelta en un cerco, mis bravos soldados han llevado la persecución de a pié a más de cuatro cuadras de mi campo. Me es demasiado honroso señor Gobernador, mandar soldados tan decididos y valientes... Las poblaciones que están en la línea divisoria de esa provincia han sido saqueadas por esa horda de bandidos... Para frenar estas atrocidades, Posse desplegó una ardua labor militar, rastrillando la zona y limpiándola de insurgentes.
Reconocida bravura
El 9 de abril, desde Catamarca, Campo, jefe de la expedición tucumana que operaba en esa provincia, entusiasmado escribe al Gobernador: Pepe “C” (José Ciriaco) llegará hoy sin falta, así es que ya nada me falta para asegurarle el éxito de un combate. Tanto confiaba Campo en la persona de su bravo lugarteniente.
Pero el 30 de julio de 1867 estalló una revolución contra el gobierno de su hermano Wenceslao. Los conspiradores habían aprovechado las ausencias de Campo y del comandante José Ciriaco para hacer efectivo su plan. El gobernador fue puesto preso y engrillado en un calabozo del cabildo. Desde allí redactó la renuncia, mientras su familia, encabezada por su hermano, don Emidio Posse y las milicias de Lules, rodearon la ciudad con una importante fuerza. No llegaron a operar a instancias del depuesto gobernante, quien les ordenó dispersarse para evitar un inútil derramamiento de sangre. Ya tendrían tiempo para reorganizar sus fuerzas. Taboada ordenó la detención en Catamarca del Cura Campo y de José C. Posse, quienes lograron eludir el piquete que iba en su búsqueda; clandestinamente Posse regresó a Tucumán para rearmar sus milicias adictas, mientras Campo organizaba desde Catamarca una fuerza con las tropas leales que aún le respondían.
Con la caída del cura Campo, se desató una encarnizada persecución contra sus partidarios. Lejos de amedrentarse, ellos lanzaron en enero, marzo y junio de 1868, una serie de movimientos revolucionarios con el fin de derribar al gobierno usurpador.
Pero a estas alturas, el gobernador Octaviano Luna apenas podía sostenerse en el poder; al frente interno en permanente ebullición, se sumaba el hecho de que los Taboada no podían ayudarlo. Ocurrió que fueron militarmente anulados por las tropas nacionales al mando del Teniente Coronel Julio A. Roca, enviadas oportunamente por el recientemente elegido presidente Sarmiento, de quién el cura Campo y la familia Posse eran conocidos partidarios.
Luego de estos acontecimientos y restablecida la seguridad del grupo, los pasos de don José Ciriaco se distanciaron de la escena política. Seguramente volvería a trabajar los campos familiares. No hizo fortuna y prefirió la paz de los cerros a la vida urbana. Su nombre vivió por años en la leyenda del sur de la provincia. Querido por algunos y temido por otros.
En la actualidad, en esos pueblos que cada día van perdiendo su memoria, frases de alguna copla olvidada pueden cobrar inesperada vida en el relato de los ancianos: Don Ciriaco desde la loma/ metiendo bala, a las casas llegó/ y al bandido Cirilo Cuello/ en feroz lucha sometió./ Apure el tranco compañero/ que Varelistas Montoneros/ del comandante tiro certero/ de seguro no escaparán/ preguntelé si no a Monteros/ preguntelé si no a Galván.
El comandante de milicias José Ciriaco Posse falleció de una afección pulmonar el 12 de noviembre de 1875 a los 56 años. Según la tradición familiar fue a consecuencia de haber soportado durante días un fuerte aguacero, mientras perseguía a un conocido criminal que asolaba la zona de Lules. Lo sobrevivió su único hijo, don Nicanor Posse Romano, quien prolongaría su descendencia.