Finaliza el Tiempo Ordinario del año litúrgico, que es “coronado” el próximo domingo con la festividad de Cristo Rey. El Evangelio presenta, con lenguaje apocalíptico, el final de los tiempos, meta tenaz e inamovible por más que lo disimulemos con las tinieblas de una imaginación evasiva.
Sin embargo, los que creen en Jesús no han de temer. Él anuncia su vuelta y regreso, cuando acabe el tiempo para juzgar a todos como juez y padre salvador. Si vemos el final de los tiempos como momento de encuentro con Jesús, el miedo quedaría mitigado y el corazón se encontrará lleno de alegre esperanza. Estamos ante la llamada a estar atentos a la voz del Señor, no para tener miedo, sino para saber que el Señor quiere saber de nuestra vida y de lo que hemos hecho en ella.
No debemos sacar consecuencias atemorizadoras sobre el fin del mundo, ni pensar en persecuciones a la fe, aunque haya momentos difíciles en algunos lugares… quizás nos sirvan para purificar nuestra fe y tomar precauciones en nuestras comunidades cristianas. Debemos percibir la actitud salvadora y protectora de Jesús que nos acompaña en todo momento, con una llamada a la fidelidad en esas circunstancias en sí complicadas. La plenitud llegará, pero cuando el Padre Dios lo quiera.
Y no debemos aguardar a que ese momento final llegue para arreglar “nuestras cosas” con Dios, ni pensar que en un instante vamos a realizar lo que no hemos sido capaces de hacer en la vida. Nuestro último destino dependerá, en gran medida, de cómo hayamos vivido cada uno de nuestros momentos. Tal vez tendríamos que dejar de especular sobre cómo será el más allá y tomar la responsabilidad que nos toca en la marcha del más acá, porque es aquí donde tenemos que desarrollar nuestra actividad para contribuir a hacer un mundo más bueno y humano.
“El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán”, nos dice al final el evangelio, porque sólo Dios permanece para siempre y él es el que da sentido a la existencia humana. Después de leer y orar estas lecturas, ¿es Dios el refugio de mi vida en los momentos difíciles, como nos sugiere el salmo responsorial y como lo fue para los primeros cristianos? Con el versículo del aleluya, ¿me siento confiado al revisar mi vida, para presentarme ante Dios? (P Medrano Salvador).