Bertrand Russell en su “Elogio de la ociosidad”, dice que su generación creció escuchando el dicho: “El Diablo siempre tiene algún trabajito para las manos perezosas”. Manos libres era sinónimo de peligro criminal. En el refranero castellano de José María Iribarren encontró una versión casi idéntica a una que solía escuchar (tiene cacofonías que la hacen intraducible): -“Pereza: ¿quieres sopas? -Unas pocas. -Trae el plato. -No quiero sopas”. Pero sin dudas la crítica a la ociosidad más conocida nos llegó en la forma de la fábula de la hormiga y la cigarra. Es conocida la historia, la cigarra (o saltamontes en otras versiones: si bien son matices entomológicos que parecen menores no lo son porque debiera poder cantar), pide comida a la hormiga durante el invierno que la sorprendió sin haber acopiado. La versión de Lafontaine termina así:
-¿Qué hacías durante el verano?, le preguntó a la pedigüeña.
-Día y noche a quien me encontraba, le cantaba, no te disgustes.
-¿Le cantabas? Me alegro.
-¡Pues bien, baila ahora!
Textos fundamentales
En nuestros días las hormigas no son tan laboriosas pero igual de crueles. Acaso tienen el mismo desprecio por el arte y la cultura. Este es el punto. Veamos, imaginemos dos obituarios: Se despide de este mundo un trabajador incansable. Dedicó su vida y esfuerzo a la empresa que fundó, convencido de que el trabajo constante era el camino. Junto a otro, nos deja un “contraprendedor”: corría del trabajo a la hamaca paraguaya y a sus lecturas. Era un conversador nato y un magnífico cuentero, remolón y vueltero como él solo. Hay filósofos que están decididamente a favor del segundo.
Me refiero a tres textos fundamentales: “El elogio de la pereza” de Paul Lafargue, “El elogio de la ociosidad” de Bertrand Russell, y la gran novela “Oblómov” de Iván Goncharov.
Oblómov, personaje icónico que se convierte en una crítica a la burguesía rusa del siglo XIX, vive oponiéndose a la idea de que la vida debe ser una serie ininterrumpida de acciones. Como dice Enrique Vila-Matas en “El joven tumbado (Oblómov)” este es uno de esos personajes a los que le inquietaban las personas que viven como si fuera lo más natural del mundo. Oblómov ve cómo se le escurren, una a una, todas las posibilidades, oportunidades, testimonios, amistades y cualquier forma de conexión con el mundo. Su actitud existencial es la resistencia a ser absorbido por el vértigo de una vida que parece exigir acción constante para justificar su valor. Él opta, no sin cierta amargura, por dejar que la vida fluya a su alrededor, manteniendo su propio ritmo, tan distante y ajeno a lo que la sociedad espera.
Paul Lafargue, por su parte, era yerno de Marx, y aunque no era perezoso, se le reconoce por cuestionar la glorificación del trabajo. El suegro no era pava, la imagen de un Marx permisivo y abierto no parece ser correcta, a juzgar por la carta donde le critica a Paul su fogoso criollismo (era cubano): “El verdadero amor se expresa en la reticencia, la modestia e incluso la timidez del amante hacia el objeto de su veneración, y desde luego no en dar rienda suelta a la pasión de uno y en demostraciones prematuras de familiaridad. Si usted alude en su descargo a su temperamento criollo, es mi deber interponer mi razón entre ese temperamento y mi hija”.
En el texto “El derecho a la pereza”, Lafargue desmantela la obsesión social por la labor como fin último. Es al parecer el segundo texto socialista más traducido, después del manifiesto comunista. Eso sí: es brevísimo y lleno de plagios y de referencias no reconocidas a las ideas del suegro.
Punto de vista
“El elogio de la ociosidad” de Bertrand Russell (ganó el Nobel de Literatura por estos ensayos) desafía la glorificación del trabajo incesante y defiende la importancia del tiempo libre para el desarrollo humano. Para Russell, la ociosidad bien entendida no es sinónimo de pereza, sino de un espacio necesario para la creatividad, la contemplación y el verdadero progreso humano. Que es inimaginable en una sociedad en las que todo da lo mismo mientras se produce dinero y que hace cada vez más difícil dedicarse a la conversación y al canto.