Mike Tyson cambió la historia del boxeo. Sus peleas, en general, duraban pocos minutos y daba la sensación de que pertenecía a una especie distinta a la humana, con una combinación sin precedentes de potencia y velocidad. Fue el campeón más joven de los pesados y, en los 80, uno de los tres deportistas más famosos y admirados del mundo, junto a Michael Jordan y Diego Maradona. En los 90, vimos el Tyson decadente y escandaloso. El que perdía el título en Tokio con un contrincante intrascendente, después de una noche de juerga. El que iba a la cárcel condenado por violación. El que volvía a pelear y le sacaba un pedazo de su oreja a Evander Holyfield con un mordiscón.
Jake Paul es un youtuber que se hizo famoso haciendo payasadas varias con las que acumuló 55 millones de seguidores en redes sociales y decenas de millones de dólares anualmente. Hace cuatro años retó a una pelea de boxeo a otro youtuber, le ganó por knock out y a partir de allí se dedicó a montar espectáculos en torno a sus peleas. Lleva una docena. Peleó con un basquetbolista, artistas marciales, boxeadores retirados y alguno en actividad, con el que perdió.
En la madrugada de este sábado peleó contra Tyson. Ambos coincidieron en el peso (103 kilos) y se diferenciaron en la edad (27 años, Paul; 58, Tyson) en lo que fue uno de los mayores fiascos en la historia del deporte. Un Tyson impotente, con dificultades para moverse, una sombra de lo que algunas vez fue, perdió por puntos ante el joven de las redes, ofreciendo un espectáculo lamentable, seguido por decenas de millones de espectadores por Netflix y 72.000 personas en un estadio en el que hubo butacas por las que se llegó a pagar un millón de dólares.
Tyson se llevó una bolsa de 20 millones de dólares. Su contrincante, y organizador del evento, 40. La pelea generó una expectativa con pocos antecedentes pero hubo indicios de la decepción. Días antes, en una entrevista, una streamer de 14 años le preguntó a Tyson qué legado quería dejar. “No significa absolutamente nada para mí. Voy a morir y todo terminará. No somos nada”, dijo un Tyson nihilista, adelantando quizás sin plena conciencia que el ídolo iba a destruir su imagen ante las masas que lo idolatraron.
¿Qué representó la pelea? Un poco de todo. Una lucha entre generaciones, entre soportes (la televisión tradicional contra Netflix y las nuevas plataformas), entre el profesionalismo y el amateurismo, entre lo serio y lo bizarro. El morbo ante la posibilidad de que uno matara a otro. La degradación y también la transformación de un deporte.
El youtuber se convirtió en la contracara de Rocky. En lugar de un boxeador pobre y marginal en su disciplina, querido por la gente, acreedor de una oportunidad que le da el campeón, Jake Paul es un multimillonario, resistido por buena parte del público y al mismo tiempo alimentado económicamente por él, quien organiza un show con un ex campeón. Muchos se preguntan cuánta realidad y cuánta ficción hubo en la velada boxística. Cuánto de Titanes en el ring y cuánto de verdadera lucha.
Esto nos lleva a una paradoja contemporánea. Vivimos en tiempos en los que se demanda una supuesta autenticidad pero con un simultáneo y profundo desinterés por alcanzar la verdad. En la era de las redes coexiste un aparente acceso sin filtros o intermediarios a la realidad con una viralización inédita de falsedades.
En “Esse est percipi”, Borges y Bioy Casares imaginan un mundo, una Argentina, en que todas las transmisiones deportivas son solo actuaciones, con resultados digitados, para sostener un negocio. El intenso debate por el reciente ingreso a un partido de la primera división del fútbol argentino de un streamer sin experiencia profesional, como estrategia de marketing y eventualmente para generar ganancias aseguradas en el mercado de apuestas, muestra que no son pocos los que valoran el respeto por las reglas que motorizan grandes ilusiones y entusiasmos en buena parte de la sociedad. La convicción de que la ruleta no está inclinada es necesaria para preservar la confianza comunitaria.
Engaños hubo siempre, dirán algunos. Partidos arreglados, espectáculos forzados. Pero predominaba, en todo caso, la hipocresía, el intento cuidadoso por disimular la impostura. Ahora crecen las muestras cínicas de obras en las que se ven los hilos, las inconsistencias.
Minutos antes de subir al ring con Jake Paul, un cronista televisivo entrevistó a Tyson en la puerta de su vestuario. Al terminar la entrevista, el ex campeón mundial se dio vuelta y millones de espectadores vieron sus glúteos al aire. La imagen de un rey desnudo, la metáfora de una burda farsa.