“Están cortados por la misma tijera”, decían las abuelas. Cristina Kirchner y Javier Milei fueron dos de los grandes protagonistas de la semana, a partir de la ratificación de la sentencia condenatoria a la expresidenta por la causa Vialidad y al circo que armó el Gobierno para presentar el quite de las asignaciones de privilegio de ella como una epopeya. De esa forma, la Casa Rosada hizo todo lo necesario para convertir un acto de reparación en una venganza política y eso le dio oportunidad a la ahora jefa del PJ a jugar el juego que más le gusta: el de la victimización. Lo cierto es que los modos de él y los insultos de ella se unieron para subirla del todo al ring a CFK, algo de mutua conveniencia.
Más allá de las careteadas, de los extremos que representan, de los autoritarismos que los caracterizan y de tantas otras cosas que comparten, en los dos aparece como algo principal la aversión particular hacia el periodismo no regimentado. Por algo será: la prensa independiente, que había sido castigada por no pensar “blanco”, ahora está en la picota por no pensar “negro”. Entonces, algo se estará haciendo más o menos bien desde el costado informativo, a la hora de exponer los reparos al poder.
En la afinidad por sacarse las críticas de encima, ambos apuntan al periodismo y lo hacen también desde un lugar común y con la idea de cooptar el pensamiento, a partir de aparatos de propaganda creados para barrer con aquellos que no piensan igual. Lo hizo el kirchnerismo con persecuciones emblemáticas, como la “6, 7, 8” y ahora, el cacique libertario se asienta en las redes sociales y las usa como ariete para tratar de demoler puntos de vista diferentes. A veces lo hace con insultos de grueso calibre.
Tales delirios, que buscan minar la credibilidad de la prensa independiente, suelen morir cuando el público pierde la confianza en aquello que se le dice, algo que de ningún modo las caóticas redes, por banales y peligrosas, contribuyen a consolidar, más bien lo contrario. Le guste o no a los políticos, la prensa seria sigue siendo constructora de credibilidad y ése es el punto fundamental que los gobernantes buscan atacar. Ni que decir del valor de la libertad, algo tan supremo para el discurso del actual oficialismo, o el aporte que el periodismo ha hecho en ese sentido desde los albores de la Patria contribuyendo de modo decisivo a la construcción de las instituciones, Moreno, Sarmiento, Mitre y Avellaneda, mediante.
Por eso, desde esta columna bien alejada de los sobres que tanto le gusta agitar a Milei, hay una mala noticia para darle al Presidente: el hartazgo por el cual la gente lo prefirió a él y no al “partido del Estado”, tal como le acaba de enseñar su asesor-estrella, el “genial” Santiago Caputo, incluía de parte de los votantes una crítica directa a la manipulación de la opinión pública por ése y por otros mecanismos K (con Sergio Massa como su mejor alumno) que buscaban vender de continuo epopeyas para tratar de caer bien parados siempre. La gente se cansó también del método facilista de pasarle invariablemente la culpa a los demás, algo que hoy parece que ha vuelto corregido y aumentado.
A aquel mecanismo de demolición diaria que para mal inventó el kirchnerismo, el régimen actual le ha encontrado la vuelta del minuto a minuto de las redes sociales y, en ese sentido, los asesores le mandan a decir cosas al Presidente bastante alejadas de la realidad, como por ejemplo que las redes son transmisoras de la verdad. “Hoy, cualquier persona con un celular es portador de una voz que puede publicarse hasta el infinito y también es portador de un archivo de memoria colectiva inmenso y se vuelve más fácil desentrañar las mentiras perversas de quienes hasta hace pocos años eran la única voz autorizada, sostenidos a base de pauta estatal”, señaló en la semana Milei.
Lo cierto es que el mayor derrape del actual Jefe del Estado no pasa por su derecho de expresarse, sino porque no entiende muy bien qué significa exponer un hecho noticioso y entonces lo asocia, de modo paranoico (como casi todos los políticos, su alter ego Cristina en primera fila), con el perverso deseo de arruinar construcciones que alguien imaginó perfectas para venderle a la ciudadanía gato por liebre, algo que generalmente hace agua cuando la prensa descubre las trampas y las expone. Con todas las distancias del caso y sin faltarle el respeto a nadie, que Milei opine de estas cosas es lo mismo que este periodista se dedique a hacerlo de matemáticas aplicada a la economía, la especialidad del Presidente.
En cambio, él banca la falacia de “la democratización de los contenidos que nos permiten romper monopolios históricos, como el monopolio de la verdad, llámese los micrófonos ensobrados”. Lo cierto es que lo que Milei marca como el método de las redes para “desentrañar” mentiras no es otra cosa que un revoltijo de opiniones que, por la propia descripción presidencial, podrían irradiarse “al infinito” por lo cual no es esperable que, de allí, salga nunca ninguna información veraz ni concreta. Allí nadie duda, ni nadie cuestiona y vale “lo mismo un burro que un gran profesor”. Ése es el Paraíso de las castas que dice combatir Milei, hasta que fatalmente se mimetiza.
No en vano por estos días, la red X de Elon Musk –difusora de la campaña de Donald Trump y él premiado con un cargo en la futura Administración- es cuestionada por muchos medios e intelectuales que se están retirando masivamente de allí porque, sin ninguna moderación, se bancan discursos favorables a temas muy sensibles para gran parte de la opinión pública, como el racismo por ejemplo. Además, el barullo de esa red es permanente caja de resonancia de teorías conspirativas y, por ende, de desinformación. Por todo eso se van.
Justamente, eso es lo que no debería pasar con los reaseguros que tiene la prensa tradicional para garantizar la exactitud, la imparcialidad y la ética de las noticias (el análisis y la opinión es otra cosa), una serie de parámetros que hacen a la obligatoriedad de conciencia que tiene la prensa independiente, algo que justamente Milei y Cristina, cada uno con sus respectivas derivas ideológicas, se empeñan en desmantelar.
El buen periodismo es aquel que con la menor cantidad de prejuicios posible verifica las fuentes, confirma las informaciones, la relevancia de los casos noticiables y su impacto en la sociedad, sin agregarle sesgos ni estereotipos. Es el periodismo que respeta la privacidad y la dignidad de las personas, más allá de la confidencialidad a rajatabla de las fuentes que no quieren ser identificadas. Ése no es el mundo informativo que reivindica el Presidente, ya que el todo vale de las redes no es igual.
Siguiendo esos pasos básicos, que a los políticos les cuesta entender, los periodistas deberían poder garantizar razonablemente la calidad y la credibilidad de las noticias y mantener la confianza de las audiencias. Y allí aparece el concepto clave ya enunciado, la palabra “confianza”, que es justamente lo que las alocadas redes no generan, salvo el río revuelto que solamente les interesa a quienes buscan destruir el rol de la prensa de mayor o menor jerarquía o alcance y se basan, como lo hacen el Presidente y quienes le soplan al oído, en la pobre excusa de la masividad que tienen las nuevas formas de comunicación.
Es una pena todo esto porque en lo local y en lo internacional los planetas económicos se le están alineando más que bien a Milei y eso se refleja en el bienvenido derrape del Riesgo-País, a partir de indicadores muchos de ellos aún magros, pero camino a una esperable y positiva convergencia. En el plano fiscal, nadie tiene dudas que el Presidente va a morir con las botas puestas y que no va a traicionar ese postulado que lo ayudó a tener parámetros que hasta ahora son sólo atisbos de normalidad. También se pondera la muñeca gubernamental en el Congreso y el modo de buscar alianzas, aunque a veces poco prolijo, como muestra de firmeza en el timón político. Otra vez, la confianza como motor, en este caso del gobernante.
Hubo otros claroscuros en la semana, como fue el caso de Aerolíneas Argentinas resuelto como un modelo de alta negociación, peripecia que sirvió además para dejar en evidencia la pobreza extrema de los sindicalistas del sector. También está la situación de la Cancillería, que sigue dando que hablar ya que, pese al cambio de conducción, está claro que la Argentina carece de política exterior. Nadie sabe muy bien allí si hacerle caso a un Presidente que despidió a la anterior responsable por no seguir a EEUU e Israel en una votación en la ONU o seguir la línea “no woke” del mismo Milei e ir en contra esos dos países, quedando como la oveja negra del conglomerado con su solitario “en contra” (170 a favor, 13 abstenciones y 1) en una votación contra la violencia hacia mujeres y niñas. Esta vez no echaron a nadie.
La llegada del republicano a la Casa Blanca fortalece objetivamente a Milei, aunque no al grado de sacarle rédito económico contante y sonante a la convergencia, ni mucho menos comercial, ante un país que se va a cerrar comercialmente. En lo político, él mismo pidió frente al presidente casi electo “una alianza de naciones libres (EEUU-Argentina-Italia e Israel)” para garantizar “una esperanza global de paz y prosperidad”. Más allá de los abrazos de ocasión, quizás Milei piensa con cierta ingenuidad que él puede influir en Trump.