De vicepresidente de la Nación a vendedor de anilinas en la calle: la historia de la primera jubilación de privilegio

De vicepresidente de la Nación a vendedor de anilinas en la calle: la historia de la primera jubilación de privilegio

Elpidio González rechazó la primera jubilación de privilegio creada en el país. Consideraba inmoral recibir un beneficio económico del pueblo tras haber servido a la Nación.

González durante su vicepresidencia y otra imagen en sus últimos años. González durante su vicepresidencia y otra imagen en sus últimos años.
15 Noviembre 2024

Elpidio González, quien ocupó los más altos cargos en la política argentina, dejó una lección que aún resuena: rechazó la primera jubilación de privilegio en la historia porque consideraba inmoral cobrarle al pueblo por su servicio. Su historia, marcada por el sacrificio y la dignidad, contrasta con el presente de quienes acceden a beneficios exclusivos tras desempeñarse en cargos de poder.

González nació en Rosario en 1875 y dedicó su vida al servicio público. Fue vicepresidente, ministro, legislador y jefe de Policía, pero su final distó mucho de las comodidades esperadas para alguien con su trayectoria. Con una ética férrea, se negó a recibir su salario como vicepresidente, argumentando que su puesto era un honor otorgado por el pueblo y, por lo tanto, no debía remunerarse. Cuando su vida dio un giro hacia la miseria, trabajó vendiendo anilinas para ganarse el pan, fiel a su principio de no depender del Estado.

Al lado de Yrigoyen Al lado de Yrigoyen

Un hombre de principios y sacrificios

González se convirtió en un referente radical desde joven, participando en revoluciones y defendiendo la causa de la Unión Cívica Radical. Durante la presidencia de Hipólito Yrigoyen, ocupó el Ministerio de Guerra y, más tarde, asumió como vicepresidente bajo Marcelo T. de Alvear. Durante su gestión, no cobró su sueldo, convencido de que servir a su país era una responsabilidad que no debía tener retribución económica.

Tras el golpe de 1930, González enfrentó la prisión y perdió todo su patrimonio. Regresó a una vida humilde en una pensión, la misma que había ocupado en su juventud, y trabajó para la empresa de su amigo, Anilinas Colibrí. Era un hombre de aspecto descuidado, con una larga barba blanca, recorriendo comercios de Avenida de Mayo para vender anilinas. Algunos vecinos no podían creer que aquel vendedor alguna vez había sido vicepresidente. Para él, la humildad era “lo que correspondía”.

Acompañando a Alvear Acompañando a Alvear

La ley que no quiso aceptar

En 1938, el Congreso aprobó una jubilación vitalicia para expresidentes y vicepresidentes, convirtiendo a González en el primer beneficiario. Le ofrecieron 2.000 pesos mensuales, una suma que hubiera cambiado su vida de precariedad. Sin embargo, él la rechazó. En una carta dirigida al presidente Ortiz, argumentó que no podía aceptar la ayuda de la República por la que había luchado, que prefería ganarse la vida con su trabajo. “No esperaba esta recompensa, ni la deseo”, afirmó con determinación.

Su renuncia dejó desconcertados a sus conocidos. Pese a su pobreza extrema, mantuvo su dignidad hasta el final. Continuó participando en reuniones del radicalismo y murió en el Hospital Italiano en 1951, sin dinero ni casa propia. Fue enterrado junto a su amigo Yrigoyen, cerrando el capítulo de una vida dedicada al servicio público con sacrificio y valores inquebrantables.

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