Años después de presenciar la muerte del venerado héroe Máximo Décimo Meridio a manos de su tío, el emperador Cómodo, Lucio Vero (hijo de Lucila y de un padre previsible pero que se da como sorpresa) se ve obligado a entrar en el Coliseo después de que su hogar fuera conquistado por los tiránicos emperadores que ahora dirigen Roma con puño de hierro, Caracalla y Publio Septimio Geta.
El joven había sido exiliado por decisión de su madre en el Norte de África para protegerlo de las matanzas y la anarquía que reinaban el lugar. Vivía plácidamente con su esposa y su hijo en Numidia, en tierras fuera del control de Roma hasta que fueron invadidas y sojuzgadas. Ahora, con la rabia en el corazón y el futuro del Imperio y de los pueblos en juego, debe mirar a su pasado para encontrar la fuerza y el honor que devuelvan la gloria a su pueblo.
Esta es la sinopsis, con una evidente carga épica, de “Gladiador 2”, la continuidad de la película estrenada hace 24 años, nuevamente de la mano del legendario director Ridley Scott para seguir la saga de poder, intriga y venganza. Escrita por David Scarpa y protagonizada por Paul Mescal, Denzel Washington, Pedro Pascal, Joseph Quinn, Fred Hechinger, May Calamawy, Connie Nielsen y Derek Jacobi (estos dos últimos, repitiendo los roles que ocuparon en la original). Desde hoy se verá en las salas de todo el país.
La expectativa por la secuela sólo fue creciendo en el tiempo mientras se demoraba la realización de un filme que se tornó referencia en el género, digno heredero de “Espartaco” o “Ben Hur”. Ya al año siguiente de su estreno se hablaba de la segunda parte, incluso con la resurrección del personaje de Russell Crowe con elementos claramente sobrenaturales, aunque con una base religiosa. Pero todo se frenó cuando DreamWorks se desprendió de la franquicia en 2006 y quedó en manos de Paramount; demoró 12 años más hasta anunciarlo en definitiva y un lustro para que comience el rodaje. No fue todo: se terminó de grabar en enero de este año, demorado por la huelga de guionistas que afectó Hollywood durante 2023. Más problemas, parece que imposible.
Los comentarios de los críticos que ya vieron la película plantean ciertas características que hablan del paso de los años entre ambas producciones. Si en la primera, Crowe-Máximo buscaba una cierta democratización de la sociedad romana antigua (con una recreación fiel de la historia en su ficción), ahora Mescal-Lucio se recorta como un líder duro e implacable, decidido a acabar con los políticos corruptos que envenenaban su sociedad. En el fondo, un antisistema rupturista cuyas características personales bien pueden leerse en términos de actualidad en los líderes de varios países occidentales.
Scott evidencia toda su habilidad y experiencia en las escenas de acción, donde se mueve con comodidad y puede desarrollar en pantalla la tensión creciente en cada lucha en la arena, donde la muerte es una constante. Refutó las críticas recibidas por la falta de rigor histórico de su realización, y en eso hay que darle la razón: el director sabe lo que es un entretenimiento, mientras que otros lo miran como si fuera un libro académico. Experto en hacer grandes éxitos (de su lente salieron “Alien” y “Blade Runner”, por ejemplo), disputa consigo mismo llegar al nivel mostrado hace casi un cuarto de siglo, con el riesgo de que en este año hubo enormes fiascos en películas que prometían récords de público, taquillas reventadas y elogiosos comentarios. Al contrario, 2024 se presenta como una bisagra para los estudios más importantes, que están recalculando en forma general sus próximos proyectos.
Sería un error ver a Mescal como la continuidad de Crowe y no en forma autónoma, ya que eso limitaría su valuación en el filme; del mismo modo que Pascal (personificando al general Marco Acacio) no es el Cómodo de Joaquin Phoenix. Ambos -según lo que trascendió- cumplen con acabada eficacia su tarea ante cámaras, tanto en las peleas como en sus reflexiones, consolidados como las estrellas a seguir. Pero entre los golpes y cortes, sobresale la figura de Washington como el entrenador de luchadores, un personaje intrigante de la política romana, que nunca se sabe de qué lado está jugando, lo que significa que siempre juega para sí mismo. Quizás con ese sentido, Scott ya anticipó que está con la mente puesta en hacer “Gladiador 3”.
PUNTO DE VISTA
El ejército, motor del imperio
Prof. Lic. Ramón Roberto Ríos - Jefe de Trabajos Prácticos en Historia Antigua (Oriente y Clásica) - Fac. Filosofía y Letras
El siglo II (d.C.) fue el último de gran brillo dentro del Imperio Romano, que se extendía en el oeste hasta la península ibérica, en el norte hasta las islas británicas, al sur hasta el norte de África, y al este hasta lo que fue alguna vez el gran Imperio Persa. El ejército, las legiones, funcionaban como el motor de ese imperio; las conquistas y el mantenimiento de la pax (paz) en el territorio eran esenciales. Sin embargo, en la propia grandeza del Imperio se hallaba la raíz de algunos de sus futuros problemas. Mantener tan vasto espacio unido y sujeto a un poder central resultaba sumamente complejo.
El ejército, de a poco, empezó a ser central en el sostenimiento del emperador, sobre todo luego de la muerte de Cómodo a finales de ese siglo II (192 d.C.). La política, la forma de gobierno en sí, comenzó una transición. La figura del emperador iba mutando paulatinamente hacia una concentración de poder aún mayor, que a su vez iba en detrimento de las instituciones tradicionales de Roma como el Senado. El imperio romano se encaminaba a una crisis.
En el interior del mundo romano, sin embargo, florecían actividades sociales, culturales y espectáculos típicos como el circo, reconocido por las carreras de cuadrigas. O los combates en espacios como el Coliseo o Anfiteatro Flavio (un recinto cerrado de grandes dimensiones construido para este fin que se conserva casi intacto en Roma) es un ejemplo. En este espacio se desarrollaban diferentes formas de combates como las naumaquias o batallas navales, el combate de gladiâtôrçs (luchadores profesionales) en distintos contextos, arena de lucha cuerpo a cuerpo, contra animales o simples ejecuciones disfrazadas de peleas (los primeros cristianos las padecieron). Los gladiadores estaban en condición de esclavitud, pero podían conseguir su libertad con compra o por su desempeño en la arena (entrega del rudis, símbolo de su libertad).
Los gladiadores, así como los aurigas, existían porque había un Estado que fomentaba estos espectáculos; la sociedad los aceptaba e incluso los aclamaba en cada enfrentamiento o carrera. No es un dato menor o anecdótico, ya que nos habla de la complejidad a la que la sociedad romana había accedido observando estos eventos como algo regular y necesario.