Los hermanos son el vínculo primario más fuerte después de los padres. Son los que permanecen siempre a nuestro lado. Las parejas se pueden ir, los hijos hacen su propia vida y se marchan. Pero cuando nuestros padres no están, los incondicionales son los hermanos. Porque ellos nos aman con todas nuestras virtudes y defectos, tratan de cuidarnos, a su manera y nos conocen como nosotros mismos. Son nuestros primeros amigos, compañeros de juegos, confidentes y cómplices de travesuras. Algo muy importante, que muchas veces no se entiende, cuando se es el hermano mayor, los demás pueden tener 40 años y siguen siendo nuestros hermanos pequeños, por los que daríamos la vida si fuera necesario. Porque son como hijos, porque cuando eres el primogénito, sientes una responsabilidad, no impuesta, sino tácita de cuidar de ellos. Porque ellos te ven como un ejemplo a seguir. Siempre quieren que estés orgulloso de ellos, o simplemente de acuerdo con sus acciones. No porque no tengan carácter, sino porque saben que siempre vas a querer lo mejor, que eres capaz de ofrecerle a Dios, hasta tu vida a cambio de la de ellos. El regalo más grande que nos dan nuestros padres, después de la vida, son nuestros hermanos. Disfrutemos su compañía, no importa los años que tengamos, mientras estén a nuestro lado, debemos compartir tiempo con ellos, darles y recibir todo el amor posible. Porque la vida es tan corta y los silencios tan largos. Que no debemos dejar que las palabras queden atravesadas, como un nudo en la garganta, porque un día despertemos y ya no tengamos a quién decirlas. Pero muchas veces, en el afán de cuidarlos, cometemos un grave error, somos egoístas, pensamos y elegimos por ellos, según nuestro criterio, porque creemos protegerlos así. Cuando les estamos causando un daño mayor, al que percibimos. Otras no los dejamos pelear sus propias batallas, porque los subestimamos. Y los hacemos dependientes. A veces la mejor manera de amar, es dejarlos vivir y golpearse, porque es lo normal. Así sepan enfrentar cualquier situación con carácter y sabiduría. Porque la mejor maestra es la vida, ella nos enseña, que para que un árbol sea fuerte, bien enraizado, debe soportar, falta de agua, así sus raíces buscan más abajo y esto les da firmeza contra los vientos, por más que se doblen, no caerán. Porque son fuertes en todos los sentidos. Eso también es un acto de amor. Y de un amor más elevado, porque les enseñas a vivir sus vidas de forma independiente. Pero siempre con la seguridad de que estáran ahí si lo necesitas.
Elisa Angélica Pombo