Desde tiempos antiguos, mucho antes de la llegada de los métodos anticonceptivos modernos, el ser humano buscó prevenir los embarazos no deseados. Estos preparados estaban hechos con plantas. A ellos se refiere largamente el autor británico Stephen Arnott en su libro “Sexo: manual del usuario”.
Muchos de tales remedios herbales equivalían a lo que hoy conocemos como anticoncepción de emergencia (popularmente llamada “pastilla del día después”). La menta poleo (Mentha Pulegium) es conocida desde su mención en una comedia de Aristófanes, en la que uno de los personajes declara que sirve para poner a la amada “fuera de peligro”. También la emplearon las culturas islámicas, junto con sustancias como la pulpa de granada y las hojas de sauce. Su uso se extendió hasta tiempos recientes. De hecho la menta poleo se cita en un “manual de la comadrona” del siglo XVIII, en el que se asegura que “precipita las reglas”.
Otra hierba efectiva fue el silfio (Silphium). Al parecer, la toma mensual de una pequeña cantidad de su extracto garantizaba la anticoncepción. Por desgracia, la planta sólo crecía en una limitada zona de la costa norte de África y no podía trasplantarse a ninguna otra región. Aparte de su uso en el control de la natalidad, el silfio era muy apreciado como especia y, al peso, valía más que la plata. Tanto se recogió que en el primer siglo después de Cristo estaba extinguida.
Los romanos empleaban una planta llamada “raíz gusano”, a la que más tarde los franceses llamaron “raíz de las putas”, ya que, al parecer, las prostitutas fueron sus más asiduas consumidoras.
El azafrán también hizo un papel: una receta mediterránea del siglo III, la “tisana de raíces”, mezclaba en partes iguales goma de Alejandría, alumbre líquido y azafrán de jardín, con tres cucharadas de cerveza. Esta pócima no sólo evitaba los embarazos, sino que también servía para curar la ictericia.
Otras plantas gozaron de reputación como anticonceptivos. Entre ellas, la Aristolochia longa, la agripalma (Leonurus) y la zanahoria salvaje. Pero también el romero, el jengibre, la mostaza y la cola de caballo; el aceite de ricino, el apio, el aloe, los dátiles y los higos.
Durante la Edad Media, en los países germánicos se hacían pociones de mejorana, tomillo, perejil y lavanda. Varias de estas hierbas son moderadamente tóxicas a dosis muy altas, y entre sus efectos figura el aborto. Algunos sostienen que la papaya es uno de los pocos frutos que tienen utilidad real como anticonceptivo y hasta aseguran que comer una al día previene el embarazo.
Gran parte de las plantas que se usaban con fines anticonceptivos se encontraban en las medicinas del siglo XIX creadas para aliviar los malestares femeninos. Y de una manera subrepticia, los curanderos avisaban de su capacidad abortiva poniendo alguna advertencia en la etiqueta.
Un gran espectro de sustancias no herbales también se han usado con estos fines, como por ejemplo la trementina, las hormigas molidas, la espuma de la boca de camello, los pelos de la cola de un ciervo de cola negra disueltos en grasa de oso, el agua de quinina en la que se haya sumergido un clavo oxidado, la epsomita, el amoníaco, la ginebra con limaduras de hierro y el opio.